Un sombrero, una flor cualquiera y un diablo
Publicado en May 24, 2010
Prev
Next
Image
¿Que si el mundo ha llegado a su fin? Lo sé.
¿Que nada merece salvarse…? ¿Qué decir de eso? Yo mismo decidí que así fuera, cuando me harté de tanta inexactitud en todo aquello que se suponía perfecto.
Hace horas empezaron los gritos, y con ellos vino el caos, siempre tan pomposo con sus colores de sangre, sus ajuares de golpes y sus encajes de carne desgarrada. Al final todo acaba en lo mismo: llegan las moscas, sus huevos y sus larvas, la equimosis, la descomposición, la ruina… Y luego, huesos y polvo. Eso no es del todo reconfortante, sencillamente es inevitable. Hacemos lo que debemos, y por lo general, en mi caso, lo que “debo” es lo que he escogido hacer desde que cambié de forma. El silencio, la paz y la quietud son dádivas extra, ganancias inesperadas con las que alguna vez estuve soñando, y que ahora están próximas. Porque nada hay tan tranquilo como un gran cementerio que lo abarque todo.

La primera ciudad de mi periplo se ve hermosamente incendiada… “¡Arde Roma, arde, con todo y tus pulgas, cucarachas, piojos, hombres, mujeres y niños, con los que son y los que eran relativamente inocentes…! ¡Arde con tus enfermedades y tus salvadores prefabricados, arde con tu destino, arde con el corazón, arde con tu orden y tu moral de putas rezanderas…!”
Ahora los edificios son los barrotes de una jaula donde se queman los simios. Y su olor es fétido, vivos o muertos apestan. El mal aliento de su Dios, caminando, meando, fornicando y defecando en la Tierra que les regalaron sin hacer mérito…
Pero nosotros estábamos antes. Y luego también estaremos…
La ciudad es una inmensa tea, y sus llamas lamen el cielo, es un adiós lumínico para la iniquidad y sus testaferros, y también para la plaga de infaustos resentidos que durante los últimos siglos dieron por llamar misantropía a sus rencores personales y a sus traumas impúberes.

Ha venido el viento, y le acompaña todo lo que ya he dicho, y lo que me faltaría por decir, pero que no hay necesidad de especificar. Igual, nadie vivirá para escucharlo…
Qué curioso, esa anciana ha llamado mi atención. Quise pasarla por alto, aletear mis cuchillas y elevarme por sobre las nubes… Fracasé, un nuevo exabrupto, y pese a que este reciente es menos grave que cuantos me llevaron al antro de Sodoma antaño, igual me avergüenza tener que admitírmelo. No he dejado de mirar a la vieja, me detuve en esta colina otoñal con la excusa de ver la ciudad consumirse, mas en realidad lo hice para quedarme entre el trigo seco y absorber su imagen: es una arruga toda ella, canas y dientes faltantes, las cenizas de una belleza extinta que pudorosamente se cubre con un vestido blanco de otros tiempos. En su cabeza un humilde sombrero de paja, y en uno de sus brazos el fardo de flores, flores cualquiera de cualquier parte en la colina.
Qué poder tiene esta sombra de fémina. Se queda allí, quieta, y yo me paralizo, mas no es la parálisis del miedo, no, esto es algo bien distinto, es un influjo que me encadena al suelo, que divide mi propósito, hasta ahora tan indefectible, tan inaplazable…

Y entonces, el viento se ensaña alrededor de la anciana, y con su irreverencia le arranca de un tirón invisible el sombrero… ¡Maldito soplo, insolente fuerza natural a la que jamás pudo domar nadie…! ¡Déjala, déjala en paz, aléjate de todos sus pétalos, de todas sus flores…! ¡Todo será un mal recuerdo, y ni siquiera tú contarás esta historia acerca del horror final…!
… Sus manos son tan lentas, no logran atrapar el sombrero… ¡Qué horror, azar con la mortaja de la tragedia…!
Me muevo velozmente, dos aletazos cortantes en el espacio bastan. Estiro mis manos, mis garras retorcidas son ahora un cepo… atrapo el bien perdido de la vieja, sabiendo que no ha podido ver con claridad mi movimiento. A veces somos tan inmateriales, tan disueltos, tan… No viene al caso.

Me acerco a ella un poco menos rápido, pero por su expresión sé que ha vislumbrado algo de lo que soy… ¡No, no soy un espanto, ni un mísero vampiro, ni un licántropo, ni un alienígena, ni un errabundo espíritu maligno…! ¿Será eso lo que piensa? La verdad no lo sé, mi confusión me impide aclarar lo que pasa por su mente… Esto es un pasmo, un éxtasis, un lapsus…
Le alargo el sombrero y lo toma con prevención, pero con una carencia de temor equiparable. Cuánto carácter tiene esta criatura, de pie ante las fauces de la bestia, firme y sin temblar, aunque en su acto corra el riesgo de rozar las fauces de un enemigo.
Hipnótico movimiento, cuántos enigmas en un simple brazo estirándose, en unos dedos sujetando el humilde tejido y llevando enseguida un objeto por de más trivial hasta la testa de la mujer-otoño…
-“Gracias…”
Le oigo decir. Poderoso sonido, una voz profunda que bien podría ordenarme cualquier cosa a la que no podría negarme…
Es mejor huir cuanto antes, ir a la siguiente ciudad, tomarme unos instantes para disfrutar el pánico de mi advenimiento, y luego incendiarla hasta sus cimientos. No voy a detenerme más tiempo en esta colina, ni a olfatear las flores que en el brazo de la vieja siguen enviando su espíritu odorífero a la distancia, indiferentes del rumbo que deberían tomar. Tengo un planeta que violar. Cada gusano será exterminado.
Me dispongo a retirarme cuando las palabras de la vieja me detienen:
-“Debe ser cuidadoso, parece que ha llegado el fin del mundo.”
En un afortunado instante, recupero toda mi confianza, toda mi soberbia. Soy yo el maestro de ceremonias de la más reciente maldición que azota la Tierra, y eso es un honor, un privilegio.
-Lo sé, - le digo - era inevitable. Algún día iba a tener que acabarse…
Me tiende una flor cualquiera de entre todas las demás. Es blanca y pequeña, una borla de pequeños pétalos incrustados alrededor de una corona solar. No me tardo en tomarla, experimento el placer de mi contacto con la poderosa vejez de la mujer. Me doy la vuelta, le muestro la espalda y decido otorgarle la vida, igual, no debe quedarle mucho entre los vivos, la naturaleza me ahorrará el trabajo de “transformarla”.
Mis alas rasgan el aire, ecos afortunados de gritos desafortunados entran en mis sesos por el portal de mis oídos. Hay trabajo qué hacer, aún nos queda tiempo para morir.

Me voy y la dejo allí, con su sombrero, sus flores cualquiera y su colina. Ha sido el último obstáculo. En lo sucesivo, todo será diversión, placer y deber… Nunca es tarde para recapacitar y volver a ser un adefesio…
La flor blanca se queda conmigo en los siglos subsiguientes.


Larshet Maximilliam Devonnair
Página 1 / 1
Foto del autor Larshet Maximilliam Devonnair
Textos Publicados: 16
Miembro desde: Apr 03, 2010
0 Comentarios 296 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Un atardecer cualquiera

Palabras Clave: gtico apocalptico depresivo diablo dios flor vejez demonio destruccin existencial

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy