RUBI
Publicado en May 07, 2010
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   Rubí. Rubí, dijo, o pensó, mientras se llevaba sin darse cuenta dos dedos a la boca medio entreabierta, todavía aturdido por ese raro sueño en el que Rubí lo llamaba desde el palier oscuro que bifurca las escaleras. Rubí le decía: Un día Die, un día más, con los ojos fijos puestos en él, repitiendo como un mantra: un día, un día die; mon cherie, repetez... un jour,  con la voluptuosidad y la cadencia de su boca perfecta. Fue una tarde destemplada de un sábado cuya fecha no recordaba cuando se le ocurrió que esa boca redonda y triste tenía que nombrar a la mujer que la hacía vivir. Esa misma tarde la pasó a buscar y se fueron a Profundidad. Acaso avizorando las posibilidades, las sombras, las grandes esperanzas, frágiles como todo futuro, que les deparaba de ahí en más eso, todo eso que empezaban a hacer (encontrarse primero, después de meses de hablar sin voz y sin verse la cara -esa rara magia telemática de la vida posmo- y también de ver al otro sin ser visto: primero ella, en un bar, una noche, cuando ¿sintió? que le gustaba. O que le parecía bonito. Bien parecido. Bien parecido a ella. Después él, un mediodía de mayo, admirandola pasmado desde la vereda de enfrente caminar como quien se deja llevar flotando, como quien tiene el descaro de patinar en zapatillas de tela de media caña, con todo el sol asomándose por detrás de los techos y las paredes grises, allanándole un milagroso corredor de luz. Un día Die, un día qué, se escuchaba decir en el sueño, y ella, que parecía triste, alternaba la frase lacónica y un poco misteriosa con un canturreo bajito. Una música que le cantó alguna vez mientras tirados en el sofá intentaban terminar de cantar una canción. Un valsecito con letra y acordeón que a él le traía la imagen de fruterías callejeras, de alegres fragores de un colorido decorado de mundo, de ventanas abiertas con sus balcones de barrotes labrados y sus pasajes adoquinados y sus cafés. De una Europa que se parecía más una suma de imágenes evocadas por otros, por el arte y la literatura, por la música y la política, por las ruinas del imperio y de la religión, en suma, por su profuso imaginario, que la verdadera vieja Europa. Rubí. La pensó, volvió a nombrarla, ya sin darse cuenta. Se levantó y fue hasta la cocina. Se tomó de dos tragos largos medio botellón de agua casi sin respirar, eructó fuerte, abriendo bien la boca, como cuando era chico -hay tantos detalles triviales de la vida cotidiana que se escapan sin un sentido aparente-. Volvió al cuarto, se quitó la camiseta transpirada, se puso un poco de talco en el torso y en las axilas, y en cueros caminó por el pasillo hasta las escaleras. Ahí se sentó, mirando el mismo palier donde la había soñado diciéndole un día, un día Die, un día más, un jour de plus mon cherie, un jour... ¿hier, matin? Oh! Aujourd'hui! Y se quedó un rato largo sentado en el primer escalón, cavilando esas palabras insensatas y oscuras. Lo sobrecogió la idea de que el sueño podía ser un llamado, un puente colgante, un grito angustioso emergiendo de las profundidades informes a la superficie blanca de la conciencia. En ese momento, un instante después de amonestarse esa idea baladí, la extrañó. Con una fuerza impensada la extrañó. La sintió lejos, lejísimos de ahí, de ese palier, quien sabe bajo el gélido cielo de qué remotísima ciudad de Europa. De una que ya no existe. Asgärd, por ejemplo. Meditó que la soledad no era ni un pájaro multicolor que ya no tiene alas para volar ni una añorada isla arrebatada; ni siquiera eso que sentía cuando bien entrada la noche se obligaba a dormir mirando el techo. La soledad, ahí, en ese ahora, era para él una espantosa y abismal sensación de lejanía.
¿Qué significa ponerse a pensar en alguien con quien compartimos lo que es digno de compartirse mientras el fangoso terreno de las posibilidades es una bruma demasiado espesa ahí adelante, un camino de tierra y polvo que se transita de noche mientras desde un viejo cassette el tenso increscendo de Sgt. Pepper revela su abismal dimensión sonora? Compartir la mesa, la cama, el sexo, los besos, el sueño. Compartir no solamente todo eso sino además lo que discurre y está destinado a perderse para siempre en un limbo.
Eso también es la vida.
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Foto del autor Mastromoro
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Descripción

Palabras Clave: rub

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Matteo Edessa

que buen FINAL, que buen remate, que bueno es conocer al escritor para luego en la secuencia de recuerdos de uno , comprenda el objeto de inspiración, La boca perfecta , estabamos todos alli es decir inocencio, yo, vos obviamente cuando fue que lo dijiste, se lo dijsite para que sepa , que ell era la de la boca REDONDA, cuantos años pasaron de esa boca que supo a limbo, 9 años,che? y sin embargo acá esta , apenas rescatada del limbo por este escrito,pero ella era la dueña de la boca perfecta. Aunque la vida de ella tambien siga por alli y el piropo lejano lo hubiese olvidado al siguiente segundo. y aunquehoy no recordemos su nombre más que por su facción con adjetivo y decidas entonces haberla llamado RUBI.
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September 09, 2010
 

julieta fernandez

GUAUUUUUUUUUUUU. FELICITACIONES
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July 27, 2010
 

inocencio rex

redonda.
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May 07, 2010
 

Mastropiero

Gracias Rex. Homenaje a la nínfula de la boca ferpecta. Abraxos.
Responder
May 07, 2010
 

inocencio rex

...ese limbo también es vida...
qué estribillo, daga!
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May 07, 2010
 

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busy