2.- Bastin y las reuniones sociales.
Publicado en Feb 02, 2011
No.
No hay modo que eso que los gerentes de la empresa llaman “momento de camaradería” sea para él “el momento de camaradería” que es para ellos. Una, porque igual los demás empleados de la empresa están ahí “obligados”, obligados porque igual a fin de mes les va a salir el descuento de la cena y fiesta bajo otro ítem ilegible, obligados porque nadie va a ir con gusto ahí a comer y bailar y tomar, ¿obligados? Sí, eso mismo. Dos, porque ese susodicho “momento de camaradería” es para “ellos”: los gerentes de las distintas áreas y sectores de la empresa, porque ellos son los que inventaron esa fiesta social para ellos verse las caras de nuevo, para celebrar nada, para tomar gratis, comer gratis y bailar gratis, y porqué no decirlo, también es para “esos” imbéciles, esos tontos lameculos que siempre los hay en todos lados, a quienes les encantan esas excusas baratas para tomar a costillas de los demás, para esos que avivan la fiesta de los putos gerentes que los espían aun en la fiesta esa que a él nada le gusta, para ver quienes son quienes en la empresa, quienes son los casados, los casados que van con sus esposas, los casados que van solos, los casados que van con la esposa de otro, los casados que van con otra mujer, para ver quienes son los solteros (as) y solterones (nas) de la empresa, quienes son los borrachines, los rosqueros, los no sociables, los muy sociables, y los extremadamente sociables, esos que se meten donde nadie los llama, con quienes menos les conviene y hacen lo que no hay que hacer en esas circunstancias. El subgerente del área donde Bastián labura, que llevaba como 43 años en la empresa, que está viejo, y que apenas sabe leer, ése mismo que nadie sabe como carajos logró escalar a ése puesto con ese poco o nada de carácter que tiene, que no tiene un ápice de empatía para trabajar con grupos, ese mismo que apenas tenía pantalones para defender a su gente, ese mismo lameculos típico de todas partes, hace su discurso de despedida frente a una expectante multitud que corta la carne exquisita de la cena, que reparte vino y bebidas alegremente ignorando lo que les espera: El viejo subgerente lameculos los nombra a todos en su alocución, uno a uno, a cada gerente, al gerente general, al de márketing, al de prensa, al de medios y transporte, al del casino, a todos, incluso al nuevo, al recién llegado a la nueva gerencia inventada hacia poco por las altas mentes que guían a la empresa, a ese mismo lo nombra, y lee el discurso, el mismo que nadie entiende un carajo de lo que dice, porque el pobre viejo infeliz apenas modula al leer, apenas abre la boca para pronunciar las palabras, se arregla los enormes lentes poto-de-botella sesenteros, le tiemblan las manos, mira las enormes letras (tipo 28) que Bastián debió pasar por el ordenador una semana antes a pedido del jefe de personal de su área, con esas letras enormes (tipo 28) que cualquier medio ciego podría ver y leer con facilidad de cabro chico diciendo las vocales, pero con el viejo no hay modo, es un inútil de mierda no más, como siempre lo ha sido y siempre lo será, por los siglos de los siglos amen, con el viejo no hay modo. Bastián enciende su pipa. El discurso del viejo parece más una tortura china, un chirrido sordo y grave que jode y jode en los oídos, que pone a los demás con una cara de asco que ni se la creen, que hincha las pelotas, que da sueño, rabia y vergüenza ajena, que dan ganas de vomitar, de mirar la tele, de leer un diario de ayer, de mirar el suelo, tomarse otra copa de tinto, de sudar frío rezando porque el pobre infeliz acabe luego las malditas doce hojas con esas letras enormes (tipo 28). Bastián echa el humo para arriba y el discurso termina. Un aplauso de puro educado se escucha por todas partes, apenas se oyen las últimas palabras rastreras y miserables que dieron lugar al aplauso “gracias a ustedes por estos largos años de experiencia y amistad –sí, claro- que me han dado, y gracias a dios por vivir un día más para verlos”. Todos aplaudieron al oír esas últimas palabras, mismas que Bastián, tan inspirado – se le ocurrieron al estar sentado en la taza del water-, escribió a último momento, antes de tirarlas a la impresora y entregárselas al jefe de personal (ese negrero de mierda) quien fuera el imbécil que se las encargó para dárselas a su amigo el imbécil del subgerente, el mismo que se jubilaba (alabado sea dios)... Bastián aplaude con cierto desdén y brinda con su copa de tinto aguada. - ¿quién le puso la ultima frase al discurso del jefe? – le pregunta media hora más tarde, en los baños, el jefe de personal, notablemente ebrio y contento, mientras ambos meaban uno al lado del otro. - fue un momento de inspiración. – le dice Bastián lavándose las manos al rato, con cierto aire de soberbia. - Vas bien cabrito, sigue así- le alaba con un tono extraordinariamente amable el negrero, y le palma el hombro y se va a lavar las manos. “Conchetumadre” dice Bastián saliendo al ruido del casino repleto de idiotas con sus mujeres. Media hora más tarde, cuando se han acabado hasta los postres, empieza el correr de tragos por las mesas, los camareros van y vienen llevando y trayendo botellas y vasos. Es la única mesa de solteros de todo el casino. Claro que hay solteras, algunas de finanzas y otras de contaduría general, pero están al otro lado del casino, sentadas en una mesa todas juntas igual que ellos. Políticas de la empresa, dijeron. Políticas de apartheid a la medida de lo necesario. La música casi revienta los tímpanos. - oye, la señora de ése hace rato que te está mirando... – le advierte el que está a su lado a Bastián. Pero Bastián ya se había dado cuenta de la maniobra de ella, y, como siempre, no ha dicho nada, se lo ha guardado para sí. Entonces él, tan galán, la mira, así como que no quiere la cosa. “Nada mal, tendrá unos 34 o 38 años, no creo que más” se dice, y ella lo mira, sonríe, aprovechando que está sola en la mesa, alza su copa, él lo mismo, y brindan a lo lejos, y ella sonriendo, y un leve gesto que Bastián ignora a sabiendas, y justo aparece el marido. Y aquí ha pasado nada. Bastián mira su vaso. - no sé para qué se casa esta gente... – dice, poniéndose los audífonos de su personal stereo y subiéndoles el volumen al máximo. Mira su reloj, a las 2 de la mañana se irá, falta apenas media hora, ya lo decidió, “estas mierdas de bailes y cenas no me gustan, siempre poniendo esa musiquita...”, y enciende la pipa, y echa humos, esperando calmadamente, sentado en esa mesa de solteros ebrios que hablan de sexo y fútbol como si fueran malditos expertos, y fuma serio, callado, esperando en calma a que pasen las horas e irse al fin.
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