Las circunstancias no deben influir en nuestra paz mental. En realidad son la irritación, la soledad y ansiedad interior los que nos pueden hacer percibir el entorno como opresivo. Cuando nos sentimos interiormente bien, en calma y alegre, incluso una situación difícil se nos antoja manejable, si decidimos actuar al respecto, seremos más eficases haciéndolo con calma. La frustación interna es la que crea directa o indirectamente los enemigos. Cuando nos sentimos inclinados a vernos en desamparo y solos y con dolor, proyectamos a nuestro alrededor un campo de paranoia en el que todos pueden resultar rivales potenciales.
Sentimos deseos de alejarnos y damos por sentado que ellos también sienten los mismo hacia nosotros. Vemos murallas donde podrían haber puertas, no hay comunicación, nos tenemos que tragar palabras que si las pudiéramos sacar nos aliviaríamos, en cambio cuando nos mantenemos tranquilos, escuchados o comprendidos, no proyectamos enemistad hacia los demás, podemos observarlos con mejor objetividad y, en caso que realmente surjan problemas, actuar con tranquilidad para resolverlos. Pero si la muralla que tenemos al frente no se derrumba, nos derrumbamos nosotros y caemos al vacío, somos la nada. Para alcanzar la libertad y la felicidad es necesario que no consideremos a los otros como enemigos e iniciamos la campaña para su conquista. Si se abrieran como nosotros necesitamos por nuestra salud interior, sería lo ideal. Pero en ése itinerario hacia el amor habría que hacer escala en el puesto de la tolerancia inquebrantable y tomar la firme decisión de que la rabia y el dolor no nos domine, sea cual sea la situación. Hay que analisar y tomar una decisión penetrante de los procesos internos que provoca la ofensa y aprender a responder con libertad en vez de reaccionar mecánicamente.
No se trata de no actuar, sino de que la acción nazca de la fuerza, de la sabiduría, de la compasión por uno y el otro, en lugar de ser una reacción destructiva y alocada para tapoar cosas que nos duele reconocer y tolerar.-