"LA CLAVÍCULA DE SALOMÓN"
 
Cuenta la leyenda, sin que a nadie le conste algo,
que el hijo de David y Betsabé sucedió a su padre en el trono,
gobernando entre 970 y 931, cuando aún no existía nuestra era;
que se amarteló con una princesa egipcia
antes y después de aliarse con el progenitor;
que se entendió bien con los tirios, o sea con los del Sur,
quizás por ser excelentes comerciantes
aunque no mancos ni torpes en asuntos de la guerra;
que embelleció sus estados, levantó el templo de Jerusalén
y se hizo legendario por su sabiduría,
además de escribir el Libro de los Proverbios,
el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares.
 
Como si esto fuera insuficiente, también es considerado
patrono de los filósofos, botánicos y astrólogos,
conocedor de la magia y otras ciencias ocultas
que tratan sobre amuletos e invocaciones diabólicas.
Más todavía: se le atribuye la famosa Clavícula de Salomón,
texto muy apreciado por nigromantes y hechiceros
que ven en ese fantástico tratado
el mecanismo exacto para evocar demonios,
junto a una larga lista de condiciones indispensables
en la obtención de un éxito rotundo.
 
Lo anterior sin describir el vestuario y el calzado requeridos
para las ceremonias y el culto;
el cetro, las agujas, el anillo y el buril,
el agua bendita, el fuego, las luces y los perfumes herméticos,
el pergamino virgen, la pluma, la tinta
y la sangre que deben ser utilizados
para escribir y firmar todos los pactos.
 
Ante semejante despliegue de imaginación
dispongo apenas de una posibilidad:
Terminar este poema y salir a buscar en librerías,
centros comerciales y almacenes de antigüedades,
incluso en bibliotecas, públicas o privadas,
un ejemplar de tan misteriosa obra,
con el fin de conocer la fórmula secreta
que pueda liberarme, sin más y para siempre,
de las torvas influencias de tu pasión maleva.