El sol descongela mis sentidos:
Me hace salir de visiones heladas.
Puedo ver entonces el mar en los espejos
y la rusticidad de la ola en destellos.
Las flores vuelven a sus fuelles cálidas
y rehácese de nuevo la comarca:
Son pequeños puntos cada ínsula
quizá llenas de sonidos cenicientos.
Se desamarga entonces mi garganta
y dejo ese mirar erosionado:
El mar sigue prisionero de sus líquidos
y deshidrata todo lo que va en un peñero.
Pero si el sol no viniera a mi casa
perduraría yo en una interrogación.