Eternos soliloquios del vino X (Buenas noches)
Publicado en Jul 25, 2010
Se alzan los acordes oscuros de la gran pirámide. Sus rocas negras iluminan los semblantes con su brillo. El aire se huele con el tiempo, nada suspira al vértice. Estoy sólo, encerrado en este laberinto de joyas, condenado al trabajo forzado. Mi pala labra la tierra más húmeda, y el pico trabaja lento para expandir los espacios de la mente. ¿Trabajar en túneles? ¡No! Mejor por una causa más noble. Entonces me vuelvo esclavo del paraíso. ¡Ja! ¿Y tú? No contaba con alguien así. –No te preocupes mi amigo, Todos nos miramos en un espejo ante los juicios. Cuando el cristal cedió y regresó fuera de la vida. Y así vuelan los espejos rotos de una mirada objetiva que jamás encuentra el tiempo de su explosión. -Aquí me quedo. Dijo. Y se perdió en la penumbra que ahora ilumina esas viejas rocas. Soportando la especie, antes que los barcos vuelen el océano. Qué extraño, los dientes suelen mostrarse en una sonrisa. Así el guerrero despertó en la noche enlunada, y desenfundó su filosa piedra. Que cortó el firmamento y desafió a los dioses en las Tierras que acudían dueñas de los laberintos de la razón.
-Aquí he venido. A desesperar la tragedia. He visto esclavos que se suicidan. -Lo sabemos. Actúe con consentimiento de toda la tierra. -Sin su permiso. La obligación sería la primera máscara desechada de la humanidad, nadie quería estar obligado y así se perdería el camino más difícil que se conociera jamás.
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G. F. Degraaff
inocencio rex
G. F. Degraaff
inocencio rex
G. F. Degraaff
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