EL FRASCO MARRN (Fragmento)
Publicado en Oct 09, 2010
Entrada la noche se dio cuenta que ya todo estaba dicho, cuando sin querer, descubrió a su madre en la habitación revisando los bolsillos de sus pantalones. A José Unkul le invadió un incierto juicio sobre su persona, pero se ocupó bien aquella mujer en hacerle saber que volvería al consultorio y continuar un inútil tratamiento, pues parecía dar muestras de una endeble salud y por lo tanto debía aumentar su peso; como si fuera un objeto, más que una persona, padeciendo una maldición espantosa, donde encontraba como consuelo el sonido de su violín.
Debido a esto, tampoco fue factible la asistencia regular en la escuela, siendo su propia madre quien decide hacerle tomar clases particulares en su casa, pues Pepe, su padre, un hombre sencillo, tranquilo y de apaciguado carácter, no era dueño de tomar ninguna decisión. Esperanzado, ante el sonar del teléfono, estiró su pierna izquierda desde su habitación, para no hacer el menor ruido, y buscando quizás llevar a cabo alguna travesura con su cómplice apoyó la punta del zapato justo al lado de la mesa donde el aparato negro continuaba sonando. - ¿Quién es José? -preguntó su madre antes que él suelte la primera palabra, y con voz muy suave y temblorosa intentó responder: - Es... - ¡Decile que no! -ordenó la madre desde la cocina, en un grito insensato y sin escuchar la respuesta. - José estranguló el tubo del teléfono delicadamente y cortó la llamada. Era un tal Daly de apellido; su entrañable amigo quien le brindaba una aliviadora compañía, compartiendo el gusto por la música tocando ambos el violín, como así también cierta afición por el ajedrez. Ni siquiera se atrevió a cuestionar el motivo de la perentoria negación, pues sabía que le esperaba el doctor, su aspecto físico no le daba tregua, para obligarle a ingerir otra cucharada de aquella repugnante medicina. Llevaba un elegante traje de chaqueta, ligeramente perfumado y sus zapatos daban la impresión de quedarle dos tallas más grandes. No pecó de ignorancia porque el comienzo sería el de siempre: subir a una balanza la cual, como si le guiñase un ojo al verdugo frasco marrón, que le estaba esperando sobre una mesa larga y fría, sin la mínima piedad revelaría al doctor un número tal que fuese determinante para el cumplimiento de su condena. - ¡Quite sus pies de encima, insignificante individuo! -pareció oírle decir la última vez a lo que el fatuo doctor acompañó con una recargada risotada como si la hubiese escuchado. - ¿Acaso no ve usted que aun no ha sanado? Deberá abrir la boca y tomar la medicina sin hacer la menor pregunta - creyó escuchar decir a la balanza - ¡No! -dijo José - debo pedirle un favor, pero no le diga al doctor acerca de esto. - No lo se -respondió la balanza, dudando - Es solo por hoy, a cambio prometo traer zapatos con suela de goma la próxima vez, para no estorbarle - De acuerdo. ¿Cuál es el favor? - ¿Podría marcar un par de números de más con el fin de eludir, al menos por hoy, la ingesta de esa medicina? - De modo que me pide que mienta. ¿Verdad? José quedó callado, observándola con desconsuelo, sintiendo náuseas de tan solo pensar en el frasco que le estaba esperando con paciencia, el momento en que ocurriese lo inevitable. - No me ha respondido, por lo tanto no podré cumplir su pedido. - No es sólo un pedido. -Replicó José - más bien es un favor. - Pues da igual. Porque en realidad es una mentira. ¿Qué cree usted que me sucedería si el doctor se da cuenta de que ese no sería su peso verdadero? Probablemente, me cambie por otra balanza, una moderna, joven, reluciente, con números más grandes y toda plateada ella; una invasora que me transformaría en chatarra, arrumbada en algún depósito haciéndome echar al olvido después de dar tantos años de servicio exacto, y colaborar con mi jefe en sanar pacientes, humanos que sobrepasan sus límites haciendo siempre lo indebido y acuden aquí, con la expectación de que una indique que está todo en orden. Su egoísmo, señor Unkul, debería avergonzarlo. ¡Olvídelo! No permitiré que eso me suceda, al menos, no por una mentira. José se dio cuenta de que era víctima de una opresiva soledad. Parecía haber siempre un motivo como una excusa para no complacerlo. Su angustia desapareció cuando llegó el momento. - Disculpe doctor, antes de pesarme ¿puedo pasar al baño? - ¿Es muy necesario? - Preguntó el doctor abriendo los brazos y observando por encima de sus lentes - - Simplemente es necesario -dijo José palpitando el éxito de su idea - En ese caso vaya y sea breve, ¡no tengo toda la tarde para usted mi hijito! Al salir del baño fijó su vista en la balanza, se apresuró en realizar la rutinaria y fatigosa prueba como tratando de impedir alguna nueva ocurrencia por parte del doctor; apoyó un pie (tal vez el mismo que había estirado al mediodía para acercarse al teléfono), haciendo el mínimo esfuerzo y tanteó la aguja del aparato para luego repetir el movimiento con el otro pie. Quedó indefenso sobre la balanza; recto e inmóvil casi reteniendo la respiración y sin mirar, a modo de rezo, el resultado como así tampoco el odioso frasco. Su vista parecía formar un ángulo recto respecto de su torso. - Lo felicito -dijo el doctor. - ¡Ha mejorado notablemente! ¡Podría afirmar que es casi un milagro! Hoy no habrá medicina para usted, no es necesaria -palmeándolo en un hombro. José salió del consultorio con un gesto de satisfacción, marcado por su boca, que parecía infinito; interminable. Pues mientras caminaba en dirección a su casa, se quitaba de los bolsillos del pantalón unos clavos enormes y pesados que había escondido al entrar al baño del consultorio. Así, su peso había aumentado, aunque sea momentáneamente, y su deseo estaba cumplido; al menos por ese día...
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Gustavo Gabriel Milione
Jos Luis Marrero
Gustavo Gabriel Milione
Guillermo Capece