La verdad es que yo ya no quiero ser princesa. Al principio la idea era muy atractiva, todos los cuentos tienen un hermoso final, pero me acabo de enterar de algo terrible, después de todas las peripecias, el príncipe pide la mano al rey y ya no se sabe nada más de las princesas después de haber dado el sí a sus príncipes. Se creía que Blanca Nieves se había hecho toda una experta en pasteles de manzana embrujada y puso una cadena de reposterías. Corrieron rumores de que Rapunzel puso una prestigiosa estética con los mejores peinados para novias  de todo el reino. Pero sólo son rumores, es mentira que la Bella Durmiente tenga una cafetería que abre 24 horas, o que la  Cenicienta abriera un negocio de zapatos. Nadie ha vuelto a saber de ellas después del tan conocido final feliz con el que nos conformamos. Pero eso sí, los príncipes andan de lugar en lugar, recorriendo el reino, despampanantes, gastando la dote de su amada princesa, con elegantes trajes púrpuras y estrenando una corona diferente cada semana.
Fue cuando se dio a conocer la existencia de una sociedad de príncipes estafadores que, de reino en reino, buscan princesas casaderas. Investigan quiénes y dónde se encuentran las princesas embrujadas y van en su búsqueda para besarlas y así, quedarse con toda su fortuna.
A mí me engañaron y de verdad que estuve a punto de ponerme a buscar una reina malvada que me hechizara con una fruta envenenada o con la punta de una rueca para finalmente conocer a mi príncipe azul y enamorarme. Pero pensándolo bien, prefiero ser eternamente la soberana de todos mis reinos.