Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo.
 A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias,
 de reinos, de montañas, de bahías, de naves,
 de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos,
 de astros, de caballos y de personas. … 
Poco antes de morir,
 descubre que ese paciente laberinto de líneas
 traza la imagen de su cara.[1]
 
 
 
 
Poco antes de morir…
Variaciones sobre un cuento de Borges
 
 
 
A
quella tarde, el cielo escondido tras el gris de las nubes que, momentos antes había dejado desiertas las calles de la ciudad, decidió ocultar su luz a los ojos de aquel hombre que hacía tiempo, había hecho del parque su morada. El viento mozalbete, silbaba alardeando frente a ese hombre, retándolo a abandonar su mundo, que en su locura, había construido en su mente. Este, aún conservaba dentro de un pequeño saco aterciopelado de un rojo ennegrecido, guardado entre sus raídas vestiduras, un brazalete con las iniciales de su nombre. Ya no recordaba su nombre, pero aquella joya, de alguna forma, le daba la certeza de pertenecer a alguna parte de este mundo, para no perderse en las fantasías de su mente.
 
Hacía tiempo, que su mente errante, vagabundeaba en la fantasía que en momentos, al amparo de cualquier hecho fortuito acompañado de un sonido, de un aroma, del viento, de la lluvia,… lo devolvía a alguna realidad que no deseaba y se sentía perdido. Entonces, con desesperación buscaba ese brazalete y al palparlo y apretarlo entre sus manos, un alivio lo inundaba sin que por ello, pudiera recordar su origen, ni del por que de su vida, ni la suerte que la había llevado hasta ahí.
 
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E
sa misma tarde, en su oficina ubicada sobre el primer nivel del edificio frente al parque, Fernanda, abrumada por la presión que el cliente ejercía, había decidido tomarse un descanso después de que las ideas agolpadas en su mente, le impedían concluir el diseño de los materiales destinados a la presentación de un nuevo producto, que pronto saldría a la venta. Se sentía bloqueada para encontrar en su mente, los detalles necesarios y concluir con la idea final que la sacara de ese apuro.
 
Con una taza de café entre sus manos, se acercó al enorme ventanal que miraba hacia el parque del otro lado de la calle y que ya lucía desierto. Se apoyó sobre su helada superficie cuando de pronto, observó a ese hombre indigente, con aspecto de santo…
 
-Pobre hombre, en cuanto empiece a llover se va a mojar…- sintió lastima por él mientras lo observaba ahí, perdido en sus pensamientos, quizás, con su mente puesta en algún lugar fuera de ese parque
 
-¿Tendrá ese hombre a donde ir,… tendrá una familia,… una vida?... ¡va! qué tontería, ¿cuántos como este estarán perdidos en la calles de la ciudad?... imposible saberlo- sorbió con desgano su café y trató de enfocar  su mirada para observar el rostro de ese hombre con mas detalle. Trataba de comprobar que en verdad ese hombre divagaba en un estado de locura. La curiosidad la animaba a no dejar de mirarlo. Cuánto más lo observaba, más sus pensamientos la llevaban a jugar con las posibilidades que condujeron a la  “vida”  de ese hombre, hasta ese lugar, en el parque
 
 – Y si este hombre hubiera sido un hombre rico, con una familia, con una vida que de pronto se derrumbó en una tragedia,… ¿qué tragedia puede llevar a un hombre a la locura?… ¡no! que locura, debió haber sido algo tan doloroso,… tal vez este hombre está así, perdido en ese estado de locura desde niño y no tiene más pensamientos que las de un niño,… o ¿se perdió en el laberinto oscuro de la esquizofrenia coexistiendo entre este mundo y otro que en su mente crea?…-
 
Con cada pensamiento, la curiosidad de Fernanda, jugaba azarosa creando “posibles vidas” que, aquel hombre, hubiese tenido o padecido. Mientras una pertinaz lluvia, caía ya sigilosa por todas partes sin que aquel hombre, se moviera de su lugar.
 
De pronto una luz iluminó todo el ambiente anunciando el estruendo de algún rayo que surcaba ya aquel cielo de tormenta cuando Fernanda, sumida en sus pensamientos, sintió en sus pies llegar el estallido que rompía con luces el agrietado cielo que caía vertiginoso hacia el suelo, convertido ya en tormenta. Y en ese instante,… aquel hombre, alzó su rostro para mirarla…
 
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo mientras el sudor frío, la bañaba por completo. Perdió las fuerzas de sus brazos y escuchó romperse contra el suelo su taza de café, al mismo tiempo que escuchaba rodar el brazalete que inexplicablemente, se había escurrido de la muñeca de su mano. Un vértigo le robó el aliento y calló de rodillas sin dejar de sentir, la mirada de aquel hombre que desde el parque, la observaba.
 
En medio de aquella confusión sintió Fernanda la humedad de la lluvia que caía sobre su rostro, se encontraba en el parque frente al edificio que se erguía ante ella como una mole de cristal y en donde instantes atrás, ella, tenía la certeza de que ahí, se encontraba. Llena de confusión y miedo, sintió que la vida se escapaba de su cuerpo. Tumbada sobre el suelo, agonizante, observó a un hombre que desde el enorme ventanal del edificio frente a ella, impotente la había observado caer al suelo perdiendo el último aliento.
 
 
 
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L
a noche había alcanzado al parque después que la tormenta de la tarde, testigo indiferente de la tragedia, había huido y una suave brisa acariciaba los jardines y paseos de aquel parque, llevándose con ella, la humedad fría de los recuerdos de la vida hacia el olvido… Al terminar de revisar el cuerpo del hombre que muerto, yacía sobre el suelo del parque, el paramédico que había llegado alertado al lugar, observó a poca distancia de ese cuerpo, una libreta de notas, pequeña, vieja, que el viento jugaba revoloteando sus hojas y en su orfandad, esperaba ser levantada por sus manos. La tomó con cautela y al hojearla, observó escenas diversas minuciosamente dibujadas a lápiz, de instantes, de momentos de una o quizás muchas vidas, unidas página a página, solo por el hecho de que el rostro de ese hombre, tendido sobre el suelo, era y aparecía, una y otra vez en cada escena dibujada en cada hoja. Con curiosidad hojeo la libreta hasta llegar a la última, donde solo se observaba, el brazo de un hombre tendido sobre el suelo y cerca de él, un brazalete, sobre el cual, se apreciaba una letra “F    ” grabada. Extrañamente este dibujo concordaba con aquella escena del hombre muerto tendido sobre el suelo del parque,… solo con una diferencia: que en ese lugar, no se encontraba el brazalete.
 
-Es extraño, tal parece que este hombre, antes de morir, dibujó su propia muerte,..- se dijo para sí el paramédico cuando de pronto, sintió la mirada de una mujer que lo observaba desde el ventanal del edificio frente al parque. Sigiloso y sintiéndose observado, volteo la última hoja y a la vuelta, en la última página encontró este texto[2]:
***
…Que haya sueños es raro,
que haya espejos, que el usual y gastado repertorio de cada día
 incluya el ilusorio orbe profundo que urden los reflejos
-no lo es-
 
Dios pone un empeño en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.
 
Dios ha creado las noches que se arman de sueños
 y las formas del espejo para que el hombre sienta que es reflejo y vanidad.
Por eso -los espejos- nos alarman
.
 
 
Con aprecio
Yo
Primavera del 2010
 
 
 
 
 
 
 
*** En Entre el sol y la sombra, hago mención del deseo de morir cuando en la vida de las personas, se pierden los motivos para continuar viviendo. Las circunstancias que pueden llevar a una persona a ese límite, son muy diversas y es un tema sobre el cual, adolezco de los conocimientos necesarios, sin embargo, existe un trasfondo en la literatura que nos permite ver los temores y deseos humanos respecto a la muerte, generados a través de la vida misma, que se repite como imágenes insomnes y fatales en un espejo:
 
 
-en el espejo-
…Ese rostro que mira y es mirado,
infinitos los veo,
 elementales.
-los espejos-
Ejecutores de un antiguo pacto:
Multiplicar el mundo como el acto Generativo,
Insomnes y fatales.
-ellos, los espejos-
Prolongan este vano mundo incierto
 en su vertiginosa telaraña;
A veces en la tarde los empaña
el hálito de un hombre que no ha muerto.
Fragmento: Los espejos
J.L. Borges
 

[1] Jorge Luis Borges.  Fragmentos: El hacedor
[2] Jorge Luis Borges.  Fragmentos: Los espejos