Carnada [Parte 1]
Publicado en Feb 22, 2011
Estaba sobre un colchón, hacía frío. Seguro era por la ventana abierta en el otro lado del cuarto. La brisa se colaba por entre mis dedos y me daba escalofríos. Alargué mi mano para buscar algo con lo que taparme. Manoteé lo que parecía una manta y me la tiré por encima del cuerpo. Me sentía débil y sola. Mi cuerpo se había vuelto más pequeño de lo que solía ser, estaba más flaca y mis músculos debían estar atrofiados por el desuso. Oí un estruendo en el piso de abajo, y me volví un ovillo tembloroso. No sabía lo que me esperaba y eso me daba miedo. Retumbaron pasos en la escalera, quienquiera sea el que subía estaba de seguro enojado. La puerta se abrió y una sombra se introdujo en la habitación. Al prender la luz mis ojos automáticamente se cerraron, pero no tuve tiempo para reaccionar.
Aquello ya se había acercado y me había tomado por el brazo, arrastrándome fuera de la habitación. Me llevo al cuarto contiguo y me empujó sobre la silla. Esta se tambaleo y sentí la necesidad de aferrarme a la mesa para no caer. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, así que la tomé entre mis manos. Una vez calmada, tomé conciencia de que había alguien más en la habitación. Levanté la cabeza, ya con una mirada decidida y con una seguridad que me faltaba, y me dispuse a observar detenidamente al hombre. Era de una estatura bastante alta, se podría decir que estaba por los 30, sus facciones eran duras y cuadradas, me detuve a mirar sus ojos. Me recordaban a los leones o a aquellos grandes felinos. Me miraban como si fuera una presa, cosa que me asustaba aún más si era posible. No eran expresivos pero a la vez hablaban tanto de él. Parecía como si penetraran dentro de ti y supiera exactamente qué era lo que pensabas. Una historia la cual no parecía tener final feliz, ni siquiera un final. Finalmente me asombré al notar una larga cicatriz atravesándole la mejilla derecha, comenzando debajo del ojo, para concluir en su barbilla. Sonrió con autosuficiencia e ironía y se acercó hacia mí. Esperaba algún golpe, alguna palabra salir de su boca, pero simplemente río. Su risa parecía provenir del mismísimo diablo. Me removí inquieta, tenía ganas de preguntarle donde estaba y porque me tenían allí, mas no me atreví. Sentí una creciente molestia en mis manos, desvié mi mirada y noté que por culpa del miedo mis uñas se habían clavado en mis palmas. - Solo eres una carnada Lillian - Su voz resonó por todo el cuarto y escuché risas alrededor mío. No sabía de dónde conocía mi nombre, pero en el fondo, tampoco me importaba. No quería averiguarlo. Tampoco sabía si esas risas realmente existían o eran parte de una alucinación. - ¿Qué quieres de mi? - Comencé a sollozar - ¿De ti? Nada querida - Contestó sencillamente mientras me tomaba por la barbilla y me alzaba la cara - Queremos lo que podemos conseguir contigo aquí. No estaba loca, no habían sido imaginaciones mías. Él había hablado en plural y las risas no se hicieron esperar. Lentamente fui observando a mí alrededor. Como decía, no estaba loca, allí había 4 personas más. Me extrañó que todos estuvieran con trajes, eso hizo que me vuelva hacia el hombre. Si, también estaba de pantalón y chaqueta, algo formal dada la situación. Deje de observarlos a ellos, la habitación había llamado mi atención completamente. No era oscura, ni sucia y mucho menos chica como en la que había estado anteriormente. Era amplia y sus paredes color marfil ayudaban a esa impresión. Tenía repisas, cajoneras, una cama coherente, un tocador y hasta un armario haciendo el juego completo. Ese cuarto me sonaba al siglo 18; todo cuidadosamente ordenado, aunque en vez de tener colores fuertes como el rojo o el verde, era todo en blanco y plata. Grandes ventanales cubrían la pared del fondo, pero estaban ocultos detrás de largas cortinas. Y por las sombras que se hacían, había rejas cuidando que no tenga la intención de salir por ahí. El toque en mi hombro de quien parecía el más joven de aquellos me sacó de mi ensimismamiento. Dejé de respirar por un momento, esperando algún veredicto. Pero este nunca llegó. - Aquí te quedarás durante tu estancia. Espero que sea de tu agrado - Pareció retractarse mentalmente por lo último. Yo simplemente sonreí levemente. Por lo menos iba a estar más cómoda que antes. Todos iban saliendo de a poco, todavía observándome, revisando mi reacción. Hice caso omiso. El hombre seguía allí dentro. Se acercó, tomó el picaporte para salir. Pero se volvió hacía mí. '¿Es qué nunca se va a ir?' me lamenté. - Detrás de aquella puerta hay un baño. Hay cosas dentro del armario, fíjate si te quedan bien - y eso fue lo último que escuché antes de quedarme completamente sola.
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juanuno
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja