Lugares Comunes
Publicado en Nov 07, 2010
Ir por la vida, ingeniárselas para encontrar un camino a la muerte; todos los caminos desembocan en la muerte. En ese sentido ¿tiene sentido? Los besos son el agua que se escurre entre las manos, el agua con la que lavamos nuestros pecados, pero también el agua en la que, desgraciadamente, nos quisiéramos eximir. Yo alguna vez creí que nuestro amor era una red de trapecista, concebía la existencia como un trapecio, un vulgar circo. Podemos concebir la existencia como se nos venga en gana, el lenguaje y el insípido pensamiento que lo acompaña hacen que todo lo que digamos tenga validez. ¿Arrojados como cucarachas? Posiblemente, pero posiblemente no, algunos de ustedes (y digo ustedes, porque aunque eres una tienes múltiples personalidades -todas imbéciles, por cierto-) son menos resistentes que cucarachas. Una palabra servirá para enfermar tu alma; lo sabes y lo sé, sólo que aún así probamos la mentira de crucificarnos furiosamente a la voluntad del otro. Ese primer contacto, ese beso que creímos eterno, ese engaño que nos bastó para dotar de significado pleno a la palabra felicidad. Pero fue breve, muy breve. La negligencia de Cupido es juntar a dos personas lúcidas; el exceso de luz, el exceso de Lucifer termina abruptamente con las esperanzas, con esas mitologías que creamos y criamos como un par de fanáticos religiosos. Y es que un amante ¿puede ser ateo? No me refiero a una deidad en la que cree la mayoría de los idiotas que transitan las venas de esta ciudad, me refiero a un dios diferente, un dios de muslos, ojos, brazos, uñas. Adoro el arco de tu espalda y veo en él algo de deidad, a eso me refiero, al dulce látigo de tu palabra, al ángel que te soplaba quedito al oído y te decía eres una puta. Puta, una puta, mi puta. Mi princesa cabalga vergas. Yo tu príncipe muerde pezones.
Ahora, ¿no te parece absurdo el amor? toda esa sofisticada tortura, ese juego del lenguaje, esas atroces embestidas donde el sudor nos envolvía en nuestro propio cosmos, ese microcosmos que, cuando se rompió, botaron vidrios por todos lados, dejándonos para siempre inequívocamente heridos-semi-muertos, resignadamente agonizantes. ¿Para qué esa larga escalera al infierno? Hemos de morir, solos o acompañados, da igual, da igual tu amor o mi amor, el amor no nos salvará. Fuimos unos poetas patéticos, siendo masticados, en las mandíbulas de la muerte, escribíamos un poema, una historia que se presumía infinita, eterna, maravillosa. ¿Qué fue esa ceguera que no nos permitió ver la mierda? ¿Qué jodido eclipse nos tapó la conciencia? ¡Eterno, sí claro! Debimos de jugar diferente, poner fechas de caducidad desde un principio. Recuerdo el día que te dije en el centro comercial: "esta lata seguirá sirviendo después de que el mundo acabe, al menos lo intuyo por su caducidad"... quizá debí agregar que esa lata de atún tendría una fecha de caducidad mucho más lejana, incluso, que nuestro amor. Y ese es el sentido triste de mis reflexiones, el pensar que hacíamos algo eterno y saber, finalmente, que no pudimos hacer algo que fuera mejor que una puta lata de atún.
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