"Encuentros y desencuentros" (continuacion) Parte 7
Publicado en Jun 04, 2010
(continuación) Pero las fugas eran de ambos. Ambos pertenecían a esa clase de animales asustados que queriéndose encontrar, escapaban, intentando liberarse de algo incierto que pesaba sobre sus espaldas. Muy por debajo de estas ideas, sabían, como en una bruma, que los asustaba la vida, y si bien creían en la posibilidad de un día luminoso, no era esto de mucho auxilio, porque la pasión se les escapaba a cada momento, y a cada momento querían asirla. El rostro de Sergio parecía enflaquecido. Su voz era débil, aunque esto bien podía ser intencional:sabía que Julia estaba adentro, y quería demostrarle que aquello lo había afectado, y se sonrió por lo convencional que sonaba la frase. En realidad estaba cansado de que todo en su vida fuera una serie de serpentinas arrojadas al azar. Tocó el timbre del departamento de Callao al 800, e inspiró. Ella no estaba mejor. Tiempo atrás Carol la había acompañado al cirujano, hablándole como si fuera una niña, protegiéndola, tratando de eludir la conversación cuando el tema era Sergio. Para peor el temor le impedía formalizar situaciones en la tela, escrutar colores y transcribirlos. Los paisajes que le parecían delineados se le escapaban. No lograba pintar un solo trazo en el lienzo. Cuando él entró, Julia sonrió tristemente. Estaba confundido pues no era ése el recibimiento que esperaba. Temió que Julia le hiciera alguna pregunta que él no deseaba.El viejo asunto se entrometía. Pero no sucedió, y Julia se sentó en el sillón sin decir nada. Sergio comenzó a jugar con su llavero. Después de todo él se sentía un hombre libre, y nadie tenía derecho a tomarle su vida, y ese hijo le hubiera quitado su libertad. Claro que necesitaba a alguien que lo quisiera, pero no terminaba de entender la sonrisa de Julia que permanecía sentada y había empezado a fumar. Él hubiera querido que le ofreciera como antes una taza de café, o que el disco del Gato Barbieri empezara a sonar de repente. Intentó acariciarla. Subiéndole el pelo le besó la nuca, le recorrió el rostro con los labios, quiso besarle la boca, atado al carmín de sus labios veía el beso que deseaba darle, quiso acercarse de mil maneras, y ella no respondió. Por fin él estiró su brazo para alcanzar el llavero y terminó balanceándolo sentado en ese sillón vagamente inglés. Ese sillón donde tantas veces se habían amado, que había tomado las formas de los cuerpos desnudos, y observado las caricias de Julia y la fuerza de Sergio. Ese sillón pasaba ahora a participar del desamor, de esa rencilla sin palabras.
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Hoz Leudnadez
Guillermo Capece
mis dos unicos lectores hasta ahora. Me gusta que los entretenga esto que escribo con ganas, Gracias amigos
Elvira Domnguez Saavedra
Daniel Florentino Lpez
el del sillón
Muy bueno hasta aquí
Saludos
Daniel