ACERCA DE MIS ACCIDENTES Y ENFERMEDADES
Publicado en Jun 22, 2009
ACERCA DE MIS ACCIDENTES Y ENFERMEDADES
Soy un hombre saludable y me encanta disfrutar los placeres que la vida me presenta en el camino. Pero en mi larga existencia he padecido igualmente accidentes y afecciones, que aunque no definitivos me acercaron al brumoso caserón de los fantasmas y a varias convalecencias, como puedo demostrarlo sin rubor ni falsedad. De siete años no cumplidos fui atacado brutalmente por un tifo fulminante y aguda peritonitis, que me pusieron al borde de un cementerio rural, pese al tesón de mis padres y algunos buenos vecinos que se unieron solidarios, para evitar, como fuera, una tragedia mayor. Esto dio por resultado en mi frágil contextura, un desaliento excesivo y el empeño irreversible de rechazar los bocados, que me daban los amigos, el boticario y el cura, mis viejos y un policía que vigilaba el lugar. Fueron ocho meses largos, en los cuales practiqué, vacilante y precavido, mis nuevos primeros pasos, con el apoyo irrestricto de la mano de mi madre, que nunca se acoquinó por los proclives ataques de mi precaria fortuna, villana y desobediente en esa oportunidad. Por ser alguien atrevido en pilatunas y riesgos desde mis primeros años, imité las aventuras del Llanero Solitario, lanzándome de un barranco para caer a horcajadas sobre mi hermoso caballo, con tan infausta fortuna que el testículo derecho quedó medio estrangulado por la violencia de un golpe que no he podido olvidar. Otro ejemplo favorito fue el intrépido Tarzán. Para emularlo, una vez me tiré desde un altillo a lo profundo del charco en la quebrada de El Mion, cuyas aguas transparentes eran tan limpias y frescas como el manantial Urdar. Pero la suerte, traidora, no quiso estar de mi parte en ese acontecimiento, y me lanzó sin reparos contra el filo de una roca que se hallaba sumergida en una esquina del charco. Mi testa quedó incrustada en la punta de la piedra, como papaya madura en un grueso tenedor. Eenrojecí la corriente, y aturdido por el golpe quedé en manos de los primos, que siempre me acompañaban en todas mis aventuras, por ser compinches devotos de mis locas correrías, arriesgándose conmigo por abstrusos vericuetos, pese al furor de sus padres, como lo manda la hombría. Más adelante en el tiempo, un sarampión galopante de aquellos que no permiten ni la menor esperanza, llenó mi rostro y mi pecho de granos rojos y oscuros, alta fiebre y dejadez, mientras pasaba las horas en un cuarto sucio y feo, mirando lo que una tía de rostro vinagre y necio tuviera el gusto de hacer para cuidarme sin prisa con sus manos de mandril. Hablaré de otros asuntos practicados en silencio desde muy temprana edad, por carecer, ¡que tristeza!, del habitual complemento que todo varón requiere en sus noches de pasión, mientras mi padre, implacable, apoyándose en las fábulas del dueño de la farmacia y unas cuantas solteronas adscritas al batallón de la Divina Pureza, juraba cien y mil veces que tal vicio acabaría con mi salud y mis manos, y una piel de sietecueros rugosa y descascarada, sin que pudiera por eso librarme de los castigos que habitan el más allá. Huyendo de los terrores que tales cosas infunden, empecé labores nuevas en otras fincas de caña, donde cansado, una noche resbalé sobre una paila repleta de miel hirviendo, que me dejó sin respiro, nervioso y medio tullido, mientras la carne caía como papel mal pegado en una pared de piedra, o talvez en las rendijas de algún cancel mal parado, igualito al que sostiene los ranchos de las veredas donde suelo trabajar. En puro hueso y con riesgo de amputación rodillera, estuve inservible un año después de ser recluido en el hospicio del pueblo, donde leí a Don Quijote y conquisté a la enfermera que prestaba sus servicios con fervor y mucho tacto, a pesar del poco sueldo que pagaba el municipio en aquellos malos tiempos de violencia criminal. Tan pronto salí a la calle se me olvidaron sus besos, brindados a borbotones en momentos de pasión, no porque fuera un ingrato sino por esos prejuicios que impone la sociedad, en cuestiones amorosas y toda clase de asuntos, cuando se habla en sotto voce del dinero y de la edad. Luego fueron las parótidas, inflamadas hasta el tope; mejor dicho: las paperas, donde el azar, oportuno, no dejó pasar el virus a las partes inferiores, como sucede a menudo con muchos desorientados que se imaginan inmunes a cualquier padecimiento o a traiciones y accidentes que son eventos comunes en el diario padecer. Merced a la diligencia de mi demonio interior, que nunca pierde mi rastro, les confieso de una vez lo que también sucedió: Engendré sin gran esfuerzo dos hijas bellas y sanas, en dos mujeres distintas que hace tiempo fallecieron, y ayudé a bastantes damas, con mis besos y caricias, a que fueran muy felices cuando perdieron conmigo el bien de su castidad. El tifo llegó de nuevo con tres duros paludismos, adquiridos en las costas del Pacífico chocoano, mientras andaba en labores de pesca y agricultura en esa tierra de ensueño, que pasa por mi memoria como gaviota extraviada hacia un blanco porvenir. Debo agregar la hepatitis y un lipoma en mi cabeza, sin contar las cirugías que me fueron practicadas en tres oportunidades, además de lo que llaman almorranas o hemorroides, un tormento tan horrible que no me atrevo pensarlo para el peor enemigo que se atraviese en mi ruta, a no ser que lo disfrute por gustos particulares que no me atrevo decir. La lista sería muy larga, porque el asunto no para en lo dicho anteriormente; apenas voy a nombrar el Premio de Apendicitis, que me otorgó con honores el Hospital de San Blas, donde fui a parar un día mientras viví en Bogotá, reforzado en este caso por otra peritonitis, como mención especial. Después llegó la factura por un millón ochocientos setenta y siete mil pesos, para el segundo lugar; cantidad que conseguí con un amigo importante, que llevaba en sus bolsillos tarjetas, cheques y plata, no por ser un emergente sino astuto comerciante, en Antioquia y otros sitios que se me van de la mente cuando los quiero nombrar. Es imposible que acabe esta historia hospitalaria sin mencionar de pasada la próstata que perdí, lo cual me dio de por vida cierto grado de impotencia, pues en muchas ocasiones, cuando busco la erección, el pimpollo no responde como lo anhela su dueña, aunque mal no me defiendo en los campos del amor. De plano, nunca me arredro por estos pequeños males, pues conozco situaciones de consecuencias mayores, como aquella de un amigo que lo dejó su mujer, cuando la pilló desnuda con un amante más joven, poniendo como disculpa la sospecha que tenía de que él era homosexual, según le contó una amiga que lo vio tomando el Metro, después de besar un hombre en la estación San Javier. Como bien dije al principio, soy persona saludable, sin llagas ni otras dolencias que puedan llevarme al fin de mi sufrida existencia en años, meses o días, salvo síntomas menores, como el narrado hace poco, que no entorpecen mis noches de amor o tertulia vana, aunque estén involucrados con síntomas de vejez. Así pretendo seguir mientras la Gran Anfitriona, que trabaja sin descanso en las distintas regiones de este maltrecho país, no me de espárragos fritos diciendo que son el plato preferido por los muertos, y que muchos parroquianos lo disfrutan diariamente con licor y balaceras que sirven de aperitivo en los amplios comedores de los profundos infiernos, donde todos los humanos, si seguimos como vamos, tendremos que terminar.
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Verano Brisas
oculta
La vida si es dura, y con tantas piedras, fantasmas, errores, desamores y bla bla bla...pero los buenos siempre salen adelante (creo yo), cuando leia su historia iva recordando la mia, que apesar de no ser tan larga he tenido muchos tropiesos y piedras en el camino, pero aquí estoy, en pie después de todo al igual que usted, por eso creo que los buenos siempre ganamos, creo en mi por eso me agrego.
Feliz que despues de todo siga en pie, con mucho cariño oculta.
Verano Brisas
Carlos Campos Serna
Saludos