Para vivir en paz seguí a los alcatráces,
busqué a las cerezas, fuí tras tus reverberos.
Llégué a estás cumbres trepando con mis manos.
Subí las escaleras que aclamaban la vida.
Allí vi ríos de perfumados remeros
que me encaminaron hasta unas bahías.
Entonces me tendí en los baldíos
y apareciste tu rodeada de vaho.
Extendiste hacia mí tu sopor cariñoso
y me diste tus besos como una tibia imagen.
Sentí entonces crecer la paz en mis laderas
y la voz de renuncia de lo que fuera rayo.