Su andar corrompía hasta el más santo pensamiento, fina, esbelta, sensual, bonita toda. Combinaba esa figura con los ojos más deslumbrantes jamás vistos. Pasos cortos, pero firmes. Un gesto facial apenas una mueca que lo decía todo, su cabello largo y lacio, que dejaba rastros encandilados.
Tenía la magia de ser dueña de mis pensamientos, y vaya si lo sabía... buscaba paciente mi valentía que nunca llegaba, quizás por el prejuicio al rechazo, quizás por cobardía.
Sin embargo la buscaba, desesperado y bien sabía que no era mi deseo terminar con ese espejismo, con esa utopía tan maravillosamente enfermiza. Imaginaba instancias con ella donde todo era perfecto, calzando uno con otro como engranajes calibrados por el más reconocido artesano.
Sufría la melancolía de tener muy claro que ese momento no ocurriría, y me torturaba el hecho de no poder descubrir el motivo por el cual no me animaba, a pesar que sus ojos imploraban casi al punto de dejar a un lado su estilo.
Una y mil veces me lo cuestioné y a cambio recibía nada. Salía de noche buscando aliento cabizbajo y pensativo, busqué en atardeceres la respuesta que no llegaba, más aún lo intentaba y su distancia me juzgaba, pues encontré sin quererlo lo que tanto anhelaba al despertarme una mañana.