ALGO EN COMN (I PARTE)
Publicado en Jan 31, 2011
El eco de sus tacones retumbaba en el empedrado de la calle solitaria, su andar era triste pero decidido. Cargaba una pequeña maleta en la que cabía toda su movida. Muy pronto se encontró frente al cartel que anunciaba PENSIÓN DOÑA CATALINA en grandes letras azules. Se detuvo pensando que no sólo estaba frente a un simple cartel, si no frente a su destino...
Golpeó tímidamente la aldaba. Sintió unos pasos ágiles detrás de la añosa puerta. Su corazón latía acelerado, estaba consciente de su aspecto y eso la avergonzaba. Al abrirse la puerta apareció Doña Catalina, y con un hilo de voz, pidió una habitación. Doña Catalina era una mujercita alegre, que se movía como una ardilla. No tendría más de setenta años. Hija menor de once hermanos, había llegado de Andalucía con su familia después de la guerra. Se habían instalado en el pueblo, y habían construido una gran casona en la cual había una habitación para cada niño, la que heredó Catalina, por ser la hija menor y la que cuidó a los padres en la vejez. Allí crió ella también a sus once hijos. Después que los hijos se fueron, cada uno buscando su destino, la casa quedó desierta de risas. Y ella sola... Pero no lo aceptó así como así. Por las noches desarmaba las camas para tener algo que hacer durante la mañana... Un buen día, se cansó de desarmar y armar camas vacías. Así fue como instaló la única pensión del pueblo, ahora tan poco frecuentado, después que les robaran el ferrocarril... Su cuerpo era menudo, con un eterno rodete de canas tomado con peineta a la nuca, ojos azules intensos, como el mar que la viera partir. Hablaba mucho y rápido, con voz fuerte cargada de zetas. Se hacía querer apenas uno la tenía enfrente. Esa tarde de marzo, cuando encontró en su puerta a aquella jovencita, tan pálida, casi despeinada, con sus grandes ojeras y sus negros ojos pidiéndole una habitación, como si su vida dependiera de ello, el corazón de la anciana se llenó de pena. Sin pensarlo dos veces, atrajo a la joven hacia adentro y la hizo sentar en el fresco y amplio comedor, diciéndole: -Pero niña ¿de qué riña has escapao?- arrancando una sonrisa al triste rostro de dientes perfectos. -No, Doña Catalina, no se trata de eso, sólo estoy cansada, muy cansada... Y apoyó la cabeza en la mesa, entre sus manos cruzadas, ocultó su rostro de los inquietantes ojos azules. La anciana no soportó el impulso de acariciarle los dorados cabellos. Ella sí sabía cómo consolar. Tantas veces lo había hecho con sus hijos... tantas veces se consoló a sí misma después que su marido desapareciera una noche de primavera. Qué fue de él, nadie lo supo nunca, pero de algo estaba segura... de que ella sí sabía de consuelos... Movió la cabeza, como para sacudirla de viejos recuerdos. Se paró de pronto, como era su costumbre, y le dijo: -Ala, ala, niña, ve a darte un baño caliente, que yo te prepararé una sopa de las que a mi madre llamaba “levantamuertos”, ya verás qué bien te sientes luego.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|