Inmóvil permanece el llano
y comienza a moverse cuando sale la luna.
Rotan los bueyes sobre un eje
y su respiración retumba como hélices.
Hay aspersión de agujas estelares
que atraviesan paisajes y sentidos.
El hombre está en centro de una mirilla
que busca cometer una perrada.
En lo incierto desaparecen las reputaciones
y de las piedras se vé hasta sus tuercas.
Hay repercusiones de las palancas cósmicas
que esteriliza las turbinas de los pájaros.
Pero por todo crespón salta la envidia
siempre indócil, con sus ojos de vacío.
La envidia hace replegarse a la Paraulata
y siembra escarnio con su rostro de zozobra.
La malignidad es mayúscula y punzante
y crece en el estanque de un cielo desplomado.