el terremoto( una pequea parte de una de las batallas)
Publicado en Nov 20, 2010
Para el momento en el que la luna se pudo asomar entre las nubes por un momento, dejándose ver o corriendo a las nubes para mirar la batalla, fue el momento en el que sonó un cuerno, era este cuerno el del general Daránndor quien luego dijo:-quiero que una oleada de flechas sea quien ilumine a nuestros enemigos para que luego que las flamas los iluminen las flechas den de lleno en ellos. Si bien tenemos muchas flechas no quiero que estas sean desperdiciadas, “por la victoria y por la vida y la de quienes se ha extinguido”.
Para el sonar por segunda vez del cuerno fue cuando salieron desde el interior de los muros del castillo las flechas en llama, estas al iluminar el campo dejaron al descubierto a los miles de hombres que aguardaban en las afueras, aun no caían al suelo, es mas mientras las flechas iban volando en el aire los payatzals empezaron también con su ataque. Los payatzals estaban divididos en pequeños grupos, los que dejaban unos pasadizos para que quienes portaban las escaleras para trepar los muros pudieran avanzar sin contratiempos, para el momento en que estos pasaron llevando su cargamento, se volvieron a juntar sin dejar un solo pasadizo al descubierto, los arqueros de Daránndor por su parte intentaban derribar a la mayor cantidad de hombres posibles para que ni siquiera llegasen a los muros con sus escaleras, pero por cada payatzals derribado había otros para que tomase su lugar, y no tardaron mas que unos momentos en poner algunas escaleras apoyadas en los muros, para luego trepar rápidamente por sus peldaños. Sin embargo sólo alcanzaban a poner sus pies en los últimos peldaños cuando la madera de los flechas los hacía perder todo lo avanzado llevándolos en un vuelo mortal. Si no encontraban la muerte por las flechas era la caída en si la que les daba cobijo para terminar así con su dolor. También se podía ver a quienes había sido herido por las flechas ardientes, siendo muchos de ellos consumidos por el fuego, se podía ver como se retorcían cual gusanos al sol, ellos esperaban que una flecha enemiga o un brazo amigo terminara de una vez por todas con su sufrimiento. El triunfo en pos de quienes defendían el castillo era inminente, pero un sonido penetrante hizo palidecer hasta al mismo Daránndor, era el grupo de los cien, un grupo de hombres que el mismo Daránndor había entrenado durante cinco años, pero un día estos hombres fueron tentados por la ambición del poder y Daránndor debió desterrarlos porque inclusive se sentían superiores al rey Dénnator y osaron desafiar la autoridad de Dáranndor. Estos hombres venían con escudos y a su alrededor un gran numero de hombres protegiéndolos, es decir recibiendo las flechas que les lanzaban al grupo de los cien, sacrificaban sus vidas por proteger a los arqueros. Arqueros-gritó Dáranndor-apunten al grupo de quienes portan una bandera como la nuestra, los hombres lo miraban preguntándose como podremos saber quienes llevan una bandera de los arqueros si la noche sólo nos deja ver sombras. Aun los hombres no salían de su asombro por lo dicho por su general cuando del arco blanco de Daránndor salió una flecha encendida, mientras ésta surcaba el cielo los hombres apuntaban sus arcos buscando el blanco que iluminaría la flama de la flecha. Contrario a lo que todos creían que quedaría enterrada junto al suelo, quedó enterrada junto al madero en el cual ondeaba la bandera, alcanzando con su flama a la misma propiamente tal, la que empezó a arder bajo la estupefacta mirada de todos quienes seguían su destino. Los arqueros que una vez estuvieron bajo las ordenes de Daránndor y ahora luchaban contra él y su gente miraban como la bandera a la que por años ellos habían portado y mediante la cual cultivaban el odio hacia el general que los había desterrado estaba en llamas, en tanto quien era el portador del estandarte la tiró junto a la hierba para apagar la llama con sus pies. Apenas la bandera tocó el suelo, su portador se desvanecía sobre ella, con una flecha enterrada junto a su pecho, la chispa del odio pareció acrecentarse al ver que el mismo que los había desterrado, quemaba su estandarte y daba muerte a su portador, ya que fue una de sus flechas la que dio muerte al portador del estandarte. La ira era tal que uno de los hombres salió de su refugio tras los escudos y se inclinó para hacer a un lado al hombre que había caído sobre la bandera, es mas con su propio cuerpo inerte apagó las llamas. Con una furia tal, tomó al hombre y lo apartó de la bandera, la que estaba con gran parte quemada, extendió sus mano para asirse del madero y llevar lo que quedaba de bandera a lo mas alto, sin embargo Dáranndor apuntando una nueva flecha, una vez que llegó a su destino atravesó la mano de quien la sostenía en lo alto. Con su mano herida y a pesar del dolor la levantó cuanto mas pudo, siendo aquella su última afrenta a Dáranndor ya que una flecha disparada desde el arco blanco entró en su pecho. Los ojos del herido parecían perderse cada vez que parpadeaba mirando los muros del castillo, en sus pupilas podía verse reflejado el fuego de las flechas surcando el cielo, para finalmente desplomarse tan cerca del que un día fue su hogar y debió luego abandonarlo por haber sido presa de las garras de la ambición. Para el momento en el que el rostro del arquero tocó y besó por última vez la que fue la tierra que lo vio crecer, ahora abría sus brazos para recibirlo nuevamente, sin que a ésta le importase que hubiera sido un traidor. Para los traidores ya no había bandera que flameara, ahora eran tan solo unos hombres criados en las tierras de la montaña corcovada, pero al fin enemigos de su propia sangre, enemigos de su propia tierra, enemigos de sus hermanos, enemigos de sus padres, enemigos del maestro que les enseñó a disparar con el arco. Con el sonar del cuerno de los arqueros que acompañaban a los payatzals era como si un grito saliera de las entrañas de la montaña corcovada, ya que sería la primera vez que las flechas de los hombres de Daránndor serían usadas para derramar la sangre, la misma que corría por sus venas, pero a ellos parecían no importarles a quien dieran las flechas, si había dado en un hermano un tío o inclusive en el pecho de su propio padre, para ellos era igual, las ansias de venganza los había enceguecido y su corazón se había vuelto sin sentimientos. Las flechas de los hombres venidos con los payatzals estaban haciendo estragos en un sector del muro del castillo, oportunidad que era aprovechada por los payatzals para posar las escaleras y de una vez por todas entrar al castillo. Los arqueros estaban a pocos pasos del muro y desde allí tiraban sus certeras flechas. Dáranndor desesperado al ver que los enemigos se empezaban a meter al castillo, corrió al lugar a donde estaban cayendo sus arqueros, había llegado el momento que el maestro se enfrentara a sus aprendices. Los hombres que habían a su alrededor iban cayendo uno a uno, parecía que el general se quedaría completamente solo para enfrentarse a los que fueron sus alumnos, pero quien había llevado a sus hombres caminando hasta el mismo castillo corrió a luchar a su lado, fue así como Daránndor y Molldarr quedaron cada uno de ellos con su arco enfrentándose a los enemigos, hasta que de pronto les llegó refuerzo, los arqueros que acostumbraban acompañar a Daránndor llegaron a su lado para combatir. En el horizonte ya se podía ver que no faltaba mucho para que el sol asomara entre las montañas, motivo por el cual ya era posible mirar al rostro a los enemigos, había un joven en especial, había combatido largo rato al lado de Daránndor… El campo estaba sembrado de cuerpos de uno y otro bando, pero los payatzals no habían logrado su objetivo de tomar el castillo, siendo los arqueros que un día pertenecieron a la montaña corcovada los que mas se acercaron a dicho fin, pero por mas escudos que usaran para protegerse, sólo quedaban unos cuantos con vida, éstos tomaron sus escudos para poder correr y trepar con mayor facilidad por las escaleras, fue ese el momento en que fueron casi todos aniquilados, excepto por uno que logró trepar y entrar al castillo. Dáranndor no se había percatado de lo sucedido, y mucho menos se había dado cuenta que el arquero lo tenía como blanco, pero el muchacho que se encontraba a su lado si pudo ver que la vida de su general estaba en peligro, sin mirar a la cara a su enemigo tensó su bordón. Las flechas tanto de quien apuntaba a Daránndor como la del joven que luchaba junto a él salieron a mismo tiempo de sus arcos, Daránndor pensó que la flecha del traidor iba hacia él pero dio en medio del pecho del joven que se encontraba a su lado, el general quien se encontraba con su bordón tensado para enviar también una flecha, lo soltó al ver que tanto la flecha que había enviado el payatzals como la del joven de la montaña corcovada habían dado en el blanco. Daránndor intentaba sostener entre sus brazos al muchacho para que no se desplomase, fue entonces cuando al mirar al joven al rostro pudo ver en sus mejillas rodando un par de lagrimas, luego volteó su mirada quien había disparado la otro flecha que lo había herido, lo vio de rodillas desplomándose lentamente, Dáranndor lo reconoció y fue entonces sólo entonces cuando comprendió porque de los ojos del muchacho corrían lagrimas, ¿Por qué?-gritó Daránndor-porque tenían que morir, porque tenían que matarse con sus flechas, si eran hermanos. Por favor general-dijo el muchacho-ayúdeme a caminar hacia mi hermano. Quien también y luego de disparar su arco se dio cuenta de su error, también de sus ojos rodaban algunas lágrimas, éste último, afirmándose en su arco intentó ponerse en pie pero se tumbó al suelo, el muchacho por su parte también alcanzó a dar un par de pasos y calló, ambos estiraban su mano derecha como si quisieran alcanzarse, pero la muerte llegó primero a buscarlos, quedando ambos con sus manos extendidas, el uno hacia el otro. Molldarr al verlos dio un par de pasos para acercar al joven arquero ya muerto hacia el cadáver de su hermano pero Daránndor lo detuvo, y le dijo: si los dejas que se toquen sus manos nunca lo sabrán, déjalos que sigan con la esperanza que un día se reencontraran.
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Verano Brisas
JUAN CARLOS
Un enorme abrazo....Juan Carlos.
Caranndor
un abrazo y gracias por visitarme. caranndor
MAVAL
bien ilustrado tu relato y un final que no debió ser así...pero son las elecciones las que nos llevan a esos finales...
que estes bien!