SEGUNDA PIRUETA “Las Sombras que Escapan del foso” (fragmento)
Publicado en May 29, 2010
I
Bienvenidos a mi pesadilla. En la entrada, un enano deforme les recibirá sus boletos para caer por el agujero del conejo hacia la tierra de Oz. Una cabeza, dos cabezas, tres cabezas, y cuatro, y cinco, e innumerables cabezas formando una hidra, nos persiguen nos prueban como a helados de frutilla, y entonces se van enredando, y la hidra deja entonces de ser un monstruo para convertirse en una serpiente de broma enredada en sí misma. Y aún sigue sin darme risa, igual que no tuve ganas de reír ni el mismo día de mi felicidad más completa… ¿Que qué día fue ese? No el día en que dejé de creer que yo era una niña pato, o una adolescente que de hermoso pájaro iba pasando a pajarraco desplumado. No, el día más feliz de mi vida fue cuando cumplí los dieciocho años, y finalmente pude abandonar la casa de mis padres. Adiós mamá, adiós para siempre, los tres metros de tierra sobre tu cadáver te mantienen venturosamente fuera de mi alcance… No puedo detenerme… No puedo detener este juego de querer y no querer en realidad, de decir lo que contradice mi sentir… Y me río dejando de ser sincera, risa fingida de maniquí en un estante por el cual desfilan las cucarachas exhibiendo la última moda… Jajajajajajaja… Jajajaja… Jaja… Ods iños on aultos con ads piednas amputaas… ¡Qué mierda!... Ya lo he vuelto a hacer, y con palabras que no son mías sino de ellos. El primero que las pronunció fue el Asustacuervos, y entonces ella copió su idea al pie de la letra. Porque le gusta como él se viste, le gusta como el se tuerce y danza, como se descose y se vuelve a coser cada vez que se ha rellenado de tripas frescas… “Señor Asustacuervos, ¿no tiene en su relleno una cara bonita que me preste para cubrirme este soso rostro que tengo?...” Claro que no, un dios del terror no se fija en una niñita mocosa e insignificante… aunque, ya no soy una niñita, dejé de serlo cuando abandoné la casa paterna… Bien llegó el día en que dije a papá que quería huir de casa, de él, de mamá y del abuelo, pero me cuidé harteramente de decirlo así como suena; simplemente me inventé lo que se inventan todos los críos cuando quieren parecer grandes y coger alas para despotricar de lo que nunca van a cambiar: dije que quería asistir a la universidad y ser alguien mejor, crecer como persona, ser útil a la sociedad, y cuantos argumentos se usan para justificar el envanecimiento, las opiniones insolentes y los airecillos estereotipados de los intelectuales de nueva generación… Me ha dado náusea. La palabra intelecto huele a burdel, a sábana de motel barato, y no es que en mi caso conozca a qué huelen tales elementos del común (y también del corriente de muchos), lo que sucede es que tengo una gran imaginación, y todo aquello que dice el hombre sabe a prostitución. Dos más dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis… ¿o setecientos, o mil quinientos treinta y uno? Y me fui de casa, con la venia de mi padre, pero, más importante, con su dinero. No soy una ladrona, me ampare yo misma de resultar siéndolo, prefiero que me digan asesina y loca (esto último no es muy en serio). A lo que me refiero es que papá sin duda se proponía mantener a su única hija, enviándome dinero cada mes para mis gastos y para solventar mis estudios. No tuve problemas por acomodarme, me hice a un bonito departamento, cercano a una zona industrial venida a menos en las afueras de la ciudad. No necesitaba mayores comodidades, igual se supone que los estudiantes ayunan y ayunan, beben, fuman, se drogan y fornican. ¿Necesitas una mansión para hacer semejantes cosas?... ¿Qué estás diciendo, Iliam?... ¡Espera, espera por favor, déjame hablar un poco más de mí misma antes de hablar de ti!... Así es ella, hace lo que se le antoja, aunque no ayune (porque no necesita comida humana), aunque no beba, aunque no se drogue ni fornique. Su libertinaje es distinto, es una gran pirámide de sacrificios levantada para los dioses sanguinarios de la guerra, el caos y la muerte… para el Asustacuervos. Tampoco me gustaba fornicar. Ni siquiera mis juguetes lo habían hecho alguna vez, y creo que mamá y papá tampoco. Yo sabía que era la cigüeña quien me había traído, y la culpa era toda de ella, no de mis padres, quienes sabiamente habían mantenido sus genitales alejados y secos… bueno, creo que con excepción de papá, que ponía a gemir a la lechera cada vez que iba a verla con alguna excusa láctea, o diciendo que me daría un paseo por el campo… jejeje, jajaja, jojojojojooooooooo… Se han puesto en desorden las vocales de mi risa, por eso me tragué la i y la u. Por eso puedo tragarme otras cosas, aunque ella y yo intentamos más bien ser artistas, no gourmets. No sé si ya se los he dicho, pero de niña yo hacía cosas extrañas. Ustedes saben, sacarme los mocos, comerme las costras, mirar el vacío y el cielo rojo, asustarme y a veces hasta orinarme en la cama. Aunque de hecho no fue sólo de niña. A muchos les sigo pareciendo extraña, ya no a los mismos niños de la escuela o de los alrededores de mi casa, sino a los otros universitarios, y a la gente de la calle, y a la gente en las ventanas de sus casas, y a la gente de los parques donde me gusta ir a patear piedrecillas y sentarme a ver el horizonte sobre los edificios… me atrevería a decir que a todo el mundo le parezco extraña una vez que me conoce, e incluso antes de saber mi nombre… ¡Cuanto gusto de conocerlo, señor cuervo, me llamo Iliam...! Barón Larshet Maximilliam Lecompte
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