LA DAMA ROJA
Publicado en Aug 13, 2010
INTRODUCCIÓN
LA PETICIÓN DE FERNANDO ¿Alguna vez te he dicho como se siente la nieve cuando el frío ya no forma parte de tu ser? ¿Alguna vez te he dicho como se siente morder una manzana cuando en realidad para tu ser ya no es alimento? No lo creo, supongo que no he tenido tiempo para poder hablarte acerca de mí, pero tengo la oportunidad de hacerlo, me has tomado de buenas, te contaré todo lo que quiera decirte, puedo hablarte de mis días en Delfos, mis días de una joven mortal, cuando el Sol caía suavemente sobre mi piel sin causarme ningún daño, cuando aun tenía ganas de ver a mi amado Apolo. Te contare mis secretos, mis pasiones y mis deseos. No creo ser una amante recurrente de la censura, pero tampoco de la vulgaridad. Heme aquí soy lo que está escrito aquí. Me llamó Minerva o al menos eso pretendo decirte. El invierno caía suavemente por la acera en la cual caminaba sola y sin un rumbo fijo, no suelo andar con una dirección, no suelo guiar mis pasos, ellos toman su propia decisión de moverse, aunque no lo creas confío más en ellos que la mayoría de los que conozco, no tengo voluntad a mis pasos, son mi brújula con la cual a veces me encuentro en problemas, pero no les recrimino, a veces esos problemas se transforman en bellas historias. La noche se encontraba tan estática e indiferente como siempre, ella es mi amada, mi dueña, mi sierva. Los copos de nieve caían como las hojas de otoño, suaves y ligeras, cada uno de ellos único, cada uno de ellos magnifico. No había mucho en aquella ciudad digno de describir, ahora que lo recuerdo ni siquiera recuerdo el nombre de donde me encuentro, quizás solo lo ignoro por simple tristeza. Cada paso deja tras de sí un ligero susurró, un suspiro quieto. Ahora que lo pienso quizás me encuentro en Moscú, no suele nevar tanto en las ciudades durante el invierno, es hasta ahora la única señal que tengo. El viento apenas distinguible sopla sobre mi largo cabello rubio, yo disfruto aquella leve caricia que a mi alma refrena para poder guardarlo un instante. Doble en una calle, no hay señal que indique el nombre de esta, sigo caminando y escucho tras de mí un par de pasos ligeros y suaves como los míos, me siguen con la destreza de un felino. No volteo a verle, mis pasos me impiden hacerlo, sino más que sigo rumbo a un café que se encuentra repleto de gente que cuchichea, hilvana ideas que apenas entienden, no me caen muy bien los humanos, a pesar de que anteriormente fui uno. Me dirijo a la mesa, mi joven belleza hace que una docena de hombres con abrigos y sombreros de piel volteen a ver mi presencia. Ya me he acostumbrado a eso. Una mujer de unos cuarenta años trae una libreta de notas en la mano y tiembla a causa del frío trata de armar una frase. -¿Qué desea?- exhalo una nubecita de vapor que se envanece tan rápidamente que apenas puedo verlo a pesar de mis ojos sobrenaturales. Saque mis manos y me quite los guantes de piel, los deposite con suavidad en la mesa de madera oscura. La mesera se me quedo viendo con impaciencia. -Un capuchino eso es todo- le dije arrastrando las palabras. La joven lo anoto en su libreta con un claro rasgueo de su lápiz ¿A quién estoy esperando? Todos esperamos, el momento, la persona o la ocasión, pero siempre lo hacemos, más de una vez he visto a mortales esperar un momento que nunca llegará, desperdician su corta vida sentados a esperar un tren cuyas vías se encuentran lejanas de donde están ellos. Yo estoy esperando aquella presencia que me perseguía, si su deseo es muy grande tendrá que llegar aquí, y veré si es digno de mi misericordia. Hace mucho tiempo que deje de tener miedo, así que un perseguidor es una amenaza pequeña para mí. Después de un momento por la calle veo a un joven, trae un largo abrigo negro de piel, se ajusta perfectamente a su cuerpo delgado y delicado como el cristal. Entra en la cafetería, y me ve directamente a los ojos, son color azul turquesa mi color favorito, son pequeñas gemas que resplandecen al menor brillo de la luz, es alto, delgado como te he dicho, pero el abrigo le hace crecer la figura, tiene el cabello rojo y ligeramente ondulado, es largo y le cubre la frente y se acomoda de una manera artística alrededor de su rostro, parece no tener más de 19 años, su piel es blanca nacarada al igual que la mía. Me sonríe y logra asomar sus pequeños colmillos de vampiro. Su paso es ligero y apenas logra emitir sonido pese a que trae unas lustrosas botas negras, no parece ser ruso, su rostro parece ser inglés o irlandés por el color de su cabello. Ese es mi perseguidor; un ángel. Cómo te decía era una pequeña amenaza, se sentó a mi lado como si no presentara un peligro para él, dudo que el piense que lo sea. -¿Qué quieres?- le dirigí ligeramente molesta -¿Es usted Minerva la Hija de Milenios?- me pregunto, esperando que así lo fuera -Si así fuera ¿Cuál es tu propósito?- le pregunte El joven suspiro, había dicho implícitamente que si era Minerva. Sacó de su abrigo dos pesadas libretas forradas de cuero color ocre, eran bastante gruesas, quizás 200 páginas cada una, también una pluma estilográfica negra con una punta color plateado fina como el plumón de un faisán. -Soy Fernando- se presentó el joven -No me importa tu nombre, quiero saber que quieres- le dirigí Hubo una pausa, llegó la joven con mi taza de café humeante, la taza era de porcelana y pude percibir el calor del líquido a través de ella con mis dedos helados. -Quiero saber tu historia- me pidió -Mi historia- me burlé -Así es- afirmó -¿Y de que te serviría si pudiera saber?- le pregunté -Las historias de nuestra especie me gustan mucho- alcanzó a hilvanar pese a mi tono arrogante -¿Ya lo has hecho antes?- pregunté -Sí. Con mi creador llamado David Di Giotto, es mucho menor que usted- pronunció torpemente, la ingenuidad de su respuesta me hizo soltar un ligero suspiro -He intentas ahora relatar la historia de una Hija de Milenios. He vivido más de 2000 años, ¿Crees acaso que serás tan paciente como para oírme?- bufé -Pasaré junto a ti cada noche, recogeré cada palabra que caiga de tus labios y la plasmare suavemente como el pincel que pinta un retrato- pronunció suavemente, quizás el verso de algún poema -No lo creo- salí de la cafetería y me dirigí a mi casa, ahora que lo recuerdo bien si estoy en Rusia, pero que torpeza la mía La noche siguiente fui al mismo café y pedí otra taza de capuchino, como puedes ver no los ingiero, solo tomó sangre, pero el dulce olor de aquel líquido espumoso me hace imaginar el dulce sabor que mi cuerpo jamás volverá a probar. Volvió aquél joven, con un abrigo color pardo que combinaba con su cabello rojo. -Te he dicho que no- le espeté -Ni toda tu negación me hará que retroceda a mi propósito, pues mi deseo es conocerte, recoger tu historia con mi pincel- recitó -He matado a varios jóvenes que han intentado acercarse a mí, incluso más hermosos que tú, si mi decisión es eliminarte lo haré en un instante, ni siquiera el invierno perdona a la rosa más hermosa- le respondí -¿Acaso debería tener miedo? Sí mi fin se halla cerca repítemelo con franqueza, puesto que no tengo ningún miedo, aceptó tu amenaza, pero no encontraría un mejor fin que el que hay en tus manos- -Con solo desearlo podría prenderte en llamas y desaparecerías, esparciría tus cenizas en el aire, el viento se encargará del olvido- -Consumado por el fuego que tú provocas, es algo tentador- -¿No te rindes verdad?- pregunté -No lo creo- Salí denuevo el café, volvería a ir como puedes intuir, el joven tenía algo que me atraía, una sonrisa irresistible para mí, unos ojos que me conectaba a él. Volví a ir a la misma hora, pero esta vez no tuve que esperarlo, se hallaba paciente sentado, con la pluma en la mano y su vista fija en mí, todo su anhelo plasmado en una pluma. Volvía pedir un capuchino -¿Por qué viniste aquí? a sabiendas de que te esperaba- me dijo -Me gusta el lugar, el café que preparan aquí es delicioso, el aroma es fuerte y ligeramente dulce, me gusta el lugar eso es todo- dije con la mirada perdida en el aire. El sonrió -¿Me dirás tu historia?- pregunto anhelante -Te lo tienes que ganar- le dije Él rió La mesera se acostumbraba a mí, ya no tuvo que preguntar que quería, un capuchino como sabrás. El vapor que lamía mis fosas nasales provocaba en mí un estado de inconsciencia que tanto amaba. -Amas el café- comentó -Lo amo desde que sé que existe, fue en un viaje a Arabia Saudita, Asriel me llevó por aquellos parajes, la arena del desierto, las noches solitarias y estrelladas, el viento acariciando mis oídos; hace mucho tiempo que no voy allá- suspiré a mis recuerdos -El olor basta para enervarte- comentó -El olor basta para hacer latir mi viejo corazón, el olor que irradia una taza de capuchino, o una de café negro, enerva mi mente, me droga y eso es suficiente, el olor me transporta años, siglos, a bendito recuerdo- inhale para poder saborear aquel olor amargo y dulce a la vez -Podrías comenzar ahora mismo- me dijo Fernando señalando su gruesa libreta -Sí podría- cerré los ojos y el perfume del café me hizo mantenerlos así durante mucho tiempo Pero esa noche no sería, pague por la taza de café y salí del local. Si Fernando en verdad me quería tenía que ser paciente, y nosotros teníamos tiempo de sobra. Creo que el siguiente día fue domingo, las calles de la ciudad lucían bastante solitarias, Fernando no saldría, la gente descansaba el domingo de acuerdo a la religión cristiana ortodoxa que se práctica ahí, la iglesia lucía sus gruesas torres con forma de cebollas coloridas, el arte ruso es bastante arcaico y las pinturas religiosas parecen pesadas esculturas de mármol. El siguiente fue lunes, salí a cazar, me encontré con un viejo ebrio que cantaba a toda voz una canción de taberna: "Todo mi placer en una copa de vino, todo mi ser una copa de vino, embriágame y hazme olvidar o dulce copa de vino". Créeme la letra será algo poética, pero en la boca de ese hombre cuarentón resultaba una blasfemia a la belleza de la música. Martes, el día se hallaba más tranquilo, había dejado de nevar, aunque la nieve fría e inmaculada reflejaba un brillo celestial de la Luna llena, había en ella un débil encantamiento que me hace soñar que estoy cerca de las estrellas. Fui al café, espero que la anterior ausencia haya hecho que Fernando se resistiera a insistirme, que su perseverancia se haya visto opacada, pero Fernando es joven y muy testarudo. Me dirigí a la mesa, la mesera me vio de reojo, comenzó a decirle al cocinero que preparará mi capuchino, en cuanto me acerque a la mesa me di cuenta que Fernando se hallaba ahí, sus labios se curvaron en una gran sonrisa que mostraba débilmente sus colmillos, jugueteo su rojo cabello que lo encontraba peculiarmente hermoso. -¿No te vas a rendir verdad?- pregunte con una sonrisa El se limito a soltar una débil risita. -No, no lo creo- comento ladeando ligeramente la cabeza Me senté en la mesa mirando fijamente a Fernando, su mirada cálida y delineada por la ingenuidad de haber sido transformado en una edad muy corta, sus ojos seguían siendo jóvenes. -¿Por qué tu insistencia?- pregunté Hubo una pausa él no contesto. -Debes de tener muchas ganas de escribir la historia de una anciana como yo- reí, él también lo hizo -¿De dónde eres?- pregunte -De Dublín Irlanda, es un bello lugar, los bosques se llenan de niebla, oyes el palpitar de la vida en sus bosques donde antiguos druidas hacían sus rituales- comenzó a describir -Cuéntame de David, ¿Cómo comenzaste su historia?- pregunte curiosa Él sonrió, levanto la mirada al aire y cerró los ojos, dio una respiración profunda -Fue en Londres, yo tenía unos cuarenta años, y al igual que hago contigo insistí mucho hasta que él no pudo ceder, se dio cuenta que era muy testarudo, que quizás tarde o temprano comenzaría a contarme su historia- Hubo una pausa -¿Cómo te transformó?- pregunté -No lo haré si tu no me cuentas tu historia- me dijo observándome nítidamente Sonreí -Es cierto, pero me muero de curiosidad, quisiera saber como un bello ángel consiguió la inmortalidad, me encantaría saberlo- musité -Más si es tu deseo...- Sonreí -Yo me iba a comprometer, era una joven muy hermosa llamada Melisa, David era mi tutor, muy a pesar de que apenas se veía un par de años mayor que yo. Melisa y yo estábamos muy enamorados, creo que sigo enamorado de ella, su cándida voz, lo tersa de su piel por la cual mis dedos resbalaban inquietos. No puedo decirte cuanto me encantaba de su ser. Pero el amor de ese tipo se da muy poco. Durante un otoño me anunciaron que Melisa había muerto víctima de una trágica enfermedad. La vi recostada en su cama, su piel pálida y cetrina, su rostro cadavérico y su mirada ausente. Ella ya no era la Melisa de la cual me había enamorado. Me sumí en una gran depresión, no sé cuanto duró, cada noche, cada suplicio pronunciando su nombre, en el viento su esencia se perdía como el fulgor del Sol cuando llega el crepúsculo. Perdí todo contacto con mi mundo, me encerré en mi mente, un grueso caparazón negro con el cual me sentía medio protegido, ya de niño había tenido más desgracias, pero aquello me hería de muerte. Pasaban los días, se desvanecían como humo. Llegó un día, en el cual ya no me sentía demasiado fuerte como para poder vivir, las ganas de contemplar un nuevo día eran débiles. David solo llegaba de noche a la casa, así que una cálida tarde de verano me dirigí a la tina de baño, había una pequeña ventana que daba a un patio lleno de arboles, por ellos el Sol se esfumaría, llegaría el crepúsculo, llegaría mi muerte. Me desnudé y tomé una navaja, entre en la tina, el agua caliente olía delicioso: jazmín. Tome la navaja y rápidamente me corte las muñecas, la sangre comenzó a teñir el agua de un ligero rojo. Cerré los ojos y lloré. Pero llegó David, me tomó en sus brazos dispuesto a salvarme, me tomó como a un muñeco de tela. Y con su ligero beso me transformó en un inmortal, me dio este don. Muchos de los cuales darían su vida. Pero ese es el precio, la vida misma, se escapa como un débil susurro de los labios de un moribundo. Así es Minerva- me quedó mirando pensativo ¡Ah sus palabras! Me habían llenado el corazón, me sentí conmovida por el relato de Fernando -Quizás eres digno de mi historia- le dije -Sí, quizás- suspiró -¿Cuánto tardaste en escribir la historia de David?- pregunté -Siete noches, a mi amado maestro, se resigno a ceder a mi petición y contarme a través de sus labios que una vez me dieron muerte su vida, ha vivido mucho, o al menos eso supongo- comentó -Y supones bien- afirmé -¿Cuánto me dirás tu historia?- preguntó como un niño -Llegará el momento, acepto contártela.- prometí Hubo una pausa - Fernando tendrás que esperar, necesito pensar muy bien que decirte, que palabras pintarás con tinta, cuales palabras omitiré y las reservaré para mi corazón, debes comprenderme, muy pocos se han acercado a mí como tú ahora lo has hecho- pronuncié suavemente Hubo un silencio -Pensé que no ibas a venir, no te vi el lunes- comentó Fernando -Tuve que salir de caza, deduje que no ibas a venir hoy, pero aquí mi sorpresa, eres un joven muy testarudo- le dirigí un tierno guiño -Sí así es- me dijo con una leve sonrisa -Mañana te veo aquí- le dije saliendo de la cafetería, mis pasos me alejaban de aquella luz débil del puesto, Fernando me miró por la ventana del local, mientras como yo desaparecía entre aquella oscuridad. La noche volvía a la ciudad, estaba silenciosa otra vez, me vestí rápidamente y me fui al encuentro con Fernando. Esta vez no me esperaba dentro de la cafetería, estaba parado a la puerta, miraba al paisaje, la nieve comenzó a caer, como si ya no hubiera suficiente por las calles, sentí un poco más de frió a pesar de que traía un largo abrigo de piel de visón. Le mire y contemple sus rasgos juveniles, su mirada ligeramente seria y un poco soñadora, sus labios rojos que ahora comenzaba a desear más que nunca. La luz del local formaba en su rostro curiosas sombras y delineaba su rostro como si fuera una escultura delicada de mármol. -¿Qué haces afuera?- pregunté cuando estuve suficientemente cerca -Te esperaba, quiero entrar contigo- -Hoy no quiero entrar- le dije -¿Por qué no?- me preguntó mientras alzaba ligeramente las cejas -Me comienzo a sentir aburrida, quiero pasear contigo un rato- Me tome de su brazo y comenzamos a caminar por las calles cubiertas de escarcha -Hace tiempo que no sigo los pasos de un hombre- le comenté El se limitó a sonreír, amaba su sonrisa; sí la comenzaba a amar. -¿A dónde vamos?- me preguntó -No lo sé, generalmente no sigo un itinerario- le respondí Comenzamos a seguir el rumbo que el viento nos silbaba, entre risas y leves murmullos conseguimos a ir a un bosquecillo que se encontraba a afueras de la ciudad, constaba de algunos pinos y estaba muy silencioso. Me sentí muy feliz al estar con Fernando, debes de saberlo. Toda la noche jugamos como un par de jóvenes enamorados. Así fueron los dos meses siguientes. Pero llegó el momento en el cual me sentí lo suficientemente segura como para revelarle mi historia, nos reunimos en el café en el cual hacía tiempo que no habíamos ido. -Hoy es el día- le anuncié -¿Segura?- me pregunto -Así es- La mesera me trajo mi habitual taza de capuchino. Ya la comenzaba a extrañar. Fernando mientras tanto sacó sus dos pesadas libretas que siempre traía consigo. -¿Traes suficiente tinta y papel?- pregunte -Lo suficiente para esta noche- comentó mientras esperaba paciente a mis palabras -Espera un momento- le dije Tome la taza de café, con el poder de mi mente comencé a hervir el líquido, una gran torre de vapor salía de mi taza, afortunadamente todas las personas ahí presentes se hallaban muy ocupadas cuchicheando en sus propios asuntos como para prestarme atención. -¡Wau!- exclamó Fernando -Sé hacer muchas cosas- musité Cuando se hubo terminado tomé el dedo izquierdo índice de Fernando. -¿Qué haces?- me pregunto arqueando las cejas -Si voy a hacer esto quiero hacerlo bien- le dije Mordí el dedo, mis dientes penetraron en él y escuche un fuerte clic, las gotas de sangre comenzaron a caer dentro de la taza. -Déjalo así- le dije En cuanto cicatrizo la herida (cuestión de segundos) comencé denuevo el proceso. Fue así hasta que la taza se hubo llena de sangre. -¡Ahora sí! Ya estoy lista para contar mi historia- le dije a Fernando tomando un ligero sorbo de sangre.
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