El contra yo
Publicado en Feb 16, 2011
Hoy desperté y me di cuenta que odio con repugnancia. Que mi envidia, mi coraje contra la vida y mi mala leche, es incontrolable. Que nada de lo que tengo lo merezco y todo lo que me pasa es una maldición de la cual nunca me voy a librar. “¿Qué hice?”, surge como la primera pregunta lógica y la respuesta es otra pregunta, “¿Qué no hiciste? ¡No lo sé! Pero debió ser algo imperdonable, impostergable.” Luego vienen los reclamos etereos, “Si hay un Dios,…¿por qué me voltea la espalda? Lo he buscado y aunque pensé que me escuchaba, al parecer sólo fue una ilusión.” Me asomo a la ventana esperando algo, ¿otra respuesta? Pero la calle está vacía. Ya es tarde. Sigue mojada después del aguacero y el reflejo de las luces en el piso empieza a revelar mi soledad y a amparar mi nostalgia. Nada se mueve y nada se escucha hasta que el timbrazo del teléfono desgañita la penumbra sepulcral de la habitación. Contestó sin apresuramiento, molesto por la inesperada interrupción. Al otro lado del teléfono sólo escucho un escueto “Ya”. Aunque se lo que significa y lo esperaba, me impacta y hace que la revelación de mi soledad resplandezca más y la profundidad de mi nostalgia ahora sea inalcanzable. Se ha hecho justicia y mi venganza se ha consumado, pero no descanso ni descansaré. Tácitamente sé que si estaba condenado, maldito o embrujado, ahora será más palpable, “¿Qué he hecho?” . Me recuesto boca abajo en la cama deshecha e intento llorar, pero no puedo. Todo es tan ensayado, tan mecánico, ¡no hay una sola intención de arrepentimiento! Vuelvo a la ventana. Creo que lo imagino, pero ¡no! Justo frente a mi ventana está ella viéndome, condenándome. “¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Quién la trajo? ¿Cómo supo que estaba aquí?”. Si pudiera contestar tan solo una de las preguntas, pero nada. La veo fijamente. Ella no se mueve. Espera, no sé qué, pero espera y yo no me muevo. No aguanto más, ¡tengo que hacer algo! Abro la ventana lentamente. Una ráfaga de viento me golpea la cara con una imprudencia que me avergüenza y hace que me arrepienta de haber nacido. La voz del viento empieza a gritarme “¡A-se si-no!”. Lo repite una y mil veces y yo sigo inmóvil hasta que los golpes en la puerta de la habitación lo callan. Sigo sin moverme, sigo inmóvil hasta que escucho el, “Ya estoy aquí.”. Silencio. “¡Sólo brincó! Yo lo vi caer todo el trayecto, pero, ¿al medio día? ¡Qué nos está pasando! Otro Torres 10 y ya cámbiale por favor, salud.”
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Micaela