LAS TÍAS
Publicado en Sep 15, 2010
Lo que pasó fue horrible.Si me tienen paciencia y esperan un poco lo puedo contar, pero antes me gustaría decirles que me sorprendió bastante ver a tía Ariel en lo de Yeya. Sí, Ariel se llamaba la tía. No sé por qué tenía nombre de varón y un moño raro en la nuca al que todos le llamaban banana. La banana de tía Ariel que había sido rubia pero después se puso amarillo blancuzco. Digo que me llamó la atención verla ahí porque que yo supiera estaba muerta hacía ya cinco años, que yo me enteré el día en que la rueda de la bicicleta se me trancó en la puerta tan chiquita del quiosco y cuando me agaché a destrancarla vi el titular del diario con la noticia de lo que iba a pasar ahora cinco años después y una foto de la tía Ariel muerta lo que me pareció raro porque a la tía no la conocía nadie. En casa nadie dijo nada pero no la vimos más hasta ahora, que la veo yo. Estaba flaca la tía Ariel, más flaca de lo que yo la recordaba y los pantalones de lana le quedaban muy mal, como llovidos. Yo la miré y ella agarró para el lado del gallinero sin hablar con nadie pero tía Alcira la siguió. Así que Alcira también la veía. Alcira siempre hablaba con la gente con la que nadie hablaba y con la gente a la que nadie veía. A mí me parece que era como que Alcira te decía: “¿viste como soy una buena persona que aguanto a todos los que los demás no aguantan qué humana que soy?” Entonces la tía Alcira siguió a Ariel hasta el fondo, al lado del gallinero y se pusieron a hablar de enfermedades, como siempre antes. Al que no vi fue al perrito pomerania de la tía Ariel. Los pomerania casi no se ven ahora. Claro que él se murió también, antes que Ariel me parece. Una vez cuando plantamos una palta con papá nos encontramos con los huesitos amarillos y los colmillitos tan blancos. Era un perrito lanudo, de mal genio, con algo de pequinés. Siempre tenía mal olor. La tía Ariel se sentaba en una silla en el portón que daba al camino, se sacaba una sandalia y el pomerania la lamía entre los dedos de los pies, a la tía y en la familia se decían cosas sobre eso cuando creían que yo no escuchaba pero yo me daba cuenta porque yo tenía ocho años hace cinco. Pero todo eso fue antes de que pasara lo que terminó pasando. Que fue horrible. Bueno el pomerania no estaba, ya dije que se murió.
El día de la tragedia yo venía con la bici por el camino grande y se me hizo tarde porque el pasto entre los adoquines crecía tan rápido que se me enredaba en las ruedas y la bici se me estaba poniendo chica hacía días. Igual llegué antes que el Chino, que cuando lo pasé venía cargando con dos bolsas y un cordero recién carneado sobre los hombros. El machete le colgaba como siempre de la cintura. El Chino no era chino. Le decían Chino porque era un poco indio. Dicen que acá no hay indios, pero él era. Siempre le traía la carne al tío Pocho y preparaba los asados y se quedaba, porque el Chino era solo. Esta vez, además del cordero trajo mollejas, mollejas congeladas en bloques. Porque era veinticuatro o veinticinco, no me acuerdo bien. Las sacó de la bolsa y las puso arriba de la mesa del patio que era una mesa vieja de madera manchada de harina de los ñoquis de los veintinueve de muchos años. La mesa era de roble pero a nadie le importaba porque nadie sabía y era la mesa de los ñoquis de Felicia hasta que Felicia se murió y entonces la sacaron afuera, a la mesa. En esa casa todo se hacía en el patio de hormigón lustrado debajo de la glicina, ese hormigón lleno de rajaduritas y que después tenía esas manchas distintas que por más que las refregaron bien fuerte con cepillo y soda nunca salieron. Bueno, ahí el Chino, que también veía a la tía Ariel, porque la veíamos yo y Alcira y él, nadie más, empezó a cortar los bloques de molleja a machetazos. A mí no me gustó como miraba el Chino a la Tía Yeya pero al tío Pocho me parece que no le importaba o no se daba cuenta . Tampoco me gustó como la tía Yeya miraba al Chino. Pero el tío Pocho tampoco se daba cuenta o no le importaba. Tampoco me gustaba el olor que le salía al Chino de los pantalones ni la cara que ponía a cada golpe de machete que atravesaba el hielo rosado de las mollejas y se clavaba en el roble dejando tajos mojados mientras la harina reseca de los ñoquis de Felicia empezaba a ablandarse y a resucitar la masa esa dura de años. Ahora que me acuerdo Felicia picaba ajo y cebolla con una cuchilla rara, curva, con dos mangos, que se balanceaba y también dejaba surcos en la madera pero eso era muy antes y solamente yo lo notaba porque nadie se fijaba ni se acordaba. La tía Lygia temblaba con cada golpe del Chino y a mí me gustaba mirarle el escote a la tía, ahí justo en el lugar donde se unían las dos tetas, temblando, aunque le empezaron a salir unas arruguitas ahí ese veinticuatro o veinticinco, no sé bien. A mí con las arruguitas me gustaba más mirarla, temblando en cada golpe. Una vez la tía Lygia me abrazó así apretándome contra el vestido floreadito y suave y le salía un olor tan tibio que me mareé. Parecía de marfil húmedo la tía Lygia, tan blanca con el pelo negro lacio y los ojos hundidos. A papá también le gustaba mirarla, porque yo me di cuenta. Me parece que estaba el marido de Lygia, el tío Guillermo, pero no me acuerdo bien porque para mí el tío Guillermo siempre tenía la cara borrada y me acuerdo solamente del pelo rubio bien cortito. El tío Pocho también estaba un poco borroneado. El tío Guillermo siempre hablaba de autos y de lo mal que cocinaba la tía Lygia. Papá siempre decía que la tía Lygia no necesitaba cocinar bien. Lygia lo miraba al Chino y a mí esa mirada me hacía sentir una cosa en el estómago. A mí me parece que le miraba el olor de los pantalones al Chino. Bueno, pero ese día, el de la tragedia, papá había ido a buscar la carne que había encargado porque era veinticuatro o veinticinco, no me acuerdo bien porque siempre me confundo y no sé si el asado se hace el veinticuatro de día o de noche pero ese día el Chino se había puesto a prender el fuego que él creía que era el mejor en eso y papá se metió a hacerlo él porque creía que él era el mejor también y entonces el Chino lo miró a papá. Entonces papá me dijo, vamos. Yo salí por el camino grande con la bici enredada en los pastos que ya estaban un poco más crecidos y papá atrás con la bolsa de carne. Alcancé a ver que desde el gallinero venía caminando Alcira y un poco más atrás, pero azules, Ariel y Felicia, caminando hacia donde estaban Lygia y Yeya con aquella mirada muy rara. Ahí íbamos por el camino grande, yo con la bici que me quedaba chica, papá con la bolsa de carne y los ojos llenos de los ojos y las tetas de Lygia y atrás, corriendo a pasos cortitos, el pomerania de tía Ariel, que me olvidé de decirles que era todo negro con una manchita blanca. Ahora, lo que pasó después no sé. Sí, yo les dije lo de la tragedia, pero ahora no sé. Es que yo tenía ocho años hace cinco y papá nunca quiso hablar de eso.Pero fue horrible.
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