EN LA PENSIN
Publicado en Dec 15, 2010
Cuando Rigoberto se hartó de ser observado, vigilado, como si cumpliese una penitencia, y no conforme con eso sus padres, al salir aquel hacia su trabajo, ingresaban a su habitación para revisarle cuanto tuviese a su alcance, puso en marcha la anhelada mudanza.
Alquiló una pensión no muy lejos del 1635 de una calle extraña, donde vivía, pues todavía le quedaban restos de culpa por su insolente actitud. Después de pactar los horarios que debía cumplir en la pensión, y otras costumbres las cuales, más que eso, eran reglas muy estrictas, formalizó el pago del alquiler a modo de adelanto. La dueña, era la señora Klumbarč una mujer de nacionalidad checoslovaca; cincuentona, con muy buenas curvas y largas pestañas, lo llevó amablemente, tomándolo de la mano, mientras subían una vieja y ruidosa escalera de madera opaca. Al llegar a la flamante habitación observó el número de misma y al ver 5361 sonrió fugazmente; tomó su maleta y se dispuso a entrar, creyendo que se trataba de una ironía de sus padres. Se dejó caer sobre la cama y en ese instante notó que había una puerta detrás de una pequeña mesita de luz. Corrió la mesita, con la intención de descubrir que había del otro lado de la puerta; tomó y giró la manivela con sumo cuidado, porque hacía mucho ruido, y al abrirla sorprendió a la dueña de la pensión en un intento de disimular que lo estaba espiando. - ¿Qué estaba usted haciendo? -le preguntó con seriedad - - No lo tome a mal, gentil caballero... - ¿Qué no lo tome a mal? ¡Usted me estaba espiando por la cerradura de la puerta! Eso es algo intolerable e irrespetuoso de su parte. ¡Debería pedirle que devuelva mi dinero y marcharme de aquí de inmediato! Pero para su fortuna, no tengo donde ir, de modo que tendré que dejar pasar por alto este vergonzoso episodio. - Le ruego me perdone, señor. Quizá debí contarle antes que... - ¡Nada! Mejor no me explique nada -secándose el sudor con un pañuelo - Es incomprensible su atrevimiento, viniendo de una dama a quien creía respetable. - ¡Pues lo soy señor! -respondió indignada - - ¡Ja! ¿Encima se ofende? Sepa que aquí soy yo quien tiene derecho a sentirse ofendido. ¿Qué puedo esperar de usted para los días venideros? ¿Cómo hago para confiar después de lo ocurrido? A ver ¡dígamelo! - Tiene usted toda la razón. Pero creí haberle escuchado decir que no tiene otro lugar a donde ir. De modo que, serénese. Mi torpeza me obliga a explicarle que... - ¿Su torpeza? ¡Por favor! ¿Me toma por idiota? ¿Torpeza? ¿Llama usted así a un atrevimiento semejante? ¡Debería denunciarla! Corre usted con enorme suerte, como ya le dije, de que no tenga ganas de hacerlo ahora ¡y por favor vístase! ¿Qué hace en camisón? - Me disponía a acostarme - ¡Ja! Por lo visto, se distrajo - ¡No! Solo quería cumplir con un recado de sus padres. Me dijeron que usted suele hablar, y a veces hasta llorar por las noches, debido a su angustia. Simplemente quería ver que estuviese bien. - ¿Cómo? ¿Por qué no me lo dijo antes? - Porque usted estaba ocupado, humillándome y faltándome el respeto. Amenazándome inclusive, con denunciarme, además de interrumpirme. - Muy bien. En ese caso, queda usted disculpada. Buenas noches -dijo, mientras cerraba la puerta con lentitud.
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Gustavo Gabriel Milione
Guillermo Capece
Abrazo
Guillermo