PENSANDO EN BOLVAR.
Publicado en Feb 05, 2011
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PENSANDO EN BOLÍVAR.
Una pequeña canoa iba surcando lentamente el largo, ancho y caudaloso río Magdalena.
En ella iba Manuela Sáenz, que había partido de Santa Fe de Bogotá, donde los enemigos de Bolívar no la querían ver más en la ciudad.
Angustiada por saber sobre la salud del Libertador, había tomado la determinación de irlo a buscar, pues de cartas no supo nada, sólo rumores, pero ella dudaba, por tratarse de simples rumores.
Manuela iba rumbo a la costa, donde sabía con certeza que Bolívar se encontraba en un ingenio azucarero de Santa Marta.
Desde que salió de Bogotá el 29 de Noviembre, atravesó infinidad de pueblos y caseríos, donde supo por algunos lugareños que el general había pasado por allí más mal que bien. Le comentaron que ya no podía ni caminar, y escuchó en un pueblo ribereño, que el caballero de Colombia, como le decían también, parecía un cadáver.
La angustia de Manuela por llegar rápido al lugar, hacía los días más bien largos, y las noches silenciosas, oscuras y de poco sueño, produciendo en la bella una ansiedad desesperada por ver un nuevo amanecer para continuar su recorrido.
En uno de los tantos pueblos que bordean el río Magdalena, fue abordada por un soldado de los que todavía quedaban del ejército de Bolívar, que le entregó un sobre.
Manuela miró al posta militar, un joven que a lo mejor no pasaba de los veinte años, y le dio las gracias, luego se fue a sentar a la sombra de unos frondosos bucares, y abriendo la correspondencia se dispuso a leerla.
La noticia era del coronel Péroux de Lacroix, que había sabido de ella por los del correo militar de Cartagena, quienes bordeando los caminos del río Magdalena para llevar información de Bogotá al cuartel general, la vieron en uno de los caseríos cuando estaba descansando.
El coronel le habló a Manuela sobre la enfermedad del Libertador, que estaba día a día minando su cuerpo. Ya no podía ni hablar, le comentó al final, cuando le fui a ver.
Por un rato Manuela Sáenz dejó a un lado la carta, y mirando hacia la otra orilla del río dijo con pesar: -¡Angustia, temor! La muerte, y yo no estoy al lado de mi señor para consolarle en sus últimos momentos.
Las lágrimas invadieron sus róseas mejillas y sus carnosos labios, deslizándose por su delicado mentón, para salpicar el pecho y parte de sus piernas. Lloraba desconsoladamente y arrugando el papel donde se había enterado de la salud de su amado, lo tiró al río, desapareciendo en caudalosas y turbias aguas.
 
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 El 17 de Diciembre después del mediodía, el general Simón Bolívar rodeado de sus oficiales más fieles y cercanos, de su sobrino José Palacios, de la fiel servidora Fernanda Barriga y el dueño del ingenio azucarero, exhaló el último suspiro cuando el reloj estaba dando la una de la tarde.
El doctor Alejandro Próspero Réverend que permaneció sentado en el orillo de la cama desde tempranas horas de mañana, tomó con sumo cuidado el brazo derecho del general, para hacerle un seguimiento y conteo a sus pulsaciones, y observando que no había latidos en el corazón de aquel grande hombre, colocó el brazo de nuevo en su pecho y mirando entristecido a los presentes, les dijo: -¡El general acaba de morir!
El primero en salir de la habitación fue Fernando Bolívar, que dirigió sus pasos hasta el tamarindo del patio. Allí ensimismado y totalmente fuera de control, sollozó, como solloza un hijo cuando pierde a su padre.
Al rato llegó José Palacios con la cara enrojecida y los ojos bañados en lágrimas. Abrazó a Fernando y le dijo: -¡Qué dolor! ¡Qué tristeza!
Fernanda Barriga y los demás lloraban con pesar, y el último en salir de la fúnebre alcoba fue el general Mariano Montilla con paso lento y pausado. Quiso irse hasta su habitación, donde se encerró.
 
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Manuela Sáenz llegó a Santa Marta el 27 de Diciembre, día de su aniversario.
Recordó cuando sus progenitores le hablaban de aquel terrible terremoto de 1797, año en que ella nació, sacudiendo el alma y corazón de todos los quiteños.
 Ahora un volcán irrumpía en su ser, cuando se enteró de la muerte del Libertador, entonces corrió desesperada hasta la bahía, donde sus lágrimas al igual que sus pensamientos se fueron con las olas corriendo hacia mar adentro.
Desconsolada, triste, embargada por la melancolía y con el semblante pálido, lloró la pérdida de su amor, diciendo en voz baja: -¡Adiós soldado de la libertad! ¡Caballero de Colombia! ¡Amor de mi corazón! Mientras miraba en lontananza.
Cumpliste tu misión, de eso no hay duda, dejándola sembrada en los campos de América y el resto del mundo, donde algún día sus semillas florecerán, cuando el sol radiante de la honestidad bañe los campos con sus magnánimos y fulgurantes rayos, y al corazón de los hombres lleguen los verdaderos estados de elevada conciencia, sobre todo que lleguen al de los políticos,  para que gobiernen con justicia y libertad.
Adiós Simón. Adiós Libertador, y dándole la espalda a la mar, Manuela Sáenz Aizpuru encaminó sus pasos a una vereda surcada de palmeras, sin saber a dónde ir.
Luis Enrique Izaguirre Ramírez.   Escritor.    Aguilaluis_7@hotmail.com
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Foto del autor Luis Enrique Izaguirre Ramrez
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Descripción

PENSANDO EN BOLVAR.

Palabras Clave: PENSANDO EN BOLVAR.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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Daniel Florentino Lpez

Me gusto!
Buen relato histórico
Felicitaciones!
Un abrazo
Daniel
Responder
February 05, 2011
 

Luis Enrique Izaguirre Ramrez

¡Gracias! Estimado lector por tu comentario.
Un grato saludo.
Luis Enrique Izaguirre Ramírez
Responder
February 05, 2011

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