La muerte del coronel lvaro Barragn Capitulo 2
Publicado en Aug 14, 2010
Las casas se alzaban perdidas, apenas unas cuantas se hallaban pegaditas en un desigual centro. A Álvaro le recordó el pueblo donde se había criado, se llamaba "San Imelda" muy lejos de donde ahora se encontraban.
Era muy parecido, casas disparejas, cuarteadas, con paredes de cal y techo de palma. El clima era húmedo, no llovía, pero siempre estaba nublado, no llovía pero bastaba el vapor del aire para que la exuberante naturaleza creciera con un ritmo acelerado, como si las plantas tuvieran prisa por crecer. Su casa era muy igual a las demás, no parecía distinguirse de otras. Era pequeña, tres habitaciones, una recamara para los padres, para los hijos y para la comida. El general tenía tres hermanos mayores que él: Anselmo, Antonio, Alejandro. Quien sabe que ideas tenía su padre para gustarle todos los nombres con la letra A. Su padre se llamaba Anselmo, era un campesino, amaba la tierra tanto como a su mujer, que por cierto se llamaba Alicia Rosas Montalvo hija de un poderoso cacique. Anselmo Primero (cómo se hacía llamar después de su primer hijo) cultivaba maíz, frijol, algodón, calabaza, chile y en ocasiones muy especiales esperanzas que se elevaban al cielo como pajarillos para no volver jamás. Era obstinado, terco, testarudo, resistente y nunca se le oyo quejar por nada, ni siquiera por el miserable sueldo que ganaba y que cada día alcanzaba para menos. Se la pasaba labrando el campo, mientras que el campo lo labraba a él. Lo había formado de un carácter duro, estoico pero sin volverlo piedra. Su mujer era igual y quizá por eso se casarón, los dos soportaban un yugo tan pesado. Alicia era una hija de un cacique y se escapó a la primera oportunidad con Anselmo. Se dice que el cacique se ahogo en un su propia rabia cuando lo supo, más aún cuando supo que había vuelto para poder robar las joyas de la familia para poder sufragar los gastos domésticos. Fue por esa época que estaba embarazada de Alejandro. El carácter férreo y estoico formó a Álvaro o mejor dicho el Coronel Álvaro Barragán. La misma obstinación y resistencia fue lo que logro que su gente después de dos horribles días lograron encontrar aquel pueblecito con sabor a arena y miseria. Aquel pueblo se hallaba en un diminuto y apretujado valle. Resultaba curioso puesto que pareciera que la tierra había hecho un hueco en su mano para poder albergarlo. Un polvoriento y serpenteante camino conducía a él. "Hemos llegado" dijo Álvaro cuando lo vio desde un precipicio Desde aquel precipicio lograron ver una iglesia de torres lóbregas y con una cúpula que parecía una vieja cebolla podrida por el olvido. Conforme avanzaban Jimeno Rodríguez soldado de las filas de Álvaro recordó el olor a tortillas, el sabor de su dulzura hogareña que embriagaba más que el vino y no provocaba resaca. Sólo alcanzo a suspirar. El Sol seguía despuntando la luz y el calor crecían exponencialmente con cada suspiro. Ya no se sudaba y ojala fuera así, el cuerpo daría señales de estar vivo, pero quizá uno ya había sudado todo lo que se podía sudar. Ahora si estaban secos. -Coronel los hombres tienen sed- le comento uno de sus soldados Él busco con la mirada algún pozo -Espere a que lleguemos al centro del pueblo, seguramente habrá un pozo- respondió serenamente Siguieron caminando por la pedregosa sendera que amenazaba con borrarse por el viento lleno de arena. -Coronel los hombres tienen sed- le comento uno de sus soldados Él busco con la mirada algún pozo -Espere a que lleguemos al centro del pueblo, seguramente habrá un pozo- respondió serenamente Lo repitió como si fuera la primera vez que se lo habían pedido, siguieron caminando cuidando aquel temple que los hacía gallardos. Álvaro recordó la vez en que tuvo sed por primera vez, el agua se había terminado. Salió al patio y abrió la boca abierta en un grito mudo. Debido a la humedad del aire comenzó a llenar su boca de un agua diferente a todas y que igualmente calmaba la sed. En días en que no había agua bastaba con correr con cántaros llenando así en menos de un par de minutos sus cantaros de barro negro. -Coronel los hombres tienen sed- le comento uno de sus soldados Él busco con la mirada algún pozo -Espere ya mero llegamos- respondió serenamente Pensó ahora en la posibilidad de abrir la boca y correr como loco para poder saciar la sed. Lo pensó en serio y consideró la idea de solo atrapar polvo. -Señor tenemos sed- dijeron después de un par de horas Álvaro vio que ya había llegado a San Ignacio vio un diminuto pozo. -Manda a alguien para que llene la cubeta- ordenó Se lo encargaron a Jimeno se bajo de su caballo y se dirigió al pozo. Cómo si se hubiera tratado de un disparo Jimeno cayó en el piso muerto de sed. Bastante muerto diría yo.
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