Te fui infiel.
Publicado en Nov 23, 2010
Te fui infiel. Si, te fui infiel no lo niego, necesitaba probar otros labios que babearan los míos con el candor de la indiferencia. Ansiaba sentir aquella lengua fría flagelar el interior de mi boca; que me lastimara el paladar, mientras mi papilas gustativas decodificaban el sabor de otra saliva, que hasta el momento no había tenido oportunidad de saborear.
El pudor abandonó mi cuerpo. Mis manos buscaban en aquel desconocido los frutos del pecado de la traición, y yo, un simple recolector, me abalanzaba sobre aquel torso desnudo, besándolo como si no existiera un mañana, como si el no besar lo impúdico de su sudor que se deslizaba por su vientre significara la muerte. En este punto había olvidado tus palabras de cariño, pues ahora eran remplazadas por el jadeo de su respiración, mientras con una mano acariciaba suavemente mi barbilla. Lo hacía no con amor, simplemente era un gesto para alentarme, una señal para que siguiera y no parara. Mis labios entonces dejaron florecer una sonrisa, que sin palabras decía "No lo haré, no dejaré de hurgar en tu cuerpo, simplemente no pares de deleitarme con la sinfonía arrítimica de tus quejidos". Eramos entonces una amalgama de saliva y sudor, unos brazos entrelazados en el apuro de la clandestinidad. Simplemente existíamos él y yo, no había lugar para nadie más, ni siquiera para ti, amor mío, lo siento pero mi pensamiento solo ansiaba más de aquel cuyo nombre no llegué a memorizar pero que en mi recuerdo siempre quedará enmarcado como "aquel". Nada más nos obsequiamos esa noche, de todas formas era lo único que teníamos para ofrecernos. Por eso eramos dos caníbales luchando por su turno para comer, por su derecho de marcar en el otro los rastros de su paso con una explosión de nieve en el vientre del contrario. Llegó el alba y el sol salió como un gran ojo amarillo que todo lo ve. Se coló por la ventana para observar al traidor, osea yo, reposar silenciosamente sobre el pecho de "aquel". No había nada más que decir, aunque la verdad no nos dijimos mucho en el transcurso de la noche, o al menos no con palabras. Replanteamos los modelos de oraciones e hicimos de los besos el sujeto, las caricias fueron el verbo y los gemidos el predicado; tu nombre, fue la palabra que ambos omitimos. Nos despedimos con un dolor tan grande e inexplicable que solo él y yo podríamos entender, un dolor que solo los amantes clandestinos llegan a dimensionar. A pesar de eso fue una despedida seca, un simple gesto con la boca que bien pudo ser una sonrisa o una mueca de dolor; una mirada suplicante de "no me olvides"; un apretón de manos, áspero, que sería la última caricia que nos regalaríamos; una media vuelta con el sabor de la despedida. Y ahora tu estás a mi lado, reposando sobre mi pecho, sin saber que hace un par de horas me había entregado a una carne ajena, a la carne de "aquel". No lo sabes, ni lo sabrás.... Discúlpame, sabes que soy egoísta.
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Guillermo Capece
muy bueno, muy bien escrito, aqui hay literatura, se ve que lees, que la lectura es el alimento de quienes gozan al escribir.
Felicitaciones
Guillermo