"Recuerdos, dolor, y encuentro con el maestro"
Publicado en Jun 07, 2010
(Continuación) Julia estaba firme, segura. Él se sentía vacío, como si lo miraran calándolo en lo hondo de su cerebro. No sabía qué decir. Le habían robado las ideas, y un raro malestar lo cubría por entero. Se daba cuenta de que ella esperaba una respuesta, y estaba decidido a recorrer todo su cerebro para encontrarla. En tanto se paseaba por el living jugando con su llavero. Debía encontrar alguna idea. -Julia... vos no habrás pensado que yo dejé de quererte- las palabras se le amontonaban en la boca. Ella volvía a hacer pesado el silencio. Por fin le dijo que tenían un dispar concepto de la felicidad, que hablaban diferentes lenguajes, que entre ellos existía una barrera que ahora se hacía evidente. Él la veía blanca, suave pero decidida. ........................................................................................................................... Sus ojos color de miel se enrojecían, así como sus mejillas, y se ponía francamente insoportable cuando al segundo whisky le seguían un tercero y un cuarto. Entonces hablaba sobre lo que había sido su amor con Sergio, y todo su pasado se le venía tumultuosamente encima; resultaba abrumador más que doloroso oírla. Era cuando la piel de Julia se espesaba, un ligero rictus se enmarcaba en sus labios, mientras insistía que la verdad le debía ser develada, a la par que otro whisky caía en el vaso. Y era por la tarde cuando no sabiendo cómo manejar su angustia, llegaba a su departamento, chequeba para saber si su portero electrico estuviera conectado, controlaba el tuibo telefónico como si esperara a alguien, naciéndole la necesidad de sentir en su pecho el ardor de la bebida, mientras fumaba y pensaba en los tres años vividos junto a Sergio. Otras veces le pedía a Carol que la escuchara , o a alguna compañera del Colegio Marañín donde dictaba clases, o al vecino, o tocaba desesperadamente el timbre del portero para contarle lo mal que se sentía por la rotura de alguna canilla y que fuera urgente a arreglarla. Una vez allí invitaba al hombre con una copa y comenzaba con una pequeña historia de sí misma hasta que por fin se desbordaba, sin permitir que su interlocutor hiciera algún comentario, porque además éste no encontraba espacio para hacerlo. Ella había llegado a eso. (Ella, quien gustaba del diálogo, y quien -en otro momento- pensara que se había separado de Sergio sin inconvenientes, quien hacía tiempo escribiera en una esquela: "soy feliz", por escribirlo nomás, por sentir desde el movimiento de su mano ese gozo que le nacía en el cuerpo, pues en momentos de dicha sentía todo su cuerpo sutilmente ocupado), ella, ahora estaba vencida, pero no exactamente vencida -pensaba- sino con un desasosiego blando, que le impedía ver con claridad todo cuanto le sucedía; por eso tenía que llevar aunque sea un trozo de verdad a su boca, deshacer con un vaso de alcohol las lágrimas que albergaba sin salida. Un día don Ernesto Sabato la invitó a ver sus propias pinturas,pues le había interesado el temperamento suave y a la vez definido de sus óleos. Ella se transladó hasta Santos Lugares. -Pase- le dijo Sabato abriéndole la puerta. La tomó del brazo y pasearon por el jardín. -Me gusta que hagan ruido bajo los pies. Por eso no las dejo barrer- continuó Sabato refiriéndose a las hojas secas. -Pise, pise- siguió- y encontrará un placer que quizás no sea nuevo para usted, y seguramente estará enraizado en su infancia. Quizás cuando usted era pequeña jugaba en una plaza en otoño. Julia asintió. -Pienso que el placer que usted siente también debe ser trasladado a sus cuadros, junto con la textura y el color-dijo el maestro- es decir el placer debe ser evidenciable para el pintor y evidente para el observador- y miró de reojo a la invitada. -Pero para eso- continuó- usted tiene que obtener nuevamente ese pequeño o gran gozo que significa hacer crujir las hojas secas, atesorarlo, y llevarlo como en una cajita dorada... hasta el cuadro. El ya no hablaba de literatura. Pasaron al taller y las telas que Sabato le mostró deslumbraron a Julia. La mayoría eran óleos, retratos de famosos. El trazo era vigoroso. Otros transparentaban tal angustia existencial que resultaba difícil mirarlos. Parecían expresionistas, y ella hubiera jurado ver en algunas, la influencia de................, pero no se atrevió a decirle nada. Almorzaron brevemente en el jardín; antes Sabato se habìa detenido a mostrarle una tela que le entusiasmaba sobremanera: se llamaba "La tierra roja". Obviamente era un paisaje de Misiones, donde el celeste se veía apenas en la parte superior, y los bermellones y marrones y verdes, ocupaban el mayor lugar. -No conozco el autor- dijo Sabato- no está firmado- me lo regaló en Misiones un joven llamado Inocencio, que es un escritor de gran futuro. La tierra roja era para Julia igual a esos días pasados junto a Sergio que se agolpaban en sus cerebro, donde los recuerdos pugnaban por presentarse alternativamente, pero sólo lograban mezclarse confusamente, síntoma del desorden con que había ocurrido todo. Con fastidio trató de apartar esos pensamientos, y dedicarse por entero a la conversación con don Ernesto. Mientras le mostraba unas fotos de sus nietos, y otra más obscura del perro que había tenido, plácidamente le dijo que quería alquilar una casita en la costa para pasar el verano. Si disponía de la suya. Quiero sentir el mar, murmuró casi don Ernesto. Otra vez la desorganización. Parecía que todo se ponía de acuerdo para sumergirla en una constante introspección. Le dijo que no. Que la había vendido. Y trató de ser compasiva con ella misma. El mundo estaba allí para que ella lo transformara, y ella no podía hacer nada con él, salvo dejarlo quieto y esperar que pasara.
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miguel cabeza
Daniel Florentino Lpez
Los consejos de Sabato
La puesta filosófica...
Felicitaciones
Un abrazo
Daniel
Hoz Leudnadez
excelente!!!
Guillermo Capece
me gusto jugar con la historia del maestro, quizas falte arreglar algo, vere despues, cuando tome mayor distancia. Gracias por tus apreciaciones.
Elvira Domnguez Saavedra
Abrazos.