Hace nueve años que no estas, ya van ocho cumpleaños a  los que has faltado, miles han sido las horas que te he extrañado. Muchos han sido los obstáculos que he superado en tu ausencia y grande el vacío de tu presencia. No ha sido fácil, bien lo has de saber,  nada fácil, era cierto eso que dijo mi tía semanas después de tu muerte, que cuando tu papá o tu mamá muere, no importa que hagas, que tan exitoso seas, cuanto madures, ni cuanto tiempo pase, siempre harán falta, en todos los momentos de tu vida y por igual, cuando te la pasas mal, lo extrañas porque no esta ahí para una palabra de aliento, cuando cosechas algún éxito, te hace falta para que vea cuanto has triunfado, el día del padre porque no esta para congraciarlo y así en cada momento. Vaya que me sentí comprendida aquella vez, que mi tía me confeso su mayor conocimiento adquirido con la muerte de su madre, mucha pena que me ahorro la verdad. Pero ahora que lo pienso, exactamente ocho años y trecientos sesenta y tres días después de su partida, su falta es igual de dura y miserable como cuando supe por primera vez que no lo vería de nuevo. Los primeros tres años fueron terribles, el dolor agudo y despiadado de su partir, de su no estar, era incontrolable e insostenible, era un dolor profundo de tristeza, de llorar sin parar, las noches sobre todo, eran las mas duras, no había consuelo, no había respuesta, éramos solo mi cuarto y yo, la penumbra de la noche, la miseria de la vida, el insostenible espíritu de mi ser agotado pasadas las 2 de la mañana de tanto llorar, eso no era vida. Luego esas noches fueron desvaneciéndose poco a poco, como dije, pasado tres años, todo comenzó a marchar un poco mejor, acepte quizás inconformemente aunque suene incoherente la realidad de que lo que paso, paso. Ya no volverá,  ya nada será como antes o creo más bien que el nacimiento de mi hermano me lleno de tanta alegría que olvide lo mucho que me dolía la partida de mi papá, la oposición a la muerte me dio esperanza, es decir, la vida, el nacimiento propiamente de un ser que había sido concebido obviamente después de la muerte de mi padre, un ser que es mi hermano aunque solo por mi madre una persona que sin poderes, ni fuerza, ni mucho menos voluntad, cambió el rumbo, revivió la esperanza y sobre todo, tal cual pintor, dio color a mi vida. Ya tiene cinco años, es inteligente, me adora tanto o más que yo, creo que nuestro amor es único entre hermanos, hay complicidad en ambos, si no existiese una diferencia de edad de 18 años viviríamos aún mas felices entre juegos de días enteros, compartiríamos en los recreos después de clases e incluso quizás ni siquiera tuviésemos amigos.  Pasaríamos horas y horas en el patio trasero de nuestra casa jugando, compartiríamos cuarto aunque hubiesen de sobra. Nuestra relación quizás seria más perfecta, aunque realmente más no creo. A pesar de nuestra diferencia de edad, la distancia de nuestras casas, del escaso tiempo que le dedico, el sabe bien que no existe nadie mas grande en mi vida que el, sabe que esta a la par con mi madre, sabe que es mi amigo especial, mi campeón, mi rey, mi vida. El sabe que daría mi vida y mas por el, sabe que con el lo tengo todo y que sin el, no existe nada. Sabe cuanto lo amo y cuan feliz me siento y viva de tenerlo en mi vida. Y se, que mi papa hace 5 años que descansa en paz, porque me mando al mejor de los ángeles a cuidarme, para hacerme feliz y cada año mi papa celebra el hecho de que su guardia cumple a cabalidad su trabajo, porque con toda seguridad, jamás encontrare un amigo con Juan, mi hermano, mi consentido, mi angelito. Lo mejor que me ha pasado en toda la vida, como dicen, el tiempo de Dios es perfecto. En éste escrito doy prueba de ello.
A dos días de cumplirse noveno aniversario de la muerte de mi padre,  Daniel R. Hernández H.
 
Daniela Hernández Camarán
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