Las Violetas
Publicado en May 30, 2009
Se observaban impávidos. Sus ojos se estrellaban unos con otros en miradas desesperadas. Cada uno de ellos esperaba que el otro reaccionara, que al menos dijera algo. Esta vez no estaba Martín; él era quien en estas situaciones tomaba las riendas y ponía fin al asunto. Ellos, sin más, no sabían bien qué hacer y tomaban temblorosamente aquél pequeño libro plastificado, pasándolo entre sus manos sudorosas. No se habían preocupado en absoluto, ni siquiera lo habían pensado; nunca habían caído en la cuenta de que ese momento llegaría, y por eso, en ese instante, estaban dubitativos, incómodos, con los ojos desorbitados y nerviosos. Si bien parecía algo común, ninguno de ellos estaba acostumbrado a hacerse cargo de un momento así, y hablar con el de pantalón negro y camisa blanca, que los miraba fijamente . Él ya hacía varios minutos estaba esperando una respuesta y, claramente, se estaba impacientando. Cada un par de segundos miraba su reloj, demostrando su apuro; además éste no era el único asunto que debía atender. Según se apreciaba a simple vista tenía motivos para estar apurado. Amablemente le quitó a Raúl el Libro de las manos, poniéndolo en la odiosa posición de decidir rápidamente y sin saber cuanto le costaría la decisión. Angustiado, pero tratando de disimularlo miró a sus tres compañeros de aventuras en un hálito de esperanza de que alguien más hablara por él, pero notó que ahora, ya que Martín no estaba, como el hombre que era debía hablar por todos. Aclaró la voz, hizo una última recorrida por la mirada y todos, viendo que asentían con la cabeza, como dándole el empujón que necesitaba para hacerlo, juntó las manos, poniendo la derecha sobre la izquierda, y dijo:
-Podría traernos un cortado en jarrito para cada uno. Gracias. Al fin, el suplicio había terminado.
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Abel Suarez
soledad
Cristian Omar Alejandro Graf