Llego a una ciudad de élitros
y dejo mis espectros elitescos.
Por prohibición, dejo mi umbra
y el vaho que cargo de equipaje.
Camino entre seres obstinados
en tener la frente siempre erguida.
Diecisiete lunas me saludan
y me dan un ejemplo de su clarividencia.
Aquí las mareas son más bajas
y no existe el caos de los hombres frenéticos.
Me sentaré con mi caso en la neblina
para descansar mi corazón tan trémulo.