El tiempo se detiene 
justo cuando mis ojos se entrecierran
y mis ideas se abren paso entre la
maraña de la abstinencia.
Sentirte cerca, sentir tu respirar dispuesto
me hace olvidarme de lo demás
incluso de los demás.
Esferas cafés se amontonan bajo tu piel
si a acariciar tu rostro me dispongo.
Comienzas a apretarme en la insoldable
fuerza de tus abrazos,
tus manos empiezan a buscarme,
a apretujarme si rozo tu cabello con mis labios.
Te acercas siento algunos musculos
tuyos que brincan y chocan en mi pierna,
al aproximarte a mi cuello u oreja; mis entrañas
se comprimen, me causan cosquillas
pero el sonido de tu exhalar
me inquieta hasta el cabello.
Si te beso disfruto el pasear de tu lengua
y la inestable succión de tus mandíbulas
desbordada en mi boca.
Tu olor que me vuelve parte de la escena,
quisiera poder explicarte porque al sentir
tu saliva me tiemblan las manos  
y mis intestinos quieren quieren salir,
el porque si me abrazas con ese contraste 
que percibo de  cariño y deseo; mis piernas 
se vuelven débiles y tiemblan igual que mis manos.
Si paseas por ahí con la segurisdad 
de querer hacerlo mi respirar
se entrecorta y poder recuperar
el ritmo original me parece una eternidad.
Todavía es escalofriante la extraña atmósfera
que siento nos rodea
cuando comienzo a aceptar que eres tú quien
a mi lado se encuentra y no un deseo repentino.