"Recuerdos" Parte 5
Publicado en May 31, 2010
(continuación) Julia era pintora. Más o menos exitosa. Pesaban sobre ella un premio de la Ciudad de Buenos Aires, y una medalla de oro, distinción conferida por el Gobierno de Venezuela al pintar un retrato de Bolívar y exponerlo en la Embajada argentina en Caracas. Sin embargo no era una retratista. Su pintura tenía esos esos esfumados paisajes monocordes, que nos hacen ver un árbol, o de pronto un río o una montaña, siempre simpáticos, nunca demasiado figurativos, hechos con un dejo de arrobamiento -sólo un dejo- porque el arrobamiento total lo guardaba para Sergio, que no pintaba, ni le interesaba demasiado nada, sólo los riesgosos trabajos que hacía por la noche, y claro, también vivir de ella, de lo que ella le daba. De la escasa fortuna que ella heredara (una casita en la costa, dos o tres lotes en Madariaga y un Peugeot blanco), sólo quedaba incólumne el Peugeot; lo demás voló en poquísimo tiempo a los bolsillos de Sergio, y de allí vaya a saber dónde. Pero sabía que él la amaba, se lo había dicho mil veces, y sus encuentros tenían tanta pasión que Julia lo había erguido como único ser en el mundo. Creía ser dichosa por entonces, aunque a veces, en la solitaria tarea de pintar, una congoja inexplicable le apretaba el pecho, como si un niño llorara dentro. Y era cuando tenía que abandonar todo y llegar hasta la farmacia por algún sedante. Luego la cosa se arreglaba con un rápido llamado ("¿estas bien?", "¿te veo esta noche?", "te espero."), y los pinceles volvían a amasar esa pasta olorosa y blanda para cubrir el tono amarillento del lienzo. El problema era cuando Sergio, sin explicar demasiado, le decía: -Hoy no nos podemos ver; mañana no sé. Llamame. Entoces Julia dejaba los pinceles, y echada en la cama comenzaba a consumir esas pastillitas inútiles, o bien a tomar el vino de La Cantábrica, que le hacía develar la verdad. Julia tenía 45 años. Sergio, 30. Ella era todavía una nujer atractiva; su rostro estaba, sin embargo, determinado por una inquietud interior, como si una rara ansiedad la dominara. Sergio era fuerte en su contextura, con las facciones más angulosas que jamás viera Julia, según le gustaba decir. Se conocieron en la Galería Pigmalión, ella observando unos óleos de un principiante, y él también, aunque no tanto, porque siempre andaba a la pesca de alguien con quien compartir la velada. Y esa noche su aventura se llamó Julia. Fueron al departamento de ella, y entre el humo de ciga rrillos de Julia y la desaprobación de él, entre alguna bebida alcoholica y el olor a bencina, Sergio la llevó a la cama, la desnudó, y la amó como hacía tiempo no amaba a una mujer. Tanto que no cayeron en cuenta que el sol estaba alto cuando él se despidió. Pero fue hasta la noche, porque justo a las ocho el portero eléctrico sonó, y Julia escuchó la voz de Sergio. Cenaron. Hablaron de las pocas posibilidades que existían para el artista en este país, y si no era mejor meter todo en una valija y disparar para Europa. -En estos momentos, Europa...-exclamó Sergio- no es el mejor lugar para irse. -Para un artista Europa está siempre preparada a recibirlo- respondió Julia. Ella mencionó también una postergada exposición en Mar del Plata, donde un galerista estaba esperando que se decidiera. Después, puso ese viejo disco de Gato Barbieri, bailaron suavemente, muy unidos, y él la fue empujando hacia la cama, donde volvieron a amarse. Así durante algunas semanas.
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Hoz Leudnadez
respecto al texto...siento que ya pasa a ser más claro poco a poco se tiende a no dejar de continuar, hasta saberlo todo...es una excelente forma de envolverse con pedazos suspendidos pero con maestria en la narracion....te sigo gaucho!!!!
Guillermo Capece
saludos
Guillermo Capece
gracias por seguirme: eso me obliga a ser atento con mis lectores, y a no renunciar...
Confesion: a veces no se pá que lao tirar.
Elvira Domnguez Saavedra
Daniel Florentino Lpez
Muy argentino
Me gusta tu estilo!
Lo seguiré
Saludos
Daniel