A las tres en punto
Publicado en Oct 24, 2010
A LAS TRES EN PUNTO
Algo me desveló en plena madrugada, tal vez fue un ruido en la calle, o el viento rebotando contra el ventanal del balcón sucio. Sin encender la luz, me senté en la cama y agudizé mis sentidos tratando de atrapar el sonido. Nada . Me acosté boca abajo y me tapé con la almohada. Pero estoy seguro que alguna sensación extraña me despertó. Esperé unos instantes en silencio, y otra vez, nada, ni dentro , ni fuera de la habitación. El reloj luminoso que trabaja sobre la mesa de luz, marcó las tres. De pronto, se oyó el ruido vertiginoso del ascensor que viajaba. Se detuvo. El chirriar de las puertas no se oyó, pero otra vez se puso en funcionamiento. A los pocos segundos volvió a detenerse y otra vez comenzó su peregrinar. Esto me llamó la atención. Sin encender la luz manoteé del piso la bermuda negra y me la puse. Me calcé las pantuflas y lentamente y sin hacer ruido, me acerqué a la puerta y pegué un oído contra ella para escuchar mejor. El ascensor subía, se detenía y volvía a bajar. O viceversa. Desde aquí no lo sabía. Pero las puertas no se oían, ni abrir, ni cerrar. Ahora sí la intriga fue mayor. La imaginación tomó vértigo. Con el sumo cuidado abrí la puerta del departamento. Contuve la respiración. El pasillo estaba a oscuras. El ascensor continuaba yendo y viniendo. Alguien está jugando y así no puedo dormir tranquilo. Iré a investigar. Cerré despacio la puerta del departamento y a tientas me fui acercando por el pasillo hasta el lugar del ascensor. La pequeña luz roja demarcatoria sobre la puerta enrejada, marcaba el dos. Comenzó a subir. Me retiré un poco hacia atrás para no ser visto y cuando pasó ese cajón iluminado, noté que no había nadie en su interior. Observé el marcador. Se detuvo en el diez. Las puertas tampoco se oyeron. Volvió a bajar. Volví a retirarme unos pasos. Siguió para abajo y nuevamente no había nadie en su interior. Se detuvo en el tres. Arrancó otra vez. Me asusté y me retiré hasta el primer peldaño de la escalera. Allí quedé acurrucado esperando una señal. Esta vez subió hasta el noveno. Se detuvo. A los pocos segundos se puso en marcha nuevamente. Lo ví pasar vacío con las luces encendidas y se detuvo en el cuarto. ¿Se habrá trabado algún mecanismo?. Del cuarto pasó al octavo. Y del octavo al quinto. Mi vista volvió a centrarse en el marcador luminoso. Los minutos se escurrían por las rendijas de las claraboyas, y del quinto se fue al séptimo. Bueno, me dije con desgano e impaciencia, ahora se va a detener en el sexto piso, que es donde estoy parado. Comencé a transpirar fríamente. Subí unos escalones y me refugié agachado tras la barandilla del pasamanos pero con la mirada atenta al pasillo. El ascensor llegó al sexto y se detuvo, ahora con las luces apagadas. Contuve la respiración. La oscuridad era absoluta. Desde mi escondite estaba a salvo, no podrían verme, fuese quién fuese. El sudor había llegado a mis manos que se aferraban a la baranda con fuerza hasta dolerme los nudillos. Se abrieron por única vez las puertas. No se oyó ningún paso. Ninguna voz. Ninguna sombra cercana. Ningún aliento. El susto fue mayor cuando a los breves segundos oí que se habría la puerta de mi departamento. Alguien había usurpado mi sitio. No podía retornar a mi lugar ante la presencia de lo desconocido. Entonces entre dudas, inventé mi propio duelo, y acepté el reto. Agudizé la vista en medio de tanta oscuridad y me decidí con un dejo de resignación mezclado con aventura. Me acerqué al ascensor que aún conservaba las puertas abiertas y entré aceptando el desafío como quién escapa de un temor infinito. Dí un paso lento, enorme, casi como desprendiéndome de mí mismo. Una fuerza interna me empujaba. Admití la situación. Cerré los ojos y fue el abismo. Al fondo del pozo nadie me esperaba. 3º Premio Voces Cincuentenarias- S.A.L.A.C. - Córdoba -2009
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