ROSAS ROJAS
Publicado en Oct 17, 2010
José se disponía a concurrir a una iglesia para participar del coro, pues era devoto de aquellos eventos musicales; llevaba una camisa de hilo zefir un sombrero bombín y un paraguas largo, negro y con punta de aluminio muy brillante porque esa tarde el cielo estaba gris. Amante de la música de Mozart, se inspiró solo un poco con uno de sus discos de pasta y al terminar de escucharlo se marchó.
Ese día en un descanso, en el jardín del lugar donde regularmente se realizaba la práctica del coro, conoció a la señorita Dora Zurzo, quien era una de las que nunca faltaba a las clases y estaba muy atenta a la lectura de la letra sobre la canción del ensayo coral. Se acercó con un dejo de duda, como si alguien intentase frenarlo; no obstante se animó pues su corazón pudo más. Aquella mujer le observó con apego, aceptando su compañía. José estuvo por unos instantes alejado de su rutina, casi en un estado de insomnio; como él mismo se dijo: "una extraña mezcla de alegría y libertad". - Sería un placer para mí volver a verle -dijo José - En ese caso, no habría inconveniente de mi parte señor, siempre y cuando mantenga usted el debido respeto - Despreocúpese ¿debo tomar su respuesta como un sí? - Algo similar -dijo Dora, simulando una cómplice sonrisa y se volvió al salón de la iglesia, para continuar con el ensayo. José se inclinó a modo de saludo y le siguió los pasos. Al terminar el ensayo, la buscó por toda la iglesia, corrió hasta el jardín donde la había visto durante el descanso y tampoco logró verla. Su mirada estaba enfocada en la banqueta de mármol donde Dora había estado sentada repasando la letra, y fue cuando advirtió una hoja que parecía haber olvidado. La tomó, la leyó y la guardó sonriente. Caminaba en puntas de pies como si estuviese esquivando la bosta que parecía haber por el camino. - ¿Qué hace usted, señor? -le preguntó un hombre viejo - ¿No lo ve? -replicó José - lucho tenazmente para evitar pisar la bosta -y se fue- El hombre viejo se quedó parado contemplándolo con extrañeza mientras se rascaba la cabeza con una mano y se pasaba el dedo meñique por una ceja con la otra. - "Hace infinitamente mucho tiempo que esperaba un momento como este, una alegría semejante" -se dijo José. Todavía le quedaba un buen tramo por recorrer, mientras el cielo continuaba ennegreciendo y el olor a lluvia y humedad eran cada vez más intensos, cuando se detuvo repentinamente ante una florería. Había visto unas hermosas rosas rojas, las que además de ser su debilidad, lo eran también para la madre de Daly su gran amigo, y aprovechando, al mismo tiempo de recordar que ese día era el cumpleaños de ella, no dudó en entrar y comprar un elegante ramo de rosas rojas. - Con toda seguridad dejará usted impresionada a la señorita destinataria de estas bellezas -dijo el florista - ¡Eso espero! -respondió José y aclaró: - con la excepción de que no son para una señorita, sino para la madre de un amigo, porque hoy es su cumpleaños. - ¡Ah!, discúlpeme, en ese caso, ha elegido hacerle una atención de muy buen gusto. ¡Lo felicito! - Gracias señor -dijo José y se marchó. Al llegar a casa de Daly le entregó el ramo él mismo a la señora, eludiendo a la mucama quien rápidamente se ocupó de acomodarlas en un florero de cerámica hecho por la propia madre de Daly. Recibió el correspondiente agradecimiento y al preguntar por su amigo, la madre de éste le dijo: - Fue hasta la farmacia - sin mayor explicación que esa - Bueno, entonces me voy -replicó José - no lo tome a mal, pero debo volver a la iglesia, porque me olvidé el paraguas y no quiero mojarme - No, por favor ¿cómo lo voy a tomar a mal José?, ve tranquilo y gracias por las... Cuando volvió a su casa con su paraguas, el cual al final no le hizo falta, tomó el teléfono con ansiedad, porque en la iglesia el párroco le habían dicho que Dora, al terminar el ensayo, había dicho que no podría asistir más al coro, por una enfermedad de su padre y debía cuidarlo; y como no queriendo aceptar que le acometió una innegable inquietud, llamó a Daly quien, con voz apagada le dijo: - José ¿recuerdas que hoy por la tarde, cuando trajiste las rosas a mamá yo no estaba? - Si, ella me dijo que... - Pues había ido a la farmacia porque ella necesitaba una inyección en forma urgente - ¿Cómo? ¡No me dijo nada! - Así era mamá - ¿Cómo "era"? ¿A que te referís? - Falleció hace dos horas. Lo último que me dijo, sonriente fue: "No olvides agradecerle a José por las rosas rojas" José cortó la llamada, antes de que su madre se lo ordene, se encerró en su cuarto y estuvo cerca de una hora sin emitir el más mínimo sonido; inmóvil; casi sin respirar; no pudo siquiera llorar. Solo recordaba el fresco aroma de aquellas rosas rojas imaginándolas, quizás ahora, cubiertas por un velo negro. CONTINUARÁ...
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Gustavo Gabriel Milione
leticia salazar alba
Guillermo Capece