Fue, creo, un jueves, al mediodía,
cuando salieron del puerto de palos.
Tres barcos pobres, las tres carabelas,
y con delincuentes tripulándolos,
al mando, iba un pobre loco iluso,
que Colon-izaría lo encontrado.
Que en años posteriores a su arribo,
él, sería, por todos recordado.
Con fe por los Ibéricos ladrones,
con dolor por el pueblo asesinado...
Con rabia de húerfanos indígenas,
con asco por las viudas que quedaron.
Noventa días, en el mar bravío,
vivirían Pinzón y sus hermanos,
esos días de hambre y desolación,
¿sería motivo de lo robado?
Hoy, no aún llegamos a ese día,
transcurrieron veinte jornadas aciagas,
aún no se vislumbra una gaviota,
esta es una realidad alterada...
Hoy nadie va a descubrir nada quizás,
mientras miran las olas encrispadas,
y el temor trepa por los pies descalzos,
de esos delincuentes acurrucados...
Y, en el continente de los Incas,
un chamán bendice el mar agitado,
un Azteca ofrece, en sacrificio,
un palomo miedoso remojado.
En el cielo Quetzalcóatl se ríe,
mientras el mar se agiganta despacio...
El Dios mira a los cristianos que rezan,
a un hombre como ellos crucifijado.