DECISIN
Publicado en Jun 10, 2009
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Decisión  
 
La mirada de Pedro se perdía  en la ventana del laboratorio, parecía relajado pero sus pensamientos ardían.  Detrás de él a escasos metros, la cápsula de metal y vidrio  palpitaba con  una mortecina  luz  azulada  y rojiza. La envolvía una tenue neblina que emergía de su interior por pequeños  agujeros ocultos  detrás de  aletas diseminadas  en toda su estructura.
La diminuta puerta de la cápsula estaba abierta. Abisagrada en su parte superior, parecía un párpado a punto de parpadear. Un leve zumbido le otorgaba cierta actividad viviente que inquietaba. Dio vuelta la cabeza y miró al aparato con desconfianza. Esa boca oscura perturbaba su imaginación. Esa abertura  le  parecía el tránsito al útero materno.
Con cierta alucinación creía ver en aquella puerta un regreso, una oportunidad de remediar todos los errores, las frustraciones, los papelones, los sinsabores, en fin, todo lo que un hombre quisiera no haber vivido en el transcurso de su vida.
Su único éxito lo  constituía esta máquina. Algunos le  habían llamado genio, él se preguntaba si esto era un elogio o una sentencia de infelicidad. De muy pequeño comenzó a tomar conciencia de esa dimensión inconmensurable que es el tiempo. Siempre, en el transcurso de  su vida,  se había preguntado una y otra vez por esa inasible cualidad de los momentos. El tiempo, ese  mismo tiempo  que ocurre o que  transcurre, que pasa, que se agota.
Con los años fue ganando la autoestima necesaria como para poder comprenderlo, degustar  sus ecuaciones,  sus formas  matemáticas, sus gráficos, sus consideraciones paradojales.
Nunca  le  interesó  demasiado  el  asunto  de  los  relojes,  él desestimaba los  métodos que el hombre había edificado para medir o ponderar  su extensión, lo que a él realmente le importaba, era el concepto primordial del tiempo.
El guión de la idea decía, era el verdadero descubrimiento; que funcionara matemáticamente le parecía una anécdota secundaria. La realidad no consistía en probar, sino en crear. Las pruebas, argumentaba, son como mirar el  reloj cuando deseamos saber la hora, lo que vemos no es  la hora,  sino un  acuerdo entre  todos  los  Hombres  del planeta estableciendo que en ese instante todas las manecillas de los buenos relojes debieran  de coincidir  en una  misma posición  para  una latitud dada.  Y a él no le interesaban los convenios jurídicos o técnicos, sino la esencia de la cosa.
Sus días transcurrían en ese laboratorio, bajo  la luz  fluorescente y  el desagradable olor a ozono.
Continuaba asentando la mirada en la cápsula como si esperara de ella alguna  respuesta,  una  señal  que  le  indicara  el  camino apropiado.
Todo se desvanecía a  su alrededor,  un claro  presagio de  vida nueva le invadía y presentía sentimientos que no comprendía. El lápiz entre sus dedos dejó de bailar y cayó al suelo.
De pronto se encaminó hacia la cápsula con decisión, el tiempo había llegado, el instante  en que  todo el  porvenir se  alinea inexorable detrás  de una  convicción. Él  lo  supo,  y caminó seguro hacia la máquina.
El párpado lo envolvió lentamente, como acariciándolo, protegiendo su entrada al pasado. Y todo zumbido, toda neblina surgente cesó de pronto. La  luz   que  emergía  desde  abajo  de  la  cápsula  comenzó  a debilitarse  hasta   apagarse  totalmente,  un  silbido  punzante estalló en el laboratorio como un mazazo, entonces... se esfumó.
Su reloj enloqueció y estalló. Pedro se miró las  manos como  un reflejo  para verse todo él en ellas.  Estaba allí, pero en otra época. Sintió el dolor que  acompaña al  tiempo (especialmente doloroso cuando su sentido es inverso). Entrecerró los  ojos para  transitar el  pórtico de  la nada y estuvo ahí... donde quería. Sus ojos se abrieron lentamente, sus pulmones se llenaron con un aire distinto  pero reconocible, sus oídos  volvieron  a percibir aquellos otros  sonidos,  aquellos  olores y  colores.  Estos colores le parecieron distintos a los recordados, más definidos y esculpidos, ahora los sentía pintados.
De pronto sus pensamientos callaron, su sed de sentir se detuvo y sus emociones se  recompusieron y atemperaron (para no enloquecer). Entonces lo vio... lo encontró caminando por aquella vereda donde  sabía  le  encontraría. Lo recibió como  a un amigo anticipado y  lo saludó para sí en voz muy baja para no perturbar a aquella imagen que aún no discernía si era real o ficticia.
Él mismo y la  cápsula no  podían ser  vistos ni oídos por nadie pero sí podía ver y escuchar todo y a todos.
Esta era una peculiar  manera de  rastrear  su  pasado  sin  ser sorprendido en la secreta intención de cambiarlo.
Ahí estaba él mismo o lo que él era en aquellos años. Entonces se interrogaba menos   y  sobrevivía   con  angustias  y disconformidades. Ahora tenía más preguntas que respuestas.
Caminaba tranquilo por aquella vereda que parecía revivir en cada detalle.  Sus pasos le recordaron cadencias olvidadas de sí mismo. Su mirada perdida entre los árboles, hurgando en zaguanes y  ventanas  le  recordó   su  ingenuidad   de  antaño.   Y  su ropa... aquellos  pantalones   cortos  de   franela  gruesa   (era invierno) y  gris y  el cuello  de su  camisa siempre  a punto de salir volando  como un  avión, y  sus rodillas  siempre ásperas y oscuras, sus manos nerviosas y listas para hacer o deshacer, para componer o  romper, para  saludar, para  hacer de  visera y poder bucear en  el  cielo  en  busca  de  pájaros  a  la  hora  de  la siesta, para acariciar las páginas de viejos libros que quien sabe donde estarán ahora...   (¿ahora?).
Se observó  del modo  en que  nadie puede  hacerlo viendo  viejas fotografías o  cintas de celuloide, se vio como se mira a alguien presente  (él  estaba  ahí)  y  sintió  ternura  por  este  viejo conocido, lo  presintió inseguro o se recordó -¿ como saberlo ?-, y lo comprendió con la extensión de los años, a través de las tristezas y de las alegrías. No  lo supo entonces,  pero sonrío  por estos pensamientos.
¿Cuantos años tendría?... quizás 11 o 12... no más.
¿Que debía  modificar, de  poder hacerlo (aún no lo  sabía),  para producir a  lo  largo  de  toda  una  vida  los  cambios  que  le satisficieran?, ¿Cuales  serían las  horas claves,  los  momentos determinantes, los  instantes precisos  para operar el bisturí de su propia historia?.
¿Y como, finalmente, podría atravesar esta pared de incomunicación que le  imponía la  unidireccionalidad del fenómeno, ya que nadie podía verlo  ni escucharlo?. Era como un fantasma, como un muerto que regresa al lugar donde vivió y sólo puede ver la película de su propia vida sin  poder  hacer  nada  para  cambiar  el  guión original.
Recordaba momentos que hubiera  preferido no  haber vivido, pero aún estos   le  parecieron imprescindibles  para mantener algunos rasgos  de   sí  mismo   que  apreciaba   particularmente.  Otras situaciones le  permitieron comprender  dudas y certezas que hoy, en la adultez, le permitían sobrevivir y valorar al mundo con una particular bonomía.  Encontró traiciones  y  lealtades   en   este trayecto de  su tiempo  de ayer,  encontró distancias  que  creyó menores y afectos que en su momento no supo o no pudo detectar.
Escucho  frases   y  pensamientos   propios  y   ajenos  que   lo impresionaron y  con cada revelación de lo olvidado se encontró de a  trozos y  se fue  armando como  pudo,  recomponiendo  las piezas que  creía sueltas,  los pedazos  de sí  diseminados en el tiempo, sus  propias emociones,  sus  más  pequeños  gestos,  sus debilidades, sus  fortalezas, su estructura  más pura.  Un inmenso rompecabezas que le permitía  llevar a  cabo la  más  difícil  y tediosa tarea que toda persona puede realizar... comprenderse.
Se detuvo  un momento  a reflexionar,  su  voz  acompañaba  estos pensamientos y  algunos nombres  que creía  olvidados  emergieron entre  sus   cuerdas  vocales  como  pequeños  huracanes  que  le sorprendieron y debilitaron su entusiasmo renovador.
Él era esta compleja  telaraña de sensaciones y de estallidos de brillante locura, era  esta maza  informe de  sentires opuestos  y mezclados, esta  especie de  guerrero irreverente al determinismo impuesto por millones de imponderables  elementos que conformaban la poción de su vida.
Se miró... no a sus manos, sino a él... en ese tiempo que ya no era el propio.  Se observó  serenamente,  y  en  esa  contemplación comprendió lo  oculto, estableció  las líneas de su estilo, apañó como un padre su cuota de mediocridad.
No se miró en  un espejo, no precipitó su mirada en una foto viviente, apenas si  se transitó por dentro durante unos minutos... y pudo saberlo. Fue una observación de duración incierta.
Sus manos habían caído  a los  costados de su cuerpo. Sentado en aquella cápsula  su mente bullía entre sus intenciones originales y esta comprensión de ahora.
La última imagen fue  antes  de  que  el  muchacho  doblara  la esquina. Creyó entonces que lo miraba por el rabillo del ojo y se sorprendió al verse a sí mismo mirándose. El adolescente se perdió en el pasado, camino  quien sabe  adonde.  Tuvo el  impulso  de seguirlo, de  continuar este  escrutamiento como  un espía  de su propia sombra... pero  no quiso... o no pudo... o no se lo permitió, simplemente.
Por un  largo  momento  se  quedó  así,  abstraído  del  ambiente tecnificado  que   lo  envolvía,  se  preguntaba  si  este  viaje efectivamente se  había realizado o su efecto era precisamente un excesivo ejercicio  de la  memoria. Y  en todo caso, ¿no era ésta una  experiencia  que  por  su  sola  vivencia  pudiese  producir modificaciones en su vida?.
Si la  evolución de  las especies, la perfectibilidad del sistema de vida  conocido se  basa en  la memoria  genética, ¿que efectos habría tenido en su vida este viaje en el tiempo?. ¿Es la memoria un efecto del pasado o una acción del presente?.
Volvió a los comandos  y apretó  el botón  del regreso.  No hubo dolor  en  este  viaje  de  vuelta  a  casa,  las  luces  que  le impresionaron antes  las sintió  ahora fugaces  y hasta el sonido molesto le  pareció intrascendente.   Por la ventanilla volvió a ver el paisaje conocido del laboratorio. El reloj en la pared le confería al viaje la  escasa  extensión  de  un  segundo. Sí, había regresado un segundo después  del instante de la partida. Sintió la pérdida  de esa  fracción de  vida pero  no quiso corregir las coordenadas,  no  pretendió  perfeccionar  la  sincronización  de alguna que otra fórmula, sólo quiso estar de nuevo aquí... volver... sólo volver.
Al salir... antes de apagar  las luces, volvió la mirada sobre la máquina y  sintió de  nuevo todas aquellas preguntas y gozo íntimamente... la falta de respuestas.
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FICCIN

Palabras Clave: decisin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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