Ms vale solo
Publicado en Dec 15, 2010
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   La nostalgia, por no sé qué, me llevó a escribir sobre la soledad, pero como siempre, con tal de llevarme la contraria y continuar alimentando mis incongruencias, La Voz me habló de los beneficios de esta, los cuales, me dijo, podían ser mayores, incluso, que estar acompañado. Luego empezó su juego, “¿Existirán?”, me preguntó con su ya conocido tono de reto y continuó, “La soledad es benéfica si se llega a ella voluntariamente, no por una consecuencia o por accidente, ya que, si ese el caso, la vida del solitario será una resistencia permanente a los embates de nostalgias,  remordimientos y  frustraciones, condición propicia para la infelicidad absoluta.”  Calló La Voz dejándome inconcluso y de nueva cuenta, víctima de sus acertijos.             “¡Ridículo! Vivir solo de ninguna manera puede ser bueno.”, diría por consenso la sociedad “civilizada”. Sin embargo, considerando la forma de vida actual, el concepto no era tan descabellado. En una sociedad tan individualizada como esta del siglo veintiuno, inconscientemente se nos está orillando a vivir solos.  Acabo de leer, hace dos o tres días,  que “Treinta y un millones de norteamericanos viven solos”, y me pregunto, “¿Cuándo dejamos de ser seres sociales como lo proclamaba todo libro respetable de Sociología? “Cuando se extinguieron las relaciones interpersonales.”, “Pero eso no fue lo que me llevó a vivir en solo.  ¿Sé por qué opté por la soledad?” “Sí lo sé, ¡desde luego! ¡Perfectamente! Fue por el egoísmo intrínseco de los seres humanos y por su inevitable y repugnante simulación social.”.
            La primera idea se refiere por un lado a la práctica del “primero yo”, la cual aniquiló el altruismo y, de paso, me aniquiló a mí. Hasta hace relativamente poco tiempo, existía la ayuda desinteresada, aquella en la que, el único que tendría un beneficio, era el que recibía la ayuda. Hoy, “A toda acción corresponde una ganancia.”. Por ayudar se espera siempre una retribución, ya sea en metálico, en especie o carnal.
            Por otro lado, todo egoísmo (y el “intrínseco” no es la excepción) tiene como característica, la obsesión por la acumulación. Almacenar siempre antes de distribuir (si es que alguna vez llega la distribución). “Nunca sobra nada, nada es gratis y nadie te regala nada” son las máximas de acumulador empedernido.
            En mi caso, después de veintidós años con una posición acomodada (lo que sea que eso signifique)  bastaron dos días desempleado para sentir en carne propia el egoísmo intrínseco del ser humano. Desde luego este siempre estuvo presente, pero pasó desapercibido porque no tenía la necesidad de pedir. Sin embargo, ya sin la “comodidad de la posición” apareció por arte de magia y donde menos lo imaginaba,… ¡en mi propia familia!
            Todo se precipitó con la ducha de agua helada que les propinó la realidad a Mercedes, mi esposa y a Ignacio, mi hijo, cuando llegaron a la escalofriante conclusión de que, el que yo obtuviera un nuevo empleo tomaría muchísimo más tiempo de lo que ambos imaginaban. En menos de cuarenta y ocho horas “la vida en familia” se vino en picada, deteriorándose tan rápidamente que al tercer día en casa yo ya era un cero a la izquierda.
            La tolerancia que hasta entonces había hecho muy transitable nuestra convivencia desapareció de la noche a la mañana. Primero fue una lluvia de  insinuaciones que al poco tiempo se convirtieron en hechos tangibles que me limitaron los accesos a bienes, espacios y productos, tan ridículos como una pastilla de jabón o un cepillo de dientes. Tan necesarios como la comida o la ropa limpia o tan prácticos como el préstamo de uno de los dos automóviles o de la computadora. Me había convertido en víctima del egoísmo de dos seres humanos que en algún momento imaginé que me querían y respetaban. Ahora era un extraño indeseable dentro de lo que, alguna vez, consideré mi casa.
            Por lo que respecta al concepto simulación social, esta abarca más ámbitos. El concepto me trae a la mente un pensamiento de mi padre, “Recuerda, no todos van a estar felices por tus éxitos ni todos van a estar tristes por tus fracasos.”. La vida me dio muchas pruebas de ambas situaciones por parte de todo tipo de personas.  Con esto último, me refiero a desconocidos, conocidos y, tristemente, personas cuya fidelidad consideré inviolable.
            En mi vida las relaciones sociales no funcionaron. Me agredía inusualmente el egoísmo y me lastimaba hasta lo más profundo la falsedad, pero cuando miraba a mi alrededor,  percibía que nadie se quejaba; no digo que yo lo hiciera, pero si alguien hubiera jalado la madeja de la queja, me hubiera descosido hasta el borde de mis entrañas. Ni el egoísmo ni la simulación fueron tema de conversación y yo nunca quise destacar por ser  “el freak” que lo sacara a discusión. Creo que en parte por eso decidí alejarme, ¡aislarme para siempre! Sin meditarlo en nada (me fui el día de Noche Buena de hace tres años sin darme cuenta) salí de mi casa la mañana con más nieve que había visto en mi vida. Sin embargo, eso no me detuvo. Por esa imperdonable omisión, “mis seres queridos” suspendieron mi búsqueda antes de cuarenta y ocho horas. Amigos comunes que he encontrado me cuentan, sin que en realidad venga al caso, que en una de las esporádicas ocasiones que el tema de mi persona salió a colación, Mercedes afirmó, “Se fue porque quiso, sus razones tendría y si así él está tranquilo,  nosotros más. Si no es así, “sorry”, lo hubiera pensado mejor, ¿no?”. Nunca he vuelto a ver a ninguno de los dos. La casa donde vivimos la vendió (estaba a su nombre). A los amigos comunes, que esporádicamente encontraba, trataba de no saludarlos, pero si era inevitable, nunca les preguntaba por ellos, al contrario, eludía a toda costa el tema.
            Alguno que otro personaje, convencido aún de la caduca teoría de que la familia es la base más sólida de la sociedad humana, me ha preguntado sobre si siempre  tuve o yo solo creé lo que en forma cursi llaman “esa inexplicable frialdad de  corazón” para no sentir nostalgia por mi esposa, pero sobre todo, por mi hijo. Sin alterarme en ningún sentido sólo respondo, “No es cuestión de frialdad, maldad o lo que denominaré, autocontrol sentimental, es aceptar el hecho de que no todos tenemos la facultad, necesidad o como quieran llamarlo para vivir acompañado. Definitivamente mi nivel de relación con otras personas está muy por debajo del nivel que podría llamarse socialmente normal”.
            Tenía que aceptarlo, ¡otra vez La Voz tenía razón, existe la soledad benéfica! Cuando llegué a esta conclusión ya empezaba a amanecer y lentamente las sombras de la madrugada desaparecían. “Un nuevo desvelo”, pensé, “¡pero valió la pena esta vez!”. Ahora podía seguir solo, convencido de que ahora tenía una nueva y más relajada  “posición acomodada”.   
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Foto del autor Juan Carlos Maldonado Garca
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Miembro desde: Jul 09, 2009
1 Comentarios 635 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

La otra cara de la moneda en cuanto a aspectos que nos pueden parecer negativos. EL "todo es relativo" podra ser la enseanza de este escrito

Palabras Clave: Soledad beneficio egosmo simulacin.

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Sociedad



Comentarios (1)add comment
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Guillermo Cervantes

Muy duro y un poco irreflexivo, todos tenemos mucho que dar y mas que recibir, mas allá de un beso, un peso o un consejo.
Pero invita a DARSE como persona y no dar algo como animal, buscando un "premio" por "estar"
Gracias por compartirlo y siempre disfruto mucho tus textos, siempre me quedo con algo para reflexionar.
Un abrazo AMiGO
Responder
December 15, 2010
 

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busy