Aventura municipal (parte 9)
Publicado en Apr 05, 2010
Con el sigilo de un crótalo de bosque, la secretaria sirvió el Chivas como si asestara una dentellada y cristales tintinearon como piedras preciosas.
Alzó su vaso el excelentísimo: -Salud, amigo. Y bendiciones-. Postrado en una especie de futón, supe que al mío le habían puesto el veneno de esa sinuosa cobra que, como un vislumbre, ya había desaparecido. El vaso tembloroso llegó a mis labios lánguidos, el sorbo de whisky me ardió en las entrañas y un súbito eclipse lo hundió todo en la penumbra; un febril chispazo hizo que, con el rabillo de unos ojos que ardían y pesaban, intuyera un surgimiento de escamas en cuello y pómulo de Petrován. Sorprendido alcé mis manos con torpeza y un estelar estallido en los párpados lo volvió todo una lacrimosa estridencia. -llore, hombre: llore que hay sólo unas poquísimas cosas por las que uno puede permitírselo, y ésta es una de esas. ¿No te parece Petrován? -de las pocas -oí que contestaba el otro -: yo también estaría llorando, Inocencio. Sonaron carcajadas, demasiadas para una sola oficina alfombrada. Quise irme, despertar desapareciendo de allí y, cayendo en el desespero por encontrar algo de lógica a todo aquello, dije: -yo sólo tengo que levantar la clausura del videoclub. -¿no me diga que llora sólo por eso? Y en una casi absoluta oscuridad, apenas enturbiada por una vela solitaria, volví a escuchar más carcajadas. Demasiadas.
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Roberto Langella de Reyes Pea