DE VACACIONES......
Publicado en Jan 22, 2011
De las vacaciones de mi infancia, la que viví con mis hermanos en Tafí del Valle, se mantiene gozosa, en el recuerdo. El lugar, simplemente maravilloso, con el Aconquija como centinela en las estribaciones del sur y los cerros calchaquíes al norte. Un valle de Tucumán, encantador, lleno de verde follaje.
Alejandra, la mayor de las hermanas de papá, viuda y sin hijos, nos visitaba todos los inviernos y el último, logró arrancarle la promesa de enviarnos, al menos un par de semanas, con ella. Llegamos a la terminal de ómnibus, una mañana de enero. Atenta y cariñosa, esperaba en el andén. Su casa distaba una cuadra, que hicimos a pié, cada uno con su mochila. Acomodamos el equipaje y después de asearnos, tomamos un desayuno sabroso y reparador en la fresca galería, que rodea el patio central, poblado de hermosas plantas, flores y perfumes. La casa, antigua, de diseño colonial, se mantenía en muy buen estado, bajo la supervisión de tía Alejandra y de dos fieles empleadas a su servicio. Nos llevó a conocer todas las instalaciones. Además de ése, tenía dos grandes patios, el destinado a los hijos que, para su desgracia, no llegaron y el huerto, con limoneros, naranjos, limas y terreno dedicado a verduras y hortalizas y en un extremo, el gallinero, cercado por tejido de alambre. El primero, tenía pileta de cemento, para bañarnos, con ducha y vestidor, hamacas, un tobogán y había un quincho con parrilla, una gran mesa y bancos. Estábamos encantados, maravillados de gozar de tanto espacio, acostumbrados a nuestro departamento citadino de ciento cuarenta m². La única advertencia que tuvimos se refirió a los vecinos, un matrimonio mayor de italianos que vivían solos, no eran amigables y había que respetar sus horarios. La siesta, era sagrada. No debíamos gritar ni escuchar música a volumen alto. En su amplio predio, cultivaban frutos exóticos que ellos mismos embalaban y un camión pasaba a buscar una vez a la semana. A la altura de la tapia medianera, podíamos ver mangos, chirimoyas, paltas además de los más comunes, pero no menos apetitosos de duraznos, peras, ciruelos y manzanos. Un paraíso terrenal. No podía estar ausente la serpiente y apareció de nuestro lado, como en el original y con sus aviesas tentaciones. Tía, seguramente pensó que sus educados sobrinos, jamás se atreverían a tomar un fruto del cercado ajeno. Fabricamos, con sobrado ingenio, un sofisticado aparato depredador, una larga caña, con una ranura en la punta, para calzar el pedúnculo y con una ligera torsión ….. Para que el fruto, no cayera al suelo, atamos a la punta de la caña una canastita de fibra, muy liviana y ensayamos con un limón y una naranja de los nuestros. Con un retoque más, pasó el control de calidad y después de asegurarnos que los mayores dormían, pusimos el ojo en un reluciente y sonrosado mango que se nos ofrecía desde la rama del árbol del vecino. Calzamos la ranura de la caña en el tallo del fruto, con un leve movimiento, el filo de la ranura lo seccionó. El fruto, desprendido, pasó a la canastilla, que no soportó el peso. Escuchamos el mango al golpear en el piso. Sonó en nuestros oídos como una bomba de estruendo y nos dejó paralizados. Escondimos la caña sin saber dónde había ido a parar la canasta ni cómo íbamos a justificar su desaparición. Esa tarde, la propuesta de alquilar caballos para recorrer el lugar, fue recibida con beneplácito, mientras pensábamos cómo seguiría lo que empezamos. Al día siguiente, subido a una escalera, el mayor de nosotros, descubrió la canasta, encajada entre las ramas del mango y en intento de atraparla, parado sobre la tapia, perdió pié y pasó al otro lado. Atropellándonos, subimos los peldaños para verlo masajear su dolorido pié. El ruido de una puerta que se abría, nos hizo bajar precipitadamente y con el corazón latiendo en el pecho, aguzamos el oído. Sólo pasos y voces con marcado acento italiano, que cruzaban los vecinos y a medida que se alejaban se hacían ilegibles. Subimos la escalera y vimos a Rubén escondido, tras unas apretadas matas. No lo habían descubierto. Le pedimos que permaneciera allí hasta que pudiéramos pasar la escalera al otro lado y él subir. Era día viernes y la tía, muy devota, iría a la misa vespertina y luego a unas compras. Eludimos la invitación a acompañarla y apenas se marchó, después de asegurarnos que los italianos cerraron la puerta con llave, pasamos la escalera sobre la tapia. Rubén trepó por los escalones como si tuviera alas en los pies y con la canastilla desfondada, en la mano. Con gran cuidado, levantamos la escalera y la pasamos para el lado nuestro. Respiramos, cuando los tres pisamos tierra firme. El mal rato vivido, nos enseñó una lección que no olvidamos. La mantuvimos mucho tiempo en secreto, secreto compartido por los tres. No creo que a esta altura de nuestras vidas, alguno se moleste por haberlo revelado.
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Daniel Florentino Lpez
El mango es riquísimo
Tengo al algún recuerdo parecido
Esa devoción por la siesta
Recien la comprendí de grande
Un abrazo
Daniel
haydee
Un gran abrazo