LA CASA DE LA POESÍA ESTABA LLENA DE HUÉSPEDES.
Publicado en Nov 30, 2010
Alfonso Berardinelli A principios del siglo XXI comenzó una época (así cuentan las historias literarias) en la cual la poesía sufrió nuevas metamorfosis. Pocos se dieron cuenta. Pocos, en efecto, estaban atentos a ella y se interesaban por su destino. La poesía se había convertido, en el curso de unos pocos años, en un género literario desacreditado, en un arte sin público, en un sector editorial casi invisible. Era esta invisibilidad la que hacía que pareciera eterna, inmortal como los fantasmas. Sólo los poetas, que se habían vuelto innumerables, frecuentaban la poesía. Sólo los poetas hablaban de ella, la nombraban continuamente, la escribían, trataban de publicarla. Existían antologías, catálogos, y hasta clasificaciones en las cuales cada poeta era valorado por el número de veces que su nombre y su fotografía aparecían en los diarios. Sin embargo, ni siquiera los profesores y los críticos literarios lograban entender qué era lo que estaba sucediendo en la antigua casa de la poesía. Ya no leían a los nuevos poetas, apenas si los conocían de nombre, pero no se sentían en falta por esto. Ignorar a los poetas contemporáneos, no comprar nunca un libro de poemas, se había vuelto normal incluso para las personas cultas y para los estudiosos de literatura. Es verdad: la casa de la poesía estaba llena de huéspedes, repleta de autores. Se entraba, se salía, se formaban grupitos. Las puertas ahora estaban siempre abiertas, la fiesta continuaba. Cualquiera podía entrar sin invitación y sin títulos: pero una vez adentro, se descubría que no había nada de comer ni de beber, el buffet estaba vacío desde hacía tiempo, sólo quedaban migajas. Esa de allá, en el fondo, un poco a trasmano, se llamaba todavía la Casa de la Poesía, pero dónde pudiera estar la poesía, eso no era claro. Allí habían habitado (se decía) individuos famosos: pero en su mayoría ya no estaban, se habían mudado o habían cruzado la frontera de la vida. Se hablaba de ellos, se usaba su misma mesa, sus mismos sillones y divanes. Los lugares que habían quedado vacíos fueron ocupados por una multitud de recién llegados, los cuales protestaban y trataban de llamar la atención de los demás. Pero cada uno estaba concentrado en sí mismo, la atención era poca y poco sucedía. Cada vez había más poetas, y todos estaban allí para demostrar que la Casa de la Poesía no estaba vacía, era su casa y la continuidad no se había interrumpido. Pero toda aquella gente, en aquella casa, no sabía cómo se usaban los cubiertos y los vasos, no sabía dónde encontrar la sal y el aceite, ignoraba dónde podía encontrarse exactamente el baño, el dormitorio, el living, el escritorio. Todos los nuevos visitantes de la Casa de la Poesía estaban satisfechos por haber ingresado (las puertas estaban abiertas, los viejos propietarios habían desaparecido, y ni siquiera había quedado alguien en la portería, un crítico con saco y gorra para controlar la entrada). Pero si bien algunos de ellos, los más emprendedores, habían comenzado a comportarse como si fuesen los dueños de casa, persistía una cierta incomodidad. Todos estaban ahí, pero ninguno consideraba a alguno de los otros como un legítimo inquilino de esa casa. Todos, sonriendo y saludándose, se sentían unos ocupantes abusivos. Como los adivinos de la antigua Roma, todos estos poetas, huéspedes que nadie hospedaba, cuando se encontraban se ponían a reír. ¿Por la alegría de estar ahí? ¿O porque cada uno reconocía la propia impostura en la del otro? Todos decían creer en la Poesía, porque ya la sola declaración de fe poética los hacía parecer poetas. Pero lo que sobre todo los mantenía unidos era el pacto de no traicionarse: ninguno jamás habría de negar al otro el título de poeta, para que nadie se lo negase a él. Lo que escribían ya no era leído. Tampoco había sido escrito para que fuera leído, sino para que se pudiera decir que había sido publicado. La poesía ausente era así una garantía para todos. Ninguno recordaba haberla visto nunca. Era un nombre. Era el Nombre de la Cosa, en ausencia de la cosa. [De Alfonso Beradinelli, Cactus, L’ancora del mediterraneo, Roma, 2001]
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MAVAL
tiene el sentido , la mirada profunda
hacia el interior de quienes hacemos escritura
en forma de poesía...y nos adentra en esa mirada
del aprender leyendo y luego haciendo...compartiendo
no basta escribir ...es muy importante leer...
un abrazo!
María Ester Rinaldi
qué importante es hacerlo, porque nos permite ampliar el conocimiento
y compartir aquello que aprendemos,
Gracias Maval,amiga.
Te dejo un abrazo.
alma
María Ester Rinaldi
Gracias por estar siempre presente.
te quiero mucho.
Daniel Florentino Lpez
Excelente texto. Sin duda representa
bastante bien la situación de la poesía
en general . Cada vez son más los que escriben
pero menos los que leen poesía.
Con respecto al termino poeta es un titulo
que nadie puede dar y pertenece
a la mitología literaria.
Gracias por compartir este texto
Un abrazo
Daniel
María Ester Rinaldi
Un abrazo.
María Ester Rinaldi
besos.
marité.
LOBOLEJANO