UN RELATO PELIGROSO
Publicado en Aug 05, 2010
Prev
Next
Image
                                           UN RELATO PELIGROSO
              Dentro de un sobre que me era familiar, yacía sobre el pupitre del comisario la prueba irrefutable  por la cual esa tarde vinieron  a buscarme a mi casa con la orden de detención  dictada por un juez. Observé  al comisario, gordo y de bigotes negros como todos los comisarios; se lo veía algo desorientado, parecía no comprender qué era lo que estaba sucediendo. Yo no me sentía un delincuente  y ciertamente no lo era, sin embargo, la prueba estaba frente a sus pequeños ojos marrones y apenas saltones, al costado de su mate lavado y apenas tibio, y dentro de un sobre cerrado y apenas lacrado.
               Me miraba de reojo y con recelo, mientras ojeaba el contenido del grueso envoltorio de  papel marrón donde figuraba mi nombre. Alrededor del comisario se había formado un cordón de gente curiosa que observaba la prueba como si lo hiciesen frente  a un recién nacido prematuro. El teléfono no paraba de sonar, era seguramente  mi mujer, que sorprendida por la noticia quería saber qué era lo que estaba pasando.
           Lo sacó del sobre, lo tomó con desconfianza, como si nunca hubiese visto algo similar en su vida, o lo que era peor aún, como si fuese una bomba a punto de detonar. Y no era para menos, ya que se traba de un libro y más precisamente de mi último libro de cuentos, el cual hacía  dos semanas que había cobrado vida en las vitrinas de las  librerías de la ciudad.
-¿Qué pasa, está tan mal escrito que me llevan preso por eso?, le pregunté azorado.
            El comisario me echó un vistazo sin entender lo que le indagaba y siguió  husmeando en el sobre. Quizás algún día se llegue a ese estado evolutivo de la especie humana en que a uno lo lleven preso por ser un mal escritor, pensé;  pero no era el caso, ( eso creo).
- Muy bien, dijo el gordo,  lo escucho.
-¿De qué quiere que le hable, si ni siquiera sé porque estoy aquí? Exijo una explicación, y si fuera el caso, una indemnización, dije alzando levemente mi voz.
              De pronto, un pequeño revuelo se forjó dentro de la habitación. Otro policía, éste más flaco, pero también con bigotes negros, y un uniforme azul  impecable, se acercó y le susurró algo al oído del comisario y éste asintió con la cabeza y me miró fijamente, construyendo sobre sus pupilas la edificación de mi culpabilidad.
-Estás liquidado nene,... búscate un buen abogado.
- No entiendo qué es lo que está sucediendo....
               Una mujer  bastante atractiva, pero a su vez,( lo que era curioso), poco femenina, le sirvió otro mate al gordo mientras leía mi libro y balanceaba su cabeza con un ademán negativo, al tiempo que masticaba unas galletitas de grasa que lo provocaban desde la mesa para inmolarse dentro de su dilatado estómago. Completaba la escenografía de aquel habitáculo una lámpara ovalada que colgaba del techo bien bajo, como en las películas, y que daba justo sobre la mesa, creando un cono de luz sobre mi cabeza  y otro de sombra  a mi alrededor.
          ¿Me torturarán para que confiese?  ¿Para que confiese qué, me preguntaba yo? El gordo seguía leyendo y marcaba alguna cosa con lápiz como si fuese un  distinguido profesor de la academia de policía. La mujer, o lo que habría dentro de ese uniforme, se retiró y quedamos  el gordo y yo. Si al menos me hubiese quedado a solas con la mujer el sufrimiento sería menor, pero éste no era mi día de suerte.
            La luz me cegaba, la silueta del comisario se adivinaba como una sombra de presunciones. Prendió un cigarrillo, era lógico que lo hiciera, se estaba  relajando y  preparando para mi confesión. El humo, como una atmósfera de vanidades, dibujaba una espiral alrededor de la lámpara, interrumpiendo el sepulcro de las miradas.
-¿Sabe lo que me sorprende?, balbuceó apretando el cigarro entre los dientes como si hubiese atrapado a una presa.
-No, le contesté.
-¡Cómo se puede ser tan...tan....
-¿Tan qué?
-Tan idiota
-No le entiendo.
-No me entiende...No me haga perder tiempo. Me pregunto porqué no le cambió algo, porqué no lo hizo de otra manera,  así al menos no lo descubren, decía, sonriendo, detrás de sus dientes de alquitrán, haciendo alarde del poder que tenía dentro de ese insignificante habitáculo.
              Perplejo, atiné  con mi mente a anudar los cabos sueltos y enredados de una tarde inusual. Deambulaban como  sonámbulas, algunas conjeturas e indicios, para luego reposar en la silenciosa ignorancia de mi candidez y a la espera de alguna esperanzadora revelación. Sólo eso...conjeturas e indicios.
              Ahora, el comisario atendía su teléfono y recibía más papeles que le traía la mujer y que apilaba como  capas de una  masa de hojaldre junto a las otras pruebas en mi contra.
- ¿Dígame, la conocía, o fue al boleo?               
 -¿De quién me habla?              
- De la chica, de quién va a ser, de Adelaida, aunque en su mente  se llamaba Mónica Raciatti ¿no es verdad? y era más joven por lo que leo en la causa. Pero eso Ud. no lo tuvo en cuenta, no le perdonó ni siquiera que fuese una menor.
               Recordé indudablemente a Mónica Raciatti, un personaje de mi último libro pero no encontraba la relación con mi repentina detención. Pedí un vaso de agua, la luz ahora me daba calor, ya me empezaba a faltar el aire; pensé en mi mujer, y en qué le diría cuando llegue esta  noche a mi casa. Si le contaba la verdad no me iba a creer y si le mentía, menos aún.
          Las paredes destilaban restos enmudecidos de un  encierro ancestral. El olor era insoportable, un vaho se condensaba sobre los efluvios  de mi angustia, solidificando la matriz de mi paciencia. La policía femenina volvió  con una orden que depositó sobre la mesa. De atrás parecía un hombre, el pantalón le sentaba muy bien.
-Queda detenido, dijo el bigote negro, que a esta altura era lo único que divisaba detrás de la luz. ¿No vas a confesar?
-¿Pero porqué?
-Cállate, ya sabés porqué.
              El comisario me tomó de los brazos y me puso las esposas de rutina; yo no acreditaba que esto estuviese ocurriendo en la realidad. Recé para que se tratase nada más ni nada menos que de un cuento. La mujer ayudó con su cuerpo de hombre tomándome de uno de mis brazos, como si entrásemos a un altar. Luego bajamos una escalera de madera podrida, nos dirigimos al subsuelo y entramos en una especie de calabozo con puerta de hierro y una gruesa ventanita rectangular, mi único contacto con el mundo exterior. Me depositaron como en un frigorífico y tan inocente como a una res.
              Pedí por un abogado alzando ligeramente la voz,  pero quedó atrapada rebotando como en una oscura y húmeda caverna. Cuando la puerta se cerró tomé verdadera conciencia de lo que me estaba ocurriendo. Pensé en mi familia, y en el futuro que me esperaba  si esto no se aclaraba de antemano. Pensé en los alumnos de mi taller de escritura, menudo ejemplo sería yo para ellos.
                 La celda era gris, la repasé con mis ojos en un segundo; no encontré la rendija por la cual  me escaparía. Inferí que estaba bajo tierra. Un lavabo esquinaba suspendido como por  un alfiler, una silla hacía simbiosis con un pupitre, un póster roto con la foto de un boxeador, tapaba inútilmente un revoque de pintura.
            Me recosté sobre una dura cama a la espera de un milagro. Ese milagro tendría que aparecer de inmediato y era precisamente  un abogado. La luz del pasillo se apagó, profundizando mi aislamiento. Algún ruido se filtraba cobardemente por los agujeros de la pared, le pedí a Dios  que no fuese una rata.  Creo que luego me dormí, porque ya no sentí  a la dureza de la cama disciplinar a la rebelde  curvatura de  mi espalda.
                                                                          2
         
               Oí pasos desde la puerta  que iban y venían, como una marea de indicios; cuando los intuía más cerca, una ligera ilusión de que la puerta se iba a abrir se apoderaba de mí, pero luego  se retiraban y se perdían por la escalera salpicando torpemente al devenir del silencio.
               Reconocí la voz de la mujer que hacía como  de centinela, era la misma de antes, la que era mitad hombre mitad mujer. La llamé para pedirle una explicación pero fue en vano. Estaban convencidos de mi culpabilidad. ¿De cual? me preguntaba yo, recostado sobre la cama de acero y observando las  extrañas  formas que  las grietas  dibujaron sobre el techo.
                Empezaba a hacer frío, tomé una manta que estaba debajo de la cama y me tapé como si estuviese en un campamento juvenil. Observé en la pared algunas inscripciones  de antiguos inquilinos. Traté de descifrar su contenido; hablaban de desesperación y venganza. Un corazón con dos nombres entrelazados  me trajeron algunos gratos recuerdos, pero no podía dilucidar si la flecha de cupido los cruzaba por amor o por odio. Me volví a dormir,  pero al rato me despertó un ruido atronador sobre la puerta. Se estaba abriendo de par en par, era el comisario que venía acompañado de alguien más joven que yo y  que por su atuendo supuse sería el abogado que tanto  reclamé un rato antes. Se había producido el milagro.
- Sentáte,-  dijo el gordo. ¿Conocés los derechos que te asisten?
             Le dije que si, aunque no lo sabía con certeza, yo nunca había estado preso. Me presentó a mi abogado, al que asignaron para mi caso. Tenía un doble apellido que hacía juego con el traje que traía. El comisario, luego de la presentación de rutina, se fue derrochando alegremente su gordura por los estrechos  pasillos del calabozo. De atrás parecía un hipopótamo.
             El joven sería recién recibido por la edad que tenía; flaco, alto, de correctísima pulcritud, la mirada altiva como la de un lince, la melena engominada cono de los años veinte. Sacó una lapicera y una carpeta y se sentó enfrente de mí, en la única banqueta que había en la pieza. Yo retiré la manta, que a esta altura ya me daba calor y prendí la luz del pupitre. No recordé su nombre, no tenía tiempo para esas cosas.
-¿Su libro apareció hace dos semanas, verdad?
-El 18 de octubre exactamente, el día del cumpleaños de mi madre, contesté orgulloso.
-El 16 apreció el cuerpo de Adelaida en el aljibe...  eso nos complica un poco las cosas.
-¿De qué Adelaida me está hablando?
-La que apareció muerta en un aljibe en San Miguel, en una casa de la intersección de las calles Alsina y Mitre.
 -¿Qué tengo que ver yo con eso?
  -Supongo que nada.... eso es lo que tenemos que demostrar. Su caso es muy raro...
-¿Mi caso? ¿Qué caso, si se puede saber?
-Bueno, digamos que está  imputado de homicidio. Si confiesa, es mejor para todos. Le pueden dar menos años.
-Ud. es muy joven para ser abogado, no entiende nada.
-Si no me ayuda, yo no puedo hacer lo mismo con Ud., dijo amablemente, mientras un empleado de menor rango nos trajo un par de cafés,  tan livianos y  transparentes que parecían te.
               A la misma velocidad con que el joven e inexperto abogado escribía no sé qué cosa sobre un papel, yo iba armando un rompecabezas con una historia en la que se cruzaban algunas palabras que habían quedado suspendidas durante toda  esa tarde y tenían que ver ciertamente con mi libro y con esa chica Adelaida que alguien  tiró sobre un aljibe.
-¿Conoce San Miguel?
-Estuve un par de veces.
-En el libro lo describe muy bien, hasta  con lujo de detalles. Sus calles, sus casas y sus bares.
-Tengo buena memoria.
-¿Porqué situó sus cuentos en esa ciudad?
-¿Vino a hablar de literatura o a defenderme?
- A Adelaida, al igual que a Mónica Raciatti la mataron en el mismo lugar  y de la misma manera. Ud. lo describe muy bien en uno de sus cuentos, el segundo que aparece en su libro. Fíjese que hasta el aljibe es el mismo  por la ubicación que Ud. pone en el cuento. La fachada de la casa, las marcas sobre la piel, el arma asesina... son las mismas. ¡Las mismas!
              Esa historia la conocía al dedillo, pero en mi libro se llamaba Mónica Raciatti. Seguía sin entender porqué  me involucraban con el asesinato de esa chica Adelaida del que yo en este momento, me acababa de enterar. Solamente cabía una  única explicación. Inferí que el asesino leyó mi cuento y luego cometió el crimen siguiendo paso a paso mi relato. Pero... ¿quién había podido leer mi cuento antes de que se publicara?, me cuestionaba yo, rascándome la cabeza como si tuviera piojos. Luego concluí que sólo el editor pudo haberlo leído.
-¡Fue el editor!, grité sobresaltado sobre la cama de cemento. Tiene una rara apariencia y además, me debe dinero.
-Ya fue investigado en esta causa. Dígame...  ¿alguien más leyó su libro  antes de ser publicado además de su mujer?
-¿Cómo saben que ella lo leyó?
-Porque se lo pregunté antes de venir aquí, pero ella no fue;  no estuvo en San Miguel la noche del crimen, pudo comprobarlo  perfectamente.
-Yo también puedo hacerlo.
 -Soy todo oído, vine  a defenderlo, dijo,  tomando un sorbo del café transparente.
 -Si mal no recuerdo, la noche del 16 de octubre estuve ultimando detalles del lanzamiento de mi  libro en la capital. Lo puedo probar. Recuerdo hasta el lugar donde cenamos con la gente de la editorial. Fue en un restaurante frente al río. Recuerdo hasta lo que comí. Surubí al roquefort.
-Muy bien, muy bien,  eso mejora un poco las cosas.
¿Un poco?
-Si. Tenga en cuenta que la similitud del crimen y su relato son del cien por ciento hasta en los más mínimos detalles. El asesino dejó unas extrañas iniciales con la sangre de la chica  sobre el aljibe: los mismos signos que aparecen en su cuento. El que lo hizo  se basó en su libro....  eso es lo único que podemos saber  hasta el momento.
 -No saben nada.
             El doctor se encogió de hombros como a la defensiva y  suspiró contrayendo su cuerpo como si de repente se hubiese congelado. Luego se levantó, se arregló su corbata, cerró su portafolio  y  prendió su teléfono móvil. Se estaba preparando para irse.
¿Tiene la boleta del restaurante?
- No creo... nunca las guardo.
-Lastima, dijo, y se fue dándome un profesional apretón de manos.
              Antes de cerrar la puerta, me aseguró que hablaría con la  gente de la editorial. Se fue con cuidado por la escalera de madera; de atrás parecía un abogado. Después de que me trajeran algo de comer, pedí para hablar con mi mujer. Me dijeron que estaba al tanto de todo y que mañana me dejarían verla.
                                                                  3
               Me desperté en medio de la noche,  pero no sabía si afuera había luz o la oscuridad era la reina de todo aquello. ¿Habría dormido una hora, dos, o quizás  un día entero? No lo sabía. Lo único certero era mi inocencia  en esta causa plantada por alguien para aniquilarme. ¿La envidia podría llegar tan lejos o esto fue simplemente la locura irracional de un enfermo que leyó mi cuento? Nunca imaginé que Mónica Raciatti, ahora convertida en Adelaida, me trajera tantos problemas. Nunca imaginé que un cuento pudiese ser peligroso. Nunca imaginé que algo tan macabro se pudiese llevar a cabo.
              Al lado de mi cama y  sobre una mesa improvisada,  había una especie de desayuno, supuse que ya sería de día. El café estaba frío pero lo tomé igual, unas medialunas insípidas escoltaban la infusión al borde del plato. Pensé que el asesino suelto de Adelaida la estaría pasando mejor que yo y se estaría burlando de mí desde algún lejano paraje del sur del país. Pero no sería por mucho tiempo, ya que la verdad, a la larga sale a la luz, a la luz que carecía este inmundo y húmedo calabozo de pueblo chico.
                En esa verdad, el asesino  quizás confesaría ser un admirador de mis libros; especulé que eso sería un buen motivo para su difusión; o mejor dicho, un lamentable motivo. Sin embargo, lo curioso del caso, es que ese ávido lector lo tendría que haber leído antes de su publicación; antes del dieciocho de octubre. ¿Cuantas personas tenían acceso a mi obra  y a mis borradores?  Sólo dos: mi mujer y mi editor, ambos con falta de mérito en esta causa maldita.
             Si todo se circunscribía a demostrar que el 16 de octubre estuve en la capital, mi inocencia estaba garantizada; y sino, me esperaría una larga estadía en este lúgubre sucucho. También cabía la posibilidad de estar en presencia de un fenómeno casual. Sin embargo, las probabilidades parecían ser pocas. Terminé el desayuno y esperé recostado sobre la pared, militando  sobre mis razones, socavando mi culpabilidad.
             Pedí  que me trajeran el diario  y  así distraerme un momento, pero mi voz quedó derretida en la pared. Luego caminé de una punta a la otra de la celda durante un tiempo; recordé que eso es lo que  hacen las fieras en el zoológico; comprendí porqué lo hacían. Era obvio, lo hacen para escarbar el piso.
           Al rato siento pasos nuevamente. De pronto se abre la puerta,  que a esta altura me parecía que se abría la puerta de Kiev. Era el gordo que venia, ahora, acompañado de un médico, viejo y gastado, como el maletín que traía en su mano. Me lo presentó y  se sentó enfrente de mí, junto al pupitre. En silencio acomodó mecánicamente sus cosas junto a mi cama, sin percatarse de mi existencia.  El gordo se quedó parado, como si fuese su guardaespaldas.  Sin perder tiempo me pidió que me arremangara el brazo. (Se la pasa sacando sangre y sin embargo juzgaría que por sus venas corre agua, pensé). Su palidez  y su flacura asustarían al mismísimo Boris Karloff.
-No va a doler,  susurró, como para si mismo.
.-Sangre,  dijo el gordo. Para el ADN.
-Ah,  claro. ¿Hay novedades en el caso?
 -Hay algunas...algunas...
-¿Buenas?
-Depende...  depende de este examen.
-¿Encontraron huellas en su cuerpo?
-Algo por el estilo. Más no le puedo decir,  está en  secreto de sumario.
-¿Tengo para mucho en este cuarto?
-Depende de tu abogado... más no te puedo decir.
            El doctor retiró la aguja y depositó su contenido rojo en los tubos y los  guardó  en su viejo maletín(es el trabajo ideal para Drácula, pensé). Luego me puso un algodón en el brazo, tiró los guantes de látex a la basura, me saludó y se fue como pidiendo disculpas de haberme robado mis iniciales genéticas. El gordo se mostró más amable y  me guiñó el ojo cuando se fue. De atrás se  parecían al gordo y el flaco
             Otra vez me encontraba sólo e incomunicado, pero ahora, al menos tenía ciertas esperanzas. Una nueva instancia se habría con mi ADN. La conclusión era evidente: algún resto del homicida descubrieron en el cuerpo de Adelaida. ¿Se estaba escribiendo   la continuación de mi relato en la realidad? Recuerdo que finalizaba justo con la muerte de Mónica. Quizás es una señal para la continuación de su escritura, pero en ese caso me bastaría con describir los hechos que acontecieron desde  que se produjo mi detención. Ahora había que pensar en otra cosa: en mi pronta y justa liberación.
              Intenté descansar, pero oí pasos detrás de la puerta de hierro. Ya era la hora de mi almuerzo, así me lo sugería la bandeja que traía la cocinera.
                                                             4
             Detestaba la comida que  me suministraban en la cárcel, pero era esto o una huelga de hambre que no venía al caso. Eché de menos el calor de mi hogar, el excelente arte culinario de mi mujer, y más que nada, los reparadores baños de inmersión  que ella  me preparaba con tanto amor. Reconocía, yo también, que cuando uno está en una situación de emergencia, tiende a idealizar las cosas buenas  y a olvidar las malas y había momentos en que las circunstancias no andaban tan bien y alguna discusión que otra se nos escapaba de las manos  o mejor dicho de nuestros labios. Riñas que a veces se arreglaban precisamente con  nuestros cuerpos  entrelazados  en un abrazo donde uno por un momento se olvidaba de  si mismo y se confundía en el otro. Aquí en la cárcel me era dificultoso confundirme con mi almohada, pero en cierta manera me era útil, ya que dormir era lo único que se podía hacer entre estas cuatro paredes descascaradas. Lo hice toda esa tarde  hasta que nuevamente la mujer- hombre me interrumpió.
              Estaba un poco más femenina que de costumbre, tenía polleras que le realzaban la cadera y  que hacían juego con una blusa de color rojo, zapatos con tacos altos, medias negras,  y su cara maquillada como para un carnaval. Entró callada a la habitación como preparándose para decirme algo importante. Se cruzó de piernas, fue inevitable dirigir mis ojos hacia ellas.
-Me vengo a despedir.
-Despedir de qué... ¿la echaron de la policía?
-¿No se acuerda? Fue Ud. el que me echó.
-¿Yo?
-Si. Ud. en esta parte de su cuento me saca de la trama diciendo que es sábado y que yo voy a salir con mi novio-, dijo sonriendo y cruzando sus piernas para el otro lado.
.-Me están tomando el pelo,  pero no se van a salir con la suya. Cuando salga me voy a acordar de todos los que me perjudicaron. ¡Qué ejemplo soy yo ahora para los alumnos de mi taller de escritura  que me llevan preso por lo que escribo!
-Es la verdad, señor, ¿no recuerda lo que escribió?
-No, ya no lo recuerdo  Uds. me quieren confundir para incriminarme en un asesinato que yo no cometí.
                 En un momento dado alguien golpea la puerta de metal. Era el policía joven, el siempre bien vestido, quien parecía ser el novio de la mujer -hombre. Ella le sonrió al verlo y se preparó para salir.  Cuando ya se marchaban, le pedí que intercediera ante el comisario para hablar con mi mujer.
- Ya  le dije  que pronto vendrá a verlo, pero está complicado, porque eso Ud. no lo escribió en su libro, afirmó, soltando una carcajada que el novio amplificó desde su fina garganta de gallo.    
 -¿Le puedo pedir un último favor?
-Si está dentro de mis posibilidades, con mucho gusto.
-Tráigame  mi libro, el que está en el sobre marrón, y la crónica del crimen de Adelaida.
             El policía joven miró su reloj y luego le hizo un gesto a la mujer de que ya era hora de irse,  pero ella entendió que eso lo podía hacer con la salvedad  de que se lo devuelva esa misma noche. Salió de la habitación esquivando la  grave e inquisidora mirada de su novio. Volvió a los pocos minutos con los papeles que le pedí.
- Esto lo hago porque es sábado.
                    Tomé el libro y la crónica policial y los puse en el pupitre. Antes de irse me presentó a la  que estaba de suplente. Para mi desgracia era muy fea, pero más simpática que ella. Me dejó a su resguardo y se fue con su novio. Al rato la suplente me trae la cena. No estaba mal  para ser su primer día.
                                                                    5                
              Luego de cenar me adentré en el estudio comparativo de mi libro y de la crónica del crimen de Adelaida. Para eso le pedí un café a la sustituta que me estaba atendiendo. Por suerte este café era negro de verdad, (tenía una larga noche por delante), se lo agradecí reflejando despreocupadamente  mi sonrisa sobre sus pupilas. Comencé primero por mi cuento, el segundo de mi libro, el que motivó tanta discordia. Si mal no recordaba, en cierta forma mi relato estaba basado en un crimen ocurrido en la realidad, décadas atrás, a la que yo le agregué algunos condimentos para convertirlo en un cuento de tinte policial y macabro. De la realidad tomé el lugar del crimen, un patio y un aljibe. A eso le añadí un drama pasional y un misterio a resolver. En mi cuento,  la niña llamada Monica Raciatti tiene la capacidad de ver el futuro, de prevenirlo. Eso descubren sus familiares cuando leen su diario íntimo.       
            Confusos y extraños episodios ocurren dentro de su casa, algunos de cierta peligrosidad. Creen en su familia que es ella la que los produce, y que es la niña las que los quiere matar, como dice en su diario íntimo. Su padrastro, a quien ella detestaba por malos tratos, decide matarla, arrojándola al aljibe, simulando un suicidio tal cual estaba escrito en uno de los párrafos de su diario. De esta forma quedaría resuelto el caso para la policía. El cuento hubiese terminado ahí, pero cuando el padrastro descubre que aún no había leído la última página, un escalofrió recorre por sus venas al  comprobar que su muerte estaba al acecho. Simplemente de eso se  trataba mi cuento, nada original, sencillo, de ribetes policiales y  con algunas pinceladas de suspenso.
           Tomé luego la crónica del crimen de  Adelaida. La estudié minuciosamente y la cotejé con mi cuento. Para eso necesité otro sorbo del café negro. Eran asombrosas las similitudes: la casa era idéntica,  la ubicación del aljibe también, el horario del  crimen es una copia  de mi relato, las inscripciones sobre su cuerpo son exactas, las mismas que aparecen en el diario intimo de Mónica Raciatti. Pero había algo que no me cerraba y es el móvil del verdadero asesinato,  el de la chica Adelaida. En mi cuento estaba claro pero en la realidad era vago. Adelaida vivía sola con su madre y no tenían enemigos ni sospechosos a la vista. Tampoco se mencionaba la presencia de ningún padrastro merodeando la casa del aljibe.    
               A medida que me adentraba en los detalles todo se tornaba más raro. Sin embargo, a una conclusión llegué esa noche. El que cometió el crimen se basó en mi cuento. Es lo único que tenía de  cierto esta causa. Por eso yo estaba encerrado en esta jaula gris.
               Antes de irme a dormir, le pedí a la mujer un vaso con agua y le devolví mi libro y la crónica de Adelaida. Cuando me  trajo el vaso noté algo extraño en su mirada. Le pregunté si le pasaba algo. Me contestó que no, pero cuando iba a cerrar la puerta me dijo:
-¿Porqué escribió que soy fea?    
 - ¿Yo'?  ¿Dónde señorita? ¡Uds. me quieren volver loco!, grité.
            Cerró la puerta violentamente.  Yo me tiré sobre la cama pero sin rebotar. Medité sobre un posible complot donde todos, de alguna manera, estaban involucrados: los policías, el médico,  el abogado  y la suplente. Traté de dormir pero la imagen de Adelaida se apoderó de la primera butaca de mis sentidos y desde ahí me suplicaba por su alma.
                                                                     6         
                  
                  
               Cuando desperté pedí para ir al baño, ya era hora de asearme, los días pasaban y la pequeña pileta en la esquina de la pieza ya no cumplía con  su cometido. Supliqué también para que me trajeran ropa, la que le solicité a mí mujer, pero nadie respondió a mi llamado: el silencio era sobrenatural. La puerta  estaba abierta, una leve corriente de aire lo reveló. ¿Me estarían probando? ¿Me querrían capaz de escaparme? Me acerqué lentamente, se sentía el balanceo del metal oxidado de la puerta, como un columpio viejo y abandonado.
             La abrí, la sorpresa se instaló en mí, de repente yo  estaba en otro lugar, ahora había un largo corredor, ya no me encontraba en la cárcel, la escalera de madera había desaparecido y  las paredes eran blancas. Un ruido como a calefacción inundaba el pasillo; un olor  a desinfectante ahogaba mi glotis.  Otras puertas se abrían a sus costados,  pensé que soñaba. ¿Me encontraría ciertamente  en un hospital o era el efecto de alguna sustancia alucinógena que el medico vertió sobre mi sangre? Sea lo que fuere, tendría que salir cuanto antes de ese lugar. Volví a mi pieza  pero había desaparecido, como si la hubiesen borrado. Ahora estaba perdido, opté por seguir el camino del largo pasillo con sus puertas cerradas. Las fui abriendo una a una, pero conducían hacia un abismo. Las conté, eran doce como los cuentos de mi libro. De la última venía un rumor lejano. Era mi salvación, estaba iluminada. Caminé hacia ella pero mientras más me acercaba más  me parecía que se alejaba. Las voces ahora se hacían más fuertes, las carcajadas resonaban por el corredor. Antes de llegar  veo que la puerta se abre sola y las carcajadas se hacen más evidentes. Son ellos, lo supuse de antemano,  son ellos, claro, pensé. Jugaban a las cartas y fumaban como si nada. El comisario, quien parecía ser el anfitrión, servía el vino a sus convidados. Un humo blanquecino los envolvía hasta hacerlos casi desaparecer. El médico y el abogado jugaban contra el gordo y la mujer- hombre.
-¿Que hacen aquí, dónde estoy? , pregunté.
-Jugamos a las cartas....  lo que hacemos mientras vos no escribís nada.
- Uds. sólo me quieren confundir.
                Todos rieron al unísono, contemplándose sus dientes amarillos de tanto fumar. La mujer -hombre estaba vestida con las ropas de la noche anterior, el abogado quería decirme algo, agitando un papel en el aire, pero yo no le entendía, sus gestos parecían  salidos de una película muda. De pronto el médico, flaco como un esqueleto, sacó  una jeringa de su maletín  y se lanzó hacia mí,  pero supe despertarme a tiempo y salirme de esa pesadilla. Prendí la luz sobresaltado y me senté en la dura cama de la celda gris.  Al principio no sabía dónde me encontraba, pero luego sentí un alivio cuando descubrí que estaba nuevamente en el calabozo. Más tarde comprendí que otra pesadilla, la de Adelaida, continuaba en la realidad.
           
                                                                 7
             El pasillo, inundado de soledad, registraba los suspiros que emanaban de la trastienda de mi conciencia. Rebotaban y se salteaban, con pasos agigantados, la retórica del amanecer de mi presente, claudicando quizás, el anhelo que la esperanza se iba construyendo con los últimos despojos mutilados de mi orgullo.
            La consigna era, ahora, resistir y esperar el desenlace con las pocas fuerzas que  aún transitaban, casi por inercia, en mi cuerpo. Sabía que pronto me liberarían, y que el asesino tomaría mi lugar en esta celda y confesaría, quizás, haber cometido el delito de leer mi cuento.
            Retornaron al fin los movimientos y los ruidos que acontecían más allá de mi celda. Esto me ponía de muy buen humor; renovaban mis ansias de libertad, agitaban los adormilados reflejos de mi instinto de supervivencia. Me acerqué a la puerta, el metal estaba frió, pero igual conducía las ondas sonoras del pasillo. Alguien se acercaba, los pasos aumentaban de volumen y de frecuencia, un  torbellino se instalaba en mi silencio.  La puerta se abrió  y todos los personajes del complot se aparecieron inmutables en frente de mí y sentenciaron como al unísono  que el ADN dio positivo y que me esperaba una larga estadía dentro de estas cuatro paredes.
- Así lo dicen los análisis de laboratorio y así consta en su cuento, dijo el comisario. Lo que ya está escrito  no lo podemos cambiar, sentenció solemnemente el policía mas joven desde la otra punta de la habitación. Los demás asentían con la cabeza como lamentándolo, justificándose que ellos no podían hacer nada. La mujer-hombre sacó un pañuelo y se puso a llorar, yo no podía creer que también esa  ridícula e hipócrita escena del llanto  la hubiese escrito yo.
 -¿Y ahora, entonces, qué tengo que hacer?
- Reescriba su cuento-, dijo el novio de la mujer hombre.
- Pregúnteselo a su abogado dijo el gordo., señalando al joven alto y de traje, parado junto a él.
- No pude confirmar esa reunión de la que Ud. me habló con la gente en la editorial, la del día 16. Lo lamento-, dijo el joven doctor en abogacía.
- Nosotros ya hicimos nuestro trabajo, ya cumplimos con nuestro papel en la obra,  ahora lo dejamos sólo  para que piense, para que siga escribiendo, dijo, con una sonrisa artificial..   
 -  El escritor soy yo y eso me da el poder de hacer con Uds. lo que me plazca. No se imaginan de lo que soy capaz de hacer.
             Se fueron silenciosamente y cerraron la puerta con el picaporte de acero para asegurarse  de que yo no me iba a escapar. No sabían, claro, que yo contaba  con un plan; no necesitaba escribirlo, lo tenía diagramado en mi cabeza como un mapa virtual. Lo empezaría a ejecutar cuanto antes, antes de que me lleven a una cárcel de máxima seguridad.
                                                                     8 
              Por la ventanita descubrí que  un guardia  yacía sentado junto a mi puerta, custodiando mi celda como consecuencia del agravamiento de mi causa, a raíz de la confirmación de mi ADN.  Si quería escapar y demostrar mi inocencia, debía pensar en un plan B; descartado el A, no me quedaba otra salida  que involucrar al guardia, mi único obstáculo hacia la libertad.
             Con la ayuda de un papel y un lápiz comencé a diagramar el plan. Analicé minuciosamente los movimientos que acontecían en la comisaría desde muy temprano, cuando la mujer me pasaba el desayuno por la puertita de vidrio. Este hecho ocurría cuatro veces en el día en presencia del guardia,  salvo los sábados a la noche cuando hacía una parada en su labor y se retiraba al piso de arriba a comer  y a tomar vino  con el gordo. Su vozarrón se escuchaba desde varias cuadras a la redonda.
           La puerta de metal se abría una sola vez a la semana  para limpiar mi calabozo, pero en presencia del guardia, quien me ponía las esposas y las ataba a su brazo para que no pudiese escapar. La mujer policía venía todos las sábados, (antes de salir con su novio) a burlarse de mi y a repetir que eso es lo que yo le había escrito para ella.
         Con todos esos datos sobre la mesa el bosquejo surgió sólo, el plan se diagramó sin que yo lo forzara: tenía que ser un sábado ya que había menos gente en la comisaría  y el guardia se juntaba con el gordo a  mamarse en el piso de arriba. La incógnita era ¿cómo hacer para que la suplente de los sábados me abra la puerta?
             La idea sería seducirla con algo para que  esos días entre clandestinamente  a mi celda. Ese algo era precisamente yo. Tendría que hacerlo durante varias semanas  para que ella desconfiara de mis verdaderas intenciones. El terreno lo fui preparando de a poco, a lo largo de los días.
               Cuando la cocinera me traía las comidas yo le decía que estaba cada día más linda y ella me retrucaba que no le gustaba que le mintiesen y  que yo había escrito en mi cuento  que era fea, pero luego yo le decía que eso se podía arreglar  y corregir escribiendo que ahora ella era linda, a lo que la cocinera se sonrojaba y se ponía alegre.
                Pasó un tiempo hasta la primera caricia  desde la ventanita. Fue una mañana cuando me servía el desayuno. Su  reacción inicial fue sacar la mano, pero la segunda fue dejarla con cierto disimulo. Primero fueron mis dedos, luego el brazo entero, después nuestros labios, hasta que un sábado, sin  la horrible presencia del guardia que tomaba vino con el gordo  y sin la mujer-.hombre (quien se había marchado con su novio), la cocinera entró a mi celda, casi con la expectativa que lo hacia con el hombre de su vida y arriesgando, quizás, no solo su puesto en la comisaría, sino su propia libertad. Nos confesamos nuestro amor  y lo consumamos sin afectarnos que la cama era muy dura. El plan funcionaba a la perfección aunque debo confesar que yo me estaba encariñando con la cocinera, pero sabía que esto arruinará mis objetivos. Esperé el momento propicio para mi escape. Fue como yo lo planee, ocurrió cuando ella se durmió junto a mi  y cuando las voces de arriba se iban apagando con el vino. Evité la escalera de madera y  subí por otra para no hacer ruido. Salí por la puerta principal, y huí lo más rápido que pude.
                                                                        9 
 Continuará.....
                    
             
                   
                   
         
 
                                                       
                 
                
      
Página 1 / 1
Foto del autor gabriel falconi
Textos Publicados: 82
Miembro desde: Aug 10, 2009
17 Comentarios 1504 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

UN HOMBRE ES PERSEGUIDO POR HABER PUBLICADO UN LIBRO

Palabras Clave: LIBRO ASESINATO ALGIBE

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (17)add comment
menos espacio | mas espacio
 1 2 > 

gabriel falconi

gracias Maval Querida..
Responder
June 18, 2015
 

MAVAL

CONSTRUYE CON ESFUERZO
EL CAMINO QUE TE LLEVA
A LA REALIZACION DE TUS SUEÑOS

No dejes que las murallas entorpezcan tu andar
has el esfuerzo real de saltarlas
y si son insuperables debes cambiar.
Trabaja con tenacidad para llegar
a concretar el camino que te has propuesto
de ti depende el éxito que anhelas alcanzar.

*****************************************************
ESTIMADO AMIGO
ESPERO ESTES BIEN!!

TE DEJO MI SINCERO SALUDO Y DESEOS QUE EN TU VIDA BRILLE
EL AMOR DE VERDAD Y SE IMPREGNE EN TU MIRADA
EN EL AMOR CON TUS SERES QUERIDOS
PAZ Y ALEGRIA DE VIVIR!!

UN GRAN ABRAZO FRATERNO!!
QUE EL AMOR DE DIOS TE DE FUERZAS Y PAZ!!
Responder
December 23, 2010
 

gabriel falconi

gracias johel
prometo continuarlo.... quizas en la realidad jejeje
abrazo
Responder
December 15, 2010
 

Johel Mortue Delacroix

Orales, está interesante este relato.
Responder
December 15, 2010
 

Daniel Florentino Lpez

Buena trama e interesante galerìa de personajes
al igual que el resto, me sumo al pedido
de un final para esta interesante historia
Saludos cordiales
Daniel
Responder
December 10, 2010
 

norma aristeguy

¿Y amigo mío?

¿Para cuándo el final?

Está bien que yo desaprezco, pero vos tené cuidado con no convertirte en uno de los fantasmas de tus propias historias.
jajajajaja
Un abrazo amigo querido.
Norma
Responder
November 22, 2010
 

gabriel falconi

gracias maval por tomarte tu tiempo y acordarte de mi
besos
Responder
September 18, 2010
 

MAVAL

Bueno
y cómo vamos con esto??

.....................

ánimo!

saludos!
Responder
September 18, 2010
 

gabriel falconi

gracias miguel por el esfuerzo tuyo en leer algo tan largo
seguire tus consejos lo voy a continuar aunque me da miedo que se lleve a la realidad esta histortia.... jejje
saludos
Responder
August 19, 2010
 

miguel cabeza

Has hecho un esfuerzo que el resultado compensa con creces. Ánimo con la continuación.
Abrazo, amigo
Responder
August 19, 2010
 
 1 2 > 

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy