¿Matrioskas? No, no, no, no menciones que algo es coleccionable porque me vuelvo una loca. Cuando era niña me entró la idea de coleccionar calcomanías comencé con las rascahuele, luego con las garbage y después me descubrí a mi misma arrancando de los camiones las siluetas plateadas de mujeres despampanantes, mi manía me convirtió en toda una experta en despegar las etiquetas adheridas, tanto que hasta podían volver a pegarse en otra superficie. No junté cien ni doscientas, llegué a tener más de diez mil, digamos unas 14,374 calcomanías para ser exactos. Me fascinó la idea de acumular cosas con un mismo común denominador. Junté botones, de madera, de hueso, circulares, cuadrados, multiformes, dorados, transparentes. Te digo que no puedo resistirme a la idea de recopilar, como cuando mi trabajo me exigía viajar mucho, por lo tanto visité diferentes hoteles no sólo de mi país sino que de todo el mundo, comencé a coleccionar jabones de todas las habitaciones, mías o ajenas. En Brasil me introduje en la habitación continua, para apoderarme del jabón de manos, ahí noté que el o la huésped utilizaban un jabón a base de cilantro y acelga, me lavé con él y lo guardé en mi bolsa. Así fue como expandí las posibilidades en mi colección de jabones, adquiriendo una gran diversidad en baños de restaurantes, casa de mis amigos, bancos y galerías. Claro está que como buena mujer, me dio también por coleccionar zapatos, no sólo los básicos como el charol negro o el tacón de aguja para cóctel, en mi haber tengo varios Manolo Blahnik e infinidad de Guccis, sandalias para el verano, botas roqueras y tres opciones diferentes de zapatos de boda  por si un día llego a casarme. Incluso poseo un par de zapatos que, se rumora, pertenecieron a Coco Chanel, Así que por favor, no me hagas saber que puedo encontrar las Matrioskas en infinidad de formatos porque en este momento compro las primeras tres.