Viva
Publicado en Oct 17, 2010
El miedo moría entre las nubes que coronaban al inmortal momento de mi ficción, las dudas se patinaban entre los abrazos, la incertidumbre agonizaba entre las afirmaciones y por primera vez en estos tiempos de caducidad, la felicidad humillaba sin esfuerzo a la tristeza que ya se veía disipada, sin lugar donde intercalarse. La palabra "felicidad" ya no era solo un protagonista del diccionario, ahora se hacía personaje principal en el teatro bien armado de mis sentimientos. Mi mente hacía segregar a las mismas dos frases: "soy feliz" "estoy viva". Ahí estaba yo, viva como antes, viva como nunca. Se rompían las vallas que distanciaban mi infierno del edén, y de la mano del autor de estas impunes dicciones, desahuciaba a mi abismo, y entraba sin estupor al otro lado, clausurando el capitulo del resentido dolor, abordando el nuevo episodio, comenzando la nueva vuelta. Al entrar en ese lugar celestial, me topaba conmigo misma, me encontraba abrazándome y amándome sin miedo al significado de "egocentrismo". Encontraba de vuelta a mi vida. Ahí estaban: mi vida y yo. Me encendí de goce y pasé por todos los estados que describen un optimismo impecable, un positivismo sin rasgaduras. Me vi sin disfraces, sin turbaciones, sin lágrimas, sin heridas. Me vi en vida, arrancándome la palabra “sobre” antes de “vivir”. Diferente es sentir una pasión que palparla, y yo estaba hurgando todos los semblantes de una pasión. Incomparable es saber que estamos vivos que sentirse vivo, y yo me profesaba en el primer puesto de esa reina palabra: "vivir". Detrás de los telones de un sueño cumplido, podía ver la capacidad de mí ser para alcanzar todo lo que quisiese. Supe que la felicidad con la que soñaba no era imposible, supe que tenía el poder de obtenerlo todo, sólo con creer. Ahora afirmaba que creyendo, podemos alcanzar cualquier propósito que escribamos en nuestros aires de soñadores. Yo estaba haciéndolo. Veía a la fuerza que yo creía inexistente, demostrándose más desnuda que nunca. Veía a mi sonrisa perpleja, ilesa, y sincera. Se suprimía el fingir, se perdía la mentira. Ya no debía adulterar la realidad, ya no debía bajar la cabeza cuando hablasen de ocultar. Creí en el arte de soñar, en su poder, y me enorgullecí de haber soñado día tras día con lo mismo, sin nunca dudar de que acariciaria ese sueño con mis manos, sin dudar de que la firmeza con que lo armaba, fuera a conseguir su premio.
Entre todo ese latifundio lúgubre y seco, crecía una flor de un amarillo maravilloso, y yo nacía desde su centro, abriendo camino entre todos mis padecimientos, volviendo a vivir. Ahí estaba yo, tal cual como siempre, feliz y fiel a mi misma. Y fue entonces cuando me fui del sueño en vida (ahora en memoria), que supe que ya no iba a poder dudarlo: soy grande, soy fuerte, y puedo con cualquier objetivo. Acá estas "yo", te encontré. Estoy viva, otra vez. Y nunca más moriré.
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Antonio JImenez Villa
SALUDOS DESDE MEDELLIN COLOMBIA.
ANTOBIO J.