EL JUICIO (Parte II)
Publicado en Mar 04, 2011
La madre de José había escuchado ese breve diálogo con la vecina y al abrir la puerta le dijo con voz tosca:
- ¡José, entra de una vez a la casa! A lo que José obedeció sin más. Se dirigió como tantas otras veces directo a su habitación omitiendo la cena y cualquier oportunidad de diálogo con su madre, quizás para no tener que dar alguna explicación, si bien la desconocía respecto de la citación. Se dispuso a preparar el mejor traje que tenía en el ropero, dejó a la vista una impecable camisa blanca a la que le introdujo unos bastoncillos de aluminio debajo del cuello para que quedara más rígido al ponérsela; lustró sus zapatos y dejó a mano una brocha y la navaja para afeitarse al día siguiente temprano por la mañana. "¿Qué corbata se supone que debería llevar ante un juez del tribunal? -Se preguntó- ¡Pero que idiota soy! Si el traje es oscuro, ¡ésta le va muy bien! -tomando una de las que tenía en el ropero- pues el color vino tinto debería ser ideal para ese sitio -se dijo, mientras sonreía." Inútil fue el intento de José para dormir. Sin embargo, luego de tomar una cucharada de la repugnante medicina, pues aun debía continuar su tratamiento para aumentar de peso, durmió profundamente hasta la mañana, solo se despertó un par de veces por el ruido de los camiones que pasaban por la cuadra de la calle donde vivía. Después del desayuno quiso ir enseguida a los Tribunales. Antes de salir se miró en el espejo de la entrada del hall y decidió dejar de pensar cosas raras, para que no acabara por desaparecer su sonrisa que ya era bastante tenue. Ni bien puso un pie en la calle se detuvo un largo rato observando casi con asombro la torre del campanario de la iglesia donde había conocido a Dora, pues desde allí podía visualizarla como si fuera una postal. Una anciana vecina pasó por su lado, -la misma que se había detenido el día anterior a conversar con él- con una bolsa colgada del brazo, dando la impresión de ir rumbo a hacer los rutinarios mandados matutinos. - ¿Estás contemplando la iglesia, hijo? -preguntó la anciana muy suavemente. - Sí -dijo José- me trae recuerdos agradables. - Pues eres el primer vecino que coincide conmigo, porque aquí a nadie le gusta. Dime ¿Qué recuerdos te trae? Para no decir nada inoportuno, José le hizo una pregunta a modo de respuesta, cambiando de conversación: - ¿A dónde se dirige con esa elegante bolsa, querida vecina? -mirándola tiernamente. - A comprar el pan hijo, ya se me he entretenido demasiado conversando, ¡mi marido se va a enojar! Adiós y buena suerte -dijo la anciana dejando escapar una amable sonrisa. Y se alejó lo más rápido que pudo con su bastón y simpáticos pasitos cortos, como si el olor al pan recién horneado la hubiera llamado. Quizá José hubiera deseado acompañar a la anciana y hasta inclusive ofrecerse para prepararle el desayuno al marido y quedarse charlando sobre cualquier tema con tal de eludir lo que debía hacer. Quizá su extraño despertar, esa mañana, le hiciera replantear casi todo lo vivido hasta entonces, como si fuera una excusa para empezar a aceptar una condena por algo que aun desconocía. Quizá el subconsciente comenzaba a prepararse, a sabiendas de que al regresar de los Tribunales le harían notar que ya no se trataba de una alegoría sobre él mismo, sino, de una paradójica y caprichosa insistencia de los representantes de la Ley; o lo que podría ser aun peor: del motivo furtivo por el cual había sido citado. "¡Quizá sea todo un error!" ensayó casi fugazmente en un intento de minimizarlo todo al tiempo que emprendía la caminata hacia el ómnibus que lo trasladaría a el oprobio. Pero aun no le conformaba ese pequeño dejo de tranquilidad, pues éste sería solamente el primer paso de una interminable lucha por nacer, por volver a ser. Ahora debía luchar contra una fila interminable de hombres que obstaculizan el camino del albedrío, empujando, esquivando, ¡qué sencillo sería si estuviera a campo libre! Pero claro, debía dirimir cada uno de los cercos que se le imponía en cada instante como si la sorpresa fuera una desgracia constante e ineludible y en vano desgasta sus fuerzas. Como si fuera un cordero rodeado de lobos hambrientos encerrados en un corral.
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Gustavo Milione
Verano Brisas
Daniel Florentino Lpez
Un relato de corte Kafkiano
Felicitaciones
Un abrazo
Daniel