-Puede ser-, acepté la infamia, altanera y  negligentemente, como el boludo que soy. Isabel se soltó de mi abrazo.
-¿Qué te pasa?- pregunté.
-nada.
Por la soledad abrazamos el misterio. Solos, nos acercamos a ese punto donde Todo y Nada son Uno. Al misterio de la existencia lo hallé encerrado en esa "nada" venida de sus labios impasibles.
-estoy confundida-, remató.
Así, paralizado por el asombro y desesperado besé en bocanadas los fríos, los terribles labios que me desgarraron como metal encarnado en la boca frutada de una perra desconocida.
Y la puteé con verdaderas ganas.  
Y todo se cubrió con el velo negro de la pena.
¿Por qué debía tolerar la altanería de esta arpía cuando aún yo merecía otras mil y un noches de aventura? Todas aún miraban, como invitándome a vivir mil y un vidas en universos únicos, ocultos en cada una de ellas.
Llegué al punto de querer sacrificar, asfixiar a Isabel con la almohada.
Estamos condenadamente solos.
Lo supe aquella noche.