Gracias
Publicado en Apr 25, 2010
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Esta mañana desperté pensando en Él. Las cortinas a medio abrir de mi cuarto, dejaban a la vista un cielo pálido, con tonos vainilla como el de las primeras horas del día, cuando la luz comienza a invadir las calles sin que el sol haga su primera aparición... En el pasillo me envolvió una corriente de aire frío y noté que el ventanal de la sala estaba abierto. Al acercarme, saludé a las calles vacías desde las alturas, parecía como si la ciudad aún durmiera, y yo contemplaba su sueño o ella los míos...
Los días, en ocasiones, parecen insustanciales, no hay forma de conseguir fin alguno, los propósitos parecen tan lejanos con el pasar de las horas, de las nuevas ideas, de los nuevos desalientos. Sin embargo, una mínima detención es suficiente para repasar el sin fin de mutaciones circunstanciales tejidas hasta ahora, y me estremece la incertidumbre, los vacíos futuros son abismales. ¿Habrá algo que pueda asir sin que se esfume? Por momentos el entendimiento me desgasta, me lleva a parámetros en que nada logra tener sentido, en el camino se quedan todas las fuerzas que reuní para un día como hoy.
Hace cuatro años que no lo veía, en mis recuerdos permanecía nítida la imagen de la última vez que lo vi y, en especial, de la noche en que me quedé en el umbral, en silencio, contemplando cómo se alejaba en compañía del cigarro que le regalé, con la tímida sensación de que su figura perdiéndose en la oscuridad, sería la mejor metáfora para presagiar el destino de aquel idilio interrumpido. Durante años idealicé esta ciudad junto a Él, compensando la seguidilla de encuentros frustrados y de promesas que me hicieron delirar de impotencia por esperar verlas realizadas. Tanta ilusión sepultada por el profundo silencio que vino luego de una extraña determinación por continuar nuestras vidas, un adiós fugaz, culpable, casi mudo que, sin embargo,  no impidió la insistencia oculta de anhelos infundados. Como describe irónicamente Alanis, "La vida tiene una forma curiosa de despabilarnos...", y la ciudad jamás me trajo esos rizos que amaban moverse con la brisa del mar, los cigarros nunca volvieron a dejarme el mismo sabor a menta que aquel último que fumé en su honor, dibujándolo en la arena.
Cerré la puerta del departamento y cerré el espacio victimizante en el que me mantuve tan cómoda. Llamé al ascensor y antes de salir de mi abstracción se abrieron las puertas dejando a la vista mi reflejo confuso en los espejos. Por un momento sentí que poner un pie allí dentro, era lo mismo que aceptar el desafío de algo que hace meses me estaba llamando y sin darme cuenta el ascensor comenzó a cerrarse a mis espaldas.
Después de tanto tiempo intentando tener el control de mi vida, fue el mismo descontrol quien me ha enseñado la desilusión y que entre los innumerables caminos que tengo a mi disposición, siempre habrá uno trazado sin necesidad de buscarlo ni de comprenderlo, con el simple hecho de fluir la vida se va construyendo espontáneamente y no existe mayor verdad que aquella que no se medita.
Estiré la mano para hacer parar la micro y, al subir, unos músicos en pleno estribillo se quedaron mirándome con temor de que arruinara el clímax de la canción, y en mi vacilación, noté que uno de ellos traía puestas unas "converse" de cuero negras y me quedé en la mitad del pasillo fijándome en que cumpliera con cada detalle de esas que hundí en la arena hace cinco años atrás junto a Él, cuando entre botellas de cerveza dejé a trasluz mi parte más patética y le confesé sentimientos que prefirió aplazar, luego de años de una amistad que ambos pretendimos teatralizar por falta de valor para sincerar otras cosas. Creo que no hubo mejor respuesta esquiva, que esperar por Él en vano, en medio de la niebla del amanecer y de las olas que ya se movían sentenciadoras.
Me bajé de la micro y caminé por Providencia sin tener claro hacia dónde iba; la inercia me condujo hasta allá con un motivo más allá de lo convencional, estaba segura. Las mujeres me insultaban al adelantarme y las ancianas gruñían a mis espaldas, la verdad es que mi paso lento indignaba a cualquiera, pero no era capaz de darme cuenta, para mí, todos caminaban en cámara lenta, y las voces comenzaron a aplacarse al tiempo en que otra se alzaba.
He sostenido una extraña inclinación a la nada. Al vacío. El mayor equilibrio es el que consigo al sentirme fuera de mí, cuando el YO se vuelve una sustancia etérea capaz de romper mis propias barreras, y todo me parece de una homogeneidad absoluta, la comprensión se adapta hasta a mis peores incongruencias y las cargas existenciales se vuelven partículas sencillas de asimilar. Si al caminar pareciese que puedo flotar, es porque ya no existe cosa alguna capaz de atarme.
"Thoughts arrive like butterflies..." oí a lo lejos, como la clásica sensación de que camino entre soundtracks, sin embargo, Eddie era real en mis oídos y sin percatarme, toda la gente se volteaba a ver cómo coreaba sin pudor el tema que Él cantó para mí esa tarde de Febrero, cuando vimos pasar las horas sentados en esa banca frente al mar y el sol me regaló sus últimos instantes de luz para no perderme un solo detalle de esa sonrisa amplia y sincera que tantas veces suplió los "te amo" que nunca más fuimos capaces de repetir; esa sonrisa inolvidable con que lo conocí hace ocho años atrás, cuando le encontré descansando sobre el césped y con la vista perdida en pensamientos que se elevaban sobre Él; esa sonrisa que con el tiempo se transformó en el más fiel recuerdo de su esencia...
El tema aún no acababa de sonar, cuando de pronto comencé a sentir una súbita taquicardia que me hizo temblar las piernas, y me detuve repentinamente en medio de la gente con la mente en blanco. Una sonrisa familiar me había paralizado. Era Él, que caminaba directamente hacia mí sosteniendo entre sus brazos otra pequeña parte suya. No se percató de mi presencia hasta que estuvo a unos cuantos metros considerables de distancia, suficientes para detenerse al igual que yo y quedarnos con una sonrisa torcida y congelada que se prolongó incómodamente por segundos eternos.
- ¿Andrea? - Me preguntó innecesariamente.
... Si poh'. - Le respondí. - Tanto tiempo, ya ni siquiera me reconoces...
Le besé la barba incipiente de la mejilla y me detuve a mirar al pequeño ángel que dormía en su hombro.
Sabía que iba a ser inútil que lo ocultaras. - Le dije.
Jajaja - Rió nervioso - Se llama...
Ignacio. - Le interrumpí.
Sí... Ya va a cumplir tres años.
Me acerqué al niño y noté que había heredado la misma nariz de capullo de Él; no pude evitar sonreír y acariciar suavemente su sueño.
¿Puedo? - Le pregunté estirando los brazos.
Me cedió al pequeño con cuidado, y sin despertar se acomodó en mi hombro.
Estoy sorprendida, Pablo... - Le dije. - El nacimiento de Ignacio te hizo un hombre serio, pero veo que en él depositaste a ese niño adorable que traías dentro...
Sí, tal vez... No fue tan trágico como pensaba. Pero tú también has cambiado, hace mucho que dejaste de ser la niña de 13 años que era tan tierna, jajaja... ¿Todavía estás estudiando?
Terminé este año, de hecho es mi último día en Santiago...
¿Y no vuelves más? - Me preguntó sorprendido.
No creo, ya no quedan más cosas que me liguen a esta ciudad... - Le dije con dificultad, intentando ocultar mi voz quebrada.
Abracé al niño con tristeza, me esforcé por no derramar ni una sola lágrima y mientras Él me observaba en silencio, le dije:
¿Sabes? En mi vida siempre han sido cosas horribles las que han dado término a ciertas etapas... Pero esta criatura es hermosa...
Me quedé absorta en sus ojos, parecía que años de sufrimientos y de un amor atormentado, encontraban consuelo en ese momento único en que al sumergirme en su mirada, comenzaba a encontrar todas las respuestas y todas las frases jamás dichas, por la cobardía absurda que hoy sentenciaba nuestra historia. Las lágrimas comenzaron a descender en silencio sin poder disimularlas, y Él no pudo evitar esbozar una sonrisa resignada pretendiendo ocultar el brillo ineludible de sus ojos. Se acercó despacio y me abrazó o, mejor dicho, nos abrazó, y sentí como esa yaga profunda que me acompañó durante años, comenzaba a cicatrizar, a sanar, a purificar lentamente... Y por primera vez, sentí que perdonaba con generosidad. Perdoné mi obstinación, mi subjetividad; su ingenuidad, su versatilidad; perdoné nuestra inmadurez... perdoné nuestra huída... Perdoné esta dulce ilusión de lo que fuimos y de lo que no pudimos ser... Suavemente posó sus labios sobre mi frente y me besó como absolviéndome de toda culpa. Lo miré un instante y le regalé una sonrisa como las que me pedía antes.
De pronto, el pequeño comenzó a despertar y lo acerqué hasta su padre. Mientras lo cambiaba de brazos, noté un cartel improvisado que colgaba dos tiendas más allá y que decía "Hoy 29 de Febrero, cerrado por duelo." Sin ni siquiera esperar a que terminara de acomodar al niño, lo abracé y susurrándole al oído, le dije:
...¡Feliz Cumpleaños!
Jajajaja, gracias, mi niña... - Dijo un poco más aliviado.
Mientras lo abrazaba, noté que en el hombro vecino yacían los ojos de Ignacio, que abiertos de par en par, me miraban tímidamente. Entonces, me sonrió.
Pablo... - Le dije incorporándome. - Está claro que debería ser yo quien tenga que darte un regalo, pero todo esto ha sido tan extraño, que no me queda más que darte las gracias, gracias por este regalo tan lindo que fue aparecer así, tan sorpresivamente... a pesar de los años. - Tomé algo de aire y continué. - Evidentemente esto no fue acción del azar, hoy es mi último día aquí y de cierta forma, lo único que tenemos seguro en este momento, es que ya no nos volveremos a ver... Y lo que menos quisiera, es volver a esperar otro par de años para despedirme, por eso agradezco esta oportunidad de estar conciente de ello y entenderlo. Perdón si me desatino, pero no te preocupes, todo va a estar bien...
Me acerqué, cerré sus ojos con los dedos y lo besé. Sentí la misma suavidad de esos besos de antaño, cuando bebíamos litros de luna mirando su reflejo en el mar; la misma sensación de estar buceando en su interior...; el deseo de fundirnos; de abrazar sus entrañas... Poco a poco acaricié su rostro, tratando de memorizar cada forma, cada surco.
Todo va a estar bien... - Le dije en tono de paz.
Entonces, se alejó para mirarme a los ojos y así, quizás, permitirme interpretar su mirada sincera, ya sin trabas. Se acercó nuevamente, esta vez para susurrarme Él algo al oído. Luego de un instante sin saber cómo reaccionar, le miré incrédula mientras Él asentía con la cabeza y me abrazó para impedir que siguiera buscándole una explicación... Correspondí su abrazo y elevé una sonrisa al cielo.
De pronto, un sentido de desprendimiento hizo que le besara en la mejilla junto a un "adiós" que articulé temblorosa y sin pensarlo lo solté y salí corriendo sin saber hacia dónde, del mismo modo en que lo hice cuando lo conocí. Siempre he sentido que las despedidas son angustiantes, independiente de cuánto dure la distancia y, ahora, lo sería con mayor razón.
Corrí sin percatarme que se estaba haciendo de noche, ya no quedaba una sola ánima y, sin detenerme, atravesé la calle. Estaba hecho, ya no seguiría su mismo camino. Paulatinamente, comencé a disminuir la velocidad, y me resigné a caminar. Me senté en la acera a profundizar lo ocurrido y me fue imposible. Ya no había nada más que pensar.
Son más de las 12 de la noche, y sigo sentada aquí, sin recordar el motivo real por el que salí del departamento esta tarde. Estoy fumándome un cigarro deformado por la corrida frenética... Al menos volvió a dejarme el mismo sabor a menta de otras épocas.-
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Foto del autor Francisca Torres
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Descripción

Un amor que vuelve para decir adis.-

Palabras Clave: Amor nostalgia dolor agradecimiento ciclo madurez tiempo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Francisca Torres

Derechos de Autor: Francisca Torres


Comentarios (1)add comment
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J.M.

No creeo que leas este comentario pero este relato muy belo y atrapante eh, como me gustan, drmáticas.
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January 22, 2011
 

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busy