Los domingos
Caían del cielo, miles eran, de brillantes colores, me llamaban, se agitaban, como nerviosos, pero reían y su risa solo la escuchaba yo. ¿Por qué nadie los ve?; todos a mi alrededor hablan, fuman, teclean sus maquinas, inmersos en un mundo cerrado, asfixiante.
 Un rayo de sol entra por la ventana, me distrae, pero los vuelvo a ver, cómo me gustan. De niño me fascinaba su libertad, la sonrisa que solo su presencia instalaba en la gente, en toda la gente, la señora fina, el vendedor de helados; esperaba ansioso los domingos para mirarlos volar. Mi padre solía regalarme, todavía lo recuerdo tomando mi mano, con su mirada triste, taciturna.  ¡Sí!... Voy hacia ellos ya no tengo dudas, el señor de los helados me saluda con la mano, la señora fina dio un respingo mientras giña un ojo, de nuevo el rayo de sol me enceguece, pero ahí lo veo a mi padre, vino por mi, voy con él, quiero pasear los domingos...
­_ ¿Qué pasó oficial? Yo vivo en este edificio - dijo la muchacha sorprendida de tanto alboroto.
_   Nos llamaron porque alguien cayó del tercer piso, pero fue demasiado tarde. Falleció en el  acto.
_ ¿Y todos estos globos? - preguntó sorprendida.
_ En el quinto piso había una fiesta, y el dueño abrió la ventana y empezaron a caer...