La cena II, Parte 3 continuacin de" Comienzo de un cuento"
Publicado en May 29, 2010
(continuacion) Pocos, poquísimos, sus pensamientos fueron urdiendo aquella posible historia: en cuanto terminara el año abordaría el avión. Bajar como un pájaro en Mar del Plata planeando sobre la costa no le iba a exigir mucho; aunque estuviera cargada de telas, sabría donde disponerlas, y la luz de Mar del Plata era lo que esperaba para que sus pinceles hablaran por ella.
El sueño la fue venciendo y sacudió su mano como despidiéndose del día, mientras se cubrió con la sábana que olía a alhucemas, porque justamente esa mañana ella había puesto debajo de la almohada un ramito que la regalara Sergio. El día siguiente comenzaría con una bella mañana, e iba a hacer todo lo que esperaba sobre su mesa de trabajo. "Por favor... por favor... no me deje, estoy solo...", le pidió Era un sueño común, como el de muchas noches, pero en éste, no sabía por qué, apareció el muchacho de La Cantábrica. A Julia no le llamaba la atención cuando el muchacho delgado como una rama, le repetía: "Estoy solo..." Ella se animó a tocarle el pelo, y pensó (soñó) con la infancia de ese muchacho en un día cualquiera. En el sueño miró hacia abajo y vió las zapatillas viejas de sus pies, y de nuevo oyó: "No tengo a nadie, no me deje..." Julia sintió un fuerte viento en su cara. Pero al igual que un viento, a medida que se acostumbraba a él, se hacía más tolerable. Miraba la tez oscura del joven, y sólo quería pensar en alguna escena parecida que le hubiera tocado vivir, recordarla con plenitud y compararla con la que estaba soñando, pero obstinadamente el muchacho volvía a decir: "Abraceme, por favor, tóqueme." Este final era más una orden, y claro que la turbaba. Julia comenzó acariciando los pómulos que bajaban al fondo de unos ojos temerosos. Cotinuó besándole las cejas y acariciándole el cuello, hasta que lo abrazó, y se oyó decir muy cerca del oído del otro: "Quiero que seas feliz." Cuando el despertador sonó quiso meterse de nuevo dentro del sueño, pero de golpe tuvo la certeza que allí había terminado, y que ese deseo de felicidad hacia aquel hombre estaba sobre todo dirigido a ella: "Quiero que seas feliz, Julia." Qué difícil era ser feliz. Sonrió. Pero lo que sí le había dejado el sueño era el leve sentimiento de la posesión de ese hombre joven, entrevisto como lleno de perfumes y colores, igual a la mesita oscura que ahora miraba en la sala, con fresias y peonías encima, marcándole un pedacito de ese sueño y de esa noche. Era su pequeña felicidad instantánea. Esa mañana pasaría horas buscando analogías entre maestros de diferentes épocas, para volcar los resultados en un trabajo que leería en la exposición de Mar del Plata.
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Hoz Leudnadez
Guillermo Capece
muy agradecido por tus opiniones, sobre todo viniendo de una persona que tiene experiencia en la literatura de "largo alcance", por llamar asi a la novelistica, pero, en verdad, no se dónde ire a parar.
Saludos
Elvira Domnguez Saavedra