El Ciclo de las Almas 02/08
Publicado en Jun 30, 2010
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02/08
 
  Los ojos del Galeno se habían tornado tan azules como el relámpago en el cielo. En ese momento una lluvia torrencial comenzó a derramarse gatillada por el trueno más fuerte que se escucharía aquella noche. Me sentí aliviado en respuesta a la tranquilizadora cadencia de las gotas al caer en el asfalto. Don Ángelo comenzó a caminar sin prisa hacía su auto dándome la espalda, José María Rincón, como se llamaba el chofer del Galeno, bajó rápidamente y abrió la puerta a su patrón. Me había quedado petrificado ante la revelación de aquel hombre que me inspiraba tanto respeto como incertidumbre. No sabía qué había querido decir exactamente y algo me impulsaba un conformismo peregrino que suprimía los gritos de mi curiosidad. Las gotas de agua eran gruesas y se derramaban sobre mi cabeza mientras yo me mantenía allí, cual figura de piedra, digiriendo la frase que me había soltado Don Ángelo: Le debes la vida a alguien que morirá ésta noche.
 
― ¿Qué esperas Miguel? ¡Vamos! ¡Entra aquí, amigo mío! No querrás resfriarte ¿O sí? ―me pidió Don Ángelo antes de deslizarse a uno de los asientos traseros de su negro auto.
 
Corrí rápidamente hacía la máquina y la rodeé, José María abrió la puerta opuesta a la que había usado su patrón y yo sentía que ya estaba empapado; entré y me acomodé en el acogedor asiento de cuero negro junto al Galeno. La oscuridad se había vuelto más espesa dentro de la máquina y el frío parecía haberse alejado cuando, con un portazo, José María se refugió en el puesto del conductor y esperó paciente sin decir palabra. Manos al volante y con una mirada inexpresiva que sentía me atravesaba desde el espejo retrovisor, José María debía tener unos cincuenta años. Sobre la cabeza llevaba una boina negra como su traje, adornada en la parte delantera con una especie de flor con tres pétalos dorados. Parecía un oficial de policía si dejabas de lado el símbolo en su sombrero y lo sustituías por un emblema oficial.
 
            ―Parece que la lluvia ha empeñado la tradición ―señaló el Galeno. Miré hacia la plaza donde la gente corría para refugiarse de la lluvia. En pocos minutos la gran procesión solo estaría acompañada de unos pocos fieles y el santo tendría que volver al templo antes de cumplir con el recorrido esperado o lo completaría mucho más rápido de lo habitual. Todos corrían hacía los toldos que sobresalían de las tiendas ya cerradas que rodeaban la plaza y en un instante solo quedaba uno que otro rezagado corriendo bajo sus Ceibas, cubriéndose la cabeza  y buscando un lugar para resguardarse de la lluvia. Una cortina opaca empañó el vidrio a través del cual miraba la plaza y el caos desatado por el anunciado temporal. Haría frío aquella noche. Sentí una gota de agua deslizarse sobre mi frente y la sequé con la palma de mi mano en un reflejo.
 
            ―Es una lástima ―dije en respuesta al Galeno. El me miró y afirmó con la cabeza sonriendo como casi siempre lo hacía. Extrajo un pañuelo desde el bolsillo de su saco, lo deslizó con gracia un par te veces sobre su rostro y luego lo hizo desaparecer dentro de su saco de nuevo. Arregló el nudo de su corbata y habló con calma:
 
            ―Parece que no me has oído bien allá afuera, Miguel. Te he dicho…
           
            ―Sé lo que me dijo Don Ángelo ―interrumpí―. Las bromas no son su fuerte mi distinguido amigo―sentencié tratando de imitar el tono ilustre del Galeno.
 
            ―Me temo que no estoy bromeando, Miguel. Lo que te digo es bastante serio.
           
            ― ¿Me está diciendo que alguien morirá hoy? ―pregunté. Cada palabra había sumado una cuota de miedo a la respuesta que exigía la pregunta en sí.
 
            El Galeno suspiró ante la pregunta y me miró con esa expresión que enmascaraba la falta de paciencia y entonces habló finalmente:
 
            ―José María, llévanos a Villa Luzbel.
 
            El motor rugió una vez y luego el auto quedó vibrando ligeramente durante unos segundos antes de enfilarse por la Matías Salazar deslizándose por el pavimento. Miré a Don Ángelo esperando una respuesta. Sentía que mi pregunta se había esparcido como niebla dentro del auto espesando el aire y aún no terminaba de desvanecerse.
           
            ―Espero que tengas hambre, Miguel ―me dijo el Galeno. Sabía que estaba evitando la pregunta así que no quise ser grosero y le seguí la corriente.
           
            ―Un poco, sí ―dije sin saber que más decir.
           
            Don Ángelo suspiró ante mi respuesta y respondió como si leyera mis pensamientos:
           
            ―No te preocupes por mi respuesta Miguel, en esencia ya te he dicho todo lo que necesitas saber, pero, te aclararé cualquier duda mientras cenamos en mi casa ¿de acuerdo? No hay por qué estar preocupados ―reiteró. Sin embargo, yo sentía que quería decirme justo lo contrario.
 
            ―Perdóneme usted Don Ángelo, pero me ha dicho que alguien morirá esta noche. Eso no es precisamente una noticia alentadora. Lo menos que puedo hacer es preocuparme y por supuesto preguntarle a qué se refiere ―hablé.
 
            ―Yo creo que más bien deberías preguntar ¿A quién me refiero, Miguel? ¿No crees? ―soltó el Galeno. Sus ojos no me estaban mirando en ese momento, su mirada estaba dirigida al paisaje que se deslizaba afuera. Íbamos por una carretera rodeaba de colinas y mucha vegetación, la lluvia se seguía derramando con mucha fuerza por lo que las llantas del auto hacían más ruido del habitual al rodar sobre el agua. A lo lejos, paredes de arboles cercaban el campo visual y entonces miré sus ojos estudiar mi reacción reflejados en la ventanilla. Aquella visión me sobresaltó y un escalofrío me recorrió el espinazo. Ya estábamos en las afueras del pueblo, según lo que me decía el paisaje.
 
            ―Eso sería aún más revelador Don Ángelo, pero me temo que estoy confundido ―respondí.
 
            ― ¿Confundido? ―me miró. Una ceja más arriba que la otra lo cual era señal de que esperaba mucho más de mi parte. Había aprendido a interpretar bien los gestos de aquel hombre en las múltiples pláticas que habíamos tenido.
 
            Yo asentí.
 
            El auto dobló ligeramente y entró en un callejón rodeado de arbustos verdes y altos que se elevaban para hacer de paredes a los lados del camino. Distinguí las rejas negras y altas que precedían a los muros naturales y supe que habíamos llegado. El automóvil avanzó durante un instante y luego se detuvo frente a una reja negra detrás de la cual había un camino que conducía hasta Villa Luzbel. Había visitado el lugar muchas veces cuando el Galeno me había invitado para conversar sobre mi problema, era una casa enorme de dos pisos y lujosos detalles por todas partes. La casa había sido construida hace muchos años por un terrateniente que se había alojado allí hasta su muerte, la casa estuvo abandonada por casi una década hasta que los parientes de su antiguo huésped decidieron venderla. Ese mismo año el Galeno había llegado huyendo de la guerra y había comprado la casa. En dos semanas un regimiento de sirvientes la había limpiado, reparado, pintado y decorado hasta dejarla más reluciente y hermosa que nunca. Incluso los jardines habían revivido con asombrosa rapidez y con tres meses de estadía en el pueblo, el Galeno había decidido ofrecer consultas privadas para sus habitantes cobrándoles poco o nada. Fue entonces cuando lo conocí. Don Ángelo había hecho acondicionar una habitación en su mansión y allí atendía cuatro o cinco pacientes diarios, cita previa. La casa que había sido motivo de leyendas, fantasmas y miedo entre las gentes del pueblo, había pasado a ser el hogar de un forastero europeo bastante caritativo y al que la gente acudía para aliviar sus molestias. Don Ángelo bautizó la mansión con el nombre de Villa Luzbel, que era el apellido de su padre.
 
            Ante mi confusión, el Galeno habló:
 
―Te entiendo, Miguel, no es para menos. Te explicaré cuando estemos adentro ―repitió el Galeno con tranquilidad.
           
            Un sirviente había salido de entre las sombras y había quitado la cadena de la reja, había abierto de par en par ambas hojas de la verja y el auto ya se insinuaba colina arriba hacía Villa Luzbel. El cielo se notaba más cercano al suelo en aquel lugar. Nubes oscuras de tormenta se contorsionaban al compás del viento como furiosas y enzarzadas en una lucha bestial. Destellos azules brotaban desde las entrañas de aquel brumoso firmamento desde donde una cortina de enormes gotas de agua se desplomaba sobre la tierra. La fachada de Villa Luzbel se distinguía imponente sobre la colina, las ventanas arqueadas de las habitaciones superiores con un gran balcón adelante, desprendían luz dorada entre el albo de las paredes. La entrada principal tenía un alfeizar sostenido por seis enormes columnas dóricas blancas que llegaban más allá del balcón del piso superior. Decoradas con gran detalle, las columnas daban la impresión de estar en una época diferente. El alfeizar estaba iluminado por algunas lámparas que pendían del balcón, y el área bajo éste estaba cercada por pequeños pilares blancos que unían una columna con la otra. El auto se detuvo frente a una escalera que daba al alfeizar, José María me tendió un paraguas y otro para Don Ángelo, él se bajó sin protegerse de la lluvia y nos abrió la puerta. Entró de nuevo al auto y desapareció detrás de la mansión entre lluvia. Subí junto al Galeno por la escalera hasta el alfeizar donde había una gran puerta de madera enmarcada en un arco dórico. Bajo la luz dorada de las lámparas, el suelo era de mármol blanco y casi podía verme reflejado en éste. Cuando nos acercamos a la puerta, ésta se abrió y detrás nos recibió un hombre menudo vestido íntegramente de negro. Ese era Elías, el mayordomo de Don Ángelo, un hombre noble e inteligente a quien le gustaban mucho las flores. Pasaba casi tanto tiempo en los jardines de Villa Luzbel como el jardinero cuando sus obligaciones se lo permitían.
 
            ―Señor ―saludo al Galeno inclinando la cabeza―. Señor Miguel; es un placer verle de nuevo ―dijo Elías repitiendo el gesto y sonriéndome―. Pasen ustedes, no querrán enfermarse con esta tormenta. Hará mucho frío ésta noche.
           
―Lo mismo digo Don Elías, tiempo sin verle. ¿Cómo ha estado? ―respondí.
 
―Yo diría que bien, aunque no tanto como usted ―respondió.
 
―Elías, Miguel es mí invitado esta noche. Prepara lo necesario, cenará conmigo. ―ordenó el Galeno. Elías afirmó con la cabeza y se retiró de inmediato por el pasillo de algunos metros que llevaba a la sala de aquella casa. Don Ángelo y yo lo seguimos luego de unos instantes lo que, supongo, eran una especie de norma de etiqueta de esas que el Galeno acostumbraba a enseñarme cada vez que podía.
 
La sala de Villa Luzbel era acorde con las exageradas proporciones de toda la mansión. Cuadros, esculturas y muebles lujosos en todos los rincones. Las paredes estaban tapizadas con diseños grises que se retorcían sobre un fondo blanco. Cada detalle en la mansión era perfecto. El mármol nevado reflejaba la luz de los hermosos candelabros que pendían del techo y una gran alfombra roja nacía al pie de una escalera que daba a las habitaciones superiores, la alfombra recorría la escalera que se dividía en dos luego de llegar a un descanso. A cada lado de la escalera, había una puerta enorme. El Galeno me pidió que lo siguiera y entramos en la puerta de la derecha para encontrarnos en su biblioteca privada. Los enormes estantes de madera repletos de libros cubrían casi todas las paredes, un par de ventanas abiertas por donde se veía la tormenta, rodeaban la sala en los espacios entre un estante y otro.  En el extremo de uno de los libreros había una gran escalera que permitía alcanzar los volúmenes más altos. El Galeno se sentó en su escritorio y yo me senté frente a él. En la biblioteca, todo el suelo estaba alfombrado de rojo y las paredes estaban tapizadas de escarlata con diseños dorados. Todo detrás de aquella puerta parecía distinto al resto de la mansión.
 
A su espalda había una enorme pintura que mostraba una batalla entre ángeles y demonios, el autor solo había usado distintos tonos de gris para crear la obra. Se veía un ejército de ángeles salir de entre las nubes con espadas en mano. La parte inferior del cuadro tenía una enorme grieta en el suelo, desde donde salían los horrendos demonios alados con sus armas. Miré un instante más y me di cuenta de que realmente ningún ángel se enfrentaba a demonio alguno, era como si el artista hubiera reflejado los instantes previos a aquella colosal batalla.
 
―Es una pintura hermosa ¿Verdad miguel? ―dijo el Galeno al notar mi curiosidad. Había girado la vista hacía ella.
 
―Muy hermosa, si ―apoyé.
 
―Y real ―dijo él. Su tono había sido reticente lo cual me inquietaba―. Refleja nuestro interior Miguel, la continua batalla que se libra en nuestras almas ―agregó sin quitar la vista del cuadro―. Además, digamos que, refleja justo lo que te pasa en este instante mi joven amigo ―agregó. Había dicho aquello mirándome directamente con sus abismales ojos. Algo en el Galeno comenzaba a inquietarme más de la cuenta.
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Una novela corta llena de suspenso, misterio y narración descriptiva que cuenta la dramática historia de Miguel y los eventos que lo llevaron a su extraña muerte...

Palabras Clave: novela corta llena suspenso misterio narración descriptiva cuenta dramática historia Miguel eventos llevaron extraña muerte ciclo almas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



Comentarios (7)add comment
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Francisco Perez

Gracias!! Espero le guste!! Saludos!!
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July 07, 2010
 

Guillermo Capece

Muy bueno; te sigo en el tercero.
Responder
July 06, 2010
 

Angelica

Me gusta mucho esta historia... Villa Luzbel, segun lo que describes, me parece escalofriante..! y bueno me intriga mucho la actitud de Don Angelo. ¿Cuales serán sus intenciones? ¿Quien morirá? Te seguiré leyendo para descubrirlo...!
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July 03, 2010
 

Francisco Perez

Muchas gracias por sus comentarios, es un honor ser leido por ustedes Roberto y MAría... Y definitamente, la respuesta a ¿Se trata de la historia del demonio y el ángel? Quedará contestada en el resto de los capitulos, espero quede gratamente sorprendido.... saludos!
Responder
July 01, 2010
 

Roberto Langella de Reyes Pea

Bueno, advierto que trabajás con descripciones profusas y un ritmo demorado, que no obstante, está muy bien desarrollado, no resultando aburrido para nada.
Por otro lado, tenemos otra vez la historia de Miguel y Luzbel, ¿no?; el arcángel y el demonio a quienes tus dos protagonistas representan, por lo menos hasta ahora, a menos que tu historia en los próximos capítulos se vuelva definitivamente fantástica... Por ahora, podemos pensar que todo se trata de "coincidencias" (los nombres, los relámoagos a las palabras de los viejos, el rojo predominante de la sala y la pintura de la batalla). Nada, quizás deba esperar a que termines de subir tus ocho capítulos, para darte una respuesta definitva, un comentario. Supongo que darás unas cuantas vueltas de tuerca, a una situación que de otro modo podemos tomar como bastante trillada.
Pero bueno, estoy dispuesto a dejarme sorprender, así que seguiremos con las lecturas de estos capítulos, que de cualquier manera se disfrutan leyéndolos, tanto como vos seguramente los disfrutaste al escribirlos. Un abrazo.
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June 30, 2010
 

Roberto Langella de Reyes Pea

"los relámpagos a las palabras del viejo", quise decir.
Responder
June 30, 2010

María de la Paz Reyes de Langella

Dios quiera que nunca me encuentre con el Doctor Luzbel, porque yo no tengo la paciencia de M;iguel. Si hay alguien que detiene el tiempo, ese eres tú, como narrador eres increíble, demenuzando cada detalle de la casa, del entorno, de la decoración y hasta de los gestos y vestimentas de cada personaje. Me parece que me sumerges de pronto en un plano aparte, en un mundo tóxico. Y eso es la finalidad del escritor. ¿Qué más puedo decirte? Espero los siguientes capítulos. Estrellas y un beso.
Responder
June 30, 2010
 

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